Comenzar de nuevo

Oswaldo Ríos Medrano

Decía Heráclito que “nadie se baña dos veces en el mismo río”. El perenne correr del agua, como el devenir, nos hace formar parte de un tiempo simultáneo en el que todo se mueve y nos cambia de lugar. Filósofo abierto al poder transformador de la realidad en el individuo, estaba convencido de que, en la vida, la única constante es el cambio.  

Cuando vivimos en abierta disposición a que los otros y las cosas del mundo nos toquen, nos trastornen y nos transformen, nos condenamos irremediablemente a ser otros cada día, aunque sigamos siendo los mismos.

Después de leer un nuevo libro, intercambiar opiniones con una persona que no piensa como nosotros, o analizar una situación desde la autocrítica y hacerlo con una actitud dispuesta a la construcción y deconstrucción de nuestras ideas, indudablemente, nos hace ser distintos de quienes éramos antes de vivir esas experiencias de inmersión en la otredad.

Abrir los ojos y tener la certeza al amanecer de que cada día es nuevo, es decidir ver el mundo con una nueva mirada.

Solo puede volver a comenzar, quien decide actuar con normas éticas y altos principios humanos como la dignidad, pero siempre con la convicción de que al admitir idénticas condiciones en los demás, sabemos que las diferencias que nos hacen distintos, son justamente lo que nos hace iguales en la esencia más profunda: ser humanos capaces de tener juicios e ideas propias en eterno diálogo con las de los demás.

Vivir así, es lo que hace verdad el viejo adagio del sabio de Éfeso: nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque su agua nunca es la misma y tampoco nosotros después de que el agua de la vida pasa por nosotros.

Si trasladamos esta reflexión a la política, apreciaremos una evidente contradicción: es uno de los ámbitos humanos que es más susceptible a la influencia de los actores, pero es también uno de los que difícilmente pueden cambiar por las resistencias que supone la lucha encarnizada por el poder.

Visto así, la política ocurre al menos en dos grandes dimensiones: las percepciones y las decisiones.

Para los políticos, tan importante es una como la otra. De nada sirve ser un buen gobernante si la percepción de la sociedad es la de ser guiados por un papanatas, y al revés, de poco sirve gozar de una gran popularidad si al final del día, no se tiene gobernabilidad o se pierde el poder. Por eso dicen que en política lo que parece, es. Y también, que política sin poder, es padecer.

En las tensiones de luchar por un proyecto político de cambio, lograrlo y después tener el mandato de hacerlo realidad, se encuentran quienes ganaron las elecciones del pasado primero de julio. ¿Bajo qué parámetros se puede medir el éxito de su misión? En primer lugar, con el cumplimiento de sus propias promesas de campaña; en segundo, con la satisfacción de los anhelos y la solución de los problemas de la gente.

Para López Obrador, el desafío es construir gobernabilidad sin traicionar los principios. Sus votantes lo hicieron porque creen en su persistente proyecto de cambio, pero también porque al votar por él, quisieron castigar al partido responsable de uno de los peores gobiernos de nuestra historia, el PRI. No debe ser sencillo para sus seguidores observar que quienes han recibido un trato privilegiado del “virtual presidente electo” han sido justamente los priístas Enrique Peña Nieto, Manuel Bartlett, Manuel Velasco y José Antonio Meade.

Los cambios de política pública que ha propuesto López Obrador aún son de discutible realización o beneficio, como la disminución generalizada de salarios en la función pública, la supresión de puestos o el traslado de las secretarías de Estado al interior del país. Lo que ya es real, es que ha decidido construir su gobernabilidad pactando con el sistema político priísta en el que se formó y que tan favorablemente ha jugado para su arribo al poder.

Revolucionario en las formas e institucional en el fondo, el comportamiento de Andrés Manuel se parece mucho al de los presidentes emanados del PRI y su célebre gatopardismo: “Que todo cambie para que todo siga igual”. De seguir así, confirmaremos que la “cuarta transformación” se refería al peinado de Andrés Manuel López Obrador para parecerse al de Benito Juárez.

A nivel local, Xavier Nava logró derrotar a Ricardo Gallardo, de manera sorpresiva y apoyado por una estructura de intereses tan variopinta que incluyó a: Juan Manuel Carreras; los dueños priístas de varios medios de comunicación impresos y electrónicos; una parte del PAN; ricos empresarios especuladores de la tierra y depredadores del agua; Antorcha Popular (remember el terrenito de la corrupción); una cantidad considerable de funcionarios priístas federales; otro tanto de funcionarios priístas locales como Gustavo Puente Orozco y el Caco Leal; operadores gallardistas que fueron comprados; viejos personajes adictos al gobierno carrerista como Teófilo Torres Corzo, Fernando Pérez Espinosa y Octavio Pedroza; agrupaciones falsamente ciudadanas usadas para golpear políticamente a los adversarios; y buena parte del navismo-priísta.

Visto así, el triunfo ya no parece tan “inesperado”, sino la consecuencia natural de una operación oficial de alto nivel que tiene la mirada puesta en el 2021. Ya solo dos cosas pueden evitarlo: la digna oposición de muchos panistas que no se van a resignar a servir de vientre de alquiler para llevar el bebé-candidato de Carreras; y por el otro, que Xavier Nava será sometido a las mismas exigencias y será medido con el mismo rasero que Ricardo Gallardo. Ya se verá si el tráfico de influencias, la opacidad, la corrupción, la violencia, los baches, la riqueza inexplicable y los negocios al amparo del poder, se terminan tal y como lo prometió el ex gallardista Nava, o solo encuentran una nueva versión más “nice” para complacer a la socialité potosina.

En el Congreso del Estado el mandato es simple, claro y unívoco: restituir la dignidad al parlamento, hacerlo una auténtica representación de los intereses ciudadanos y elevar sustancialmente la calidad del trabajo legislativo. Lamento decir que no será tan fácil como disminuir la dieta de los legisladores o hacer demagogia en los medios. Se trata de hacer del Poder Legislativo un contrapeso republicano y una institución respetable.

¿Podrán reinventarse los políticos frente a sus nuevos retos? ¿Serán capaces de transformarse a sí mismos para poder transformar la realidad y ajustarla al tamaño de sus promesas de campaña? ¿Terminarán convertidos en aquello que juraron destruir y serán repudiados por otros, tal como ellos repudiaron a quienes les antecedieron?

Ya veremos. Por lo pronto, vamos a comenzar de nuevo.

Twitter: @OSWALDORIOSM
Mail: oswaldo_rios@yahoo.com

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