Caja Negra: Recordando a Diego

Por Antonio González Vázquez

Hoy hace dos años que murió Diego. Hay ciertos sucesos en la vida que jamás se olvidan; lo que le ocurrió a Diego es de esas cosas infaustas que es necesario recordar para que nunca más se repitan.

No solo que no se repita la muerte de un  inocente, sino con mayor justeza, que no se repita la irresponsabilidad, el desdén, la negligencia, el desdoro, la chicanada, la trampa, la impunidad, la injusticia.

Eso es lo que no debería repetirse y hoy son ya dos años de que Diego murió ahogado en la piscina de un tobogán del parque acuático Woow dentro de las actividades del camping universitario 2015 de la UASLP.

Ocurrió hace dos años la muerte de Diego; el rector Manuel Fermín Villar Rubio consideró que con pagar los funerales y enviar un pésame, la Universidad cumplía con la tragedia.

Hoy hace dos años que el descuido y la desobligación de empleados de la UASLP cegaron la vida de Diego.

El 17 de julio de 2015 no ocurrió un accidente sino un crimen derivado de la falta de atención de un grupo de universitarios que tenían la responsabilidad de cuidar la vida de muchos niños y fallaron. Fallaron porque se les murió Diego.

La universidad y Manuel Fermín Villar Rubio nunca han aceptado su responsabilidad en tan funesto evento, pero sin advertirlo, han admitido públicamente su responsabilidad desde el momento en que suspendieron indefinidamente el camping de verano ya en sus ediciones 2016 y 2017.

Eso es aceptar que la universidad tuvo responsabilidad y por tanto, le debe una disculpa y un perdón a la familia de Diego.

Pero es México, vivimos en San Luis Potosí; se sabe que la justicia está para el poderoso, para el influyente, para el que con descargo de gastos millonarios puede contratar a los mejores abogados del mundo o mejor, para la institución que tiene toda una dirección Jurídica capaz de doblar a cualquiera, ya sea un agente del Ministerio Público o un juez.

La poderosa universidad en litigio contra una modesta familia, una contienda desproporcionada en la que la crudeza de los hechos fue lo que menos contó, lo que importaba era silenciar las voces que se refirieran a Diego, extender hasta el infinito un proceso legal para que a la gente se le olvide como se le olvidó al rector.

17 de julio de 2015, día en que Diego murió, el día en que la universidad se cimbró desde la rectoría, el día del control de daños, que digan en la prensa que fue un accidente, que no manchen el nombre de la universidad.

Que digan que fue una tragedia pero nacida de la casualidad, que digan que la universidad no tuvo nada que ver, que por el contrario, hizo todo lo que estaba a su alcance para ayudar.

Hoy son dos años y es cierto, sigue siendo costumbre que la impunidad se imponga por encima de todo, incluso del dolor y la tristeza, con todo y luto y desazón.

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