Conducta prudente: ni contagiar, ni contagiarse

Por Victoriano Martínez

Luego de que este lunes se concretó el regreso de San Luis Potosí al rojo dentro del Sistema de semáforo COVID-19, el panorama comienza a mostrar estragos de 130 días de alteración en la cotidianidad de manera general, pero especialmente en quienes ha quedado claro que son los combatientes en primera línea en una batalla contra un enemigo que “no se ve, pero mata”.

Con esa referencia hecha por la doctora Mónica Rangel Martínez, titular de los Servicios de Salud en el Estado, no sólo queda reflejada la invisibilidad de un enemigo denominado SarsCov-2, sino otra serie de enemigos emergentes a los que se tienen que enfrentar.

El primero, y el más notorio, es el alto riesgo de contagio que enfrentan por estar en primera línea. Una realidad de la que da cuenta el hecho de que se reporta que uno de cada diez casos confirmados de Covid-19 en el Estado fue detectado entre el personal de salud.

Pero no sólo exponen la integridad física. Miguel Ángel Lutzow Steiner, director de los Servicios de Salud, informó que en San Luis Potosí ha detectado 18 casos del síndrome de burnout entre el personal de salud derivados de atender la crisis sanitaria por el COVID-19.

El síndrome de burnout consiste en un desgaste fisiológico derivado del desgaste profesional por sobrecarga laboral que representa uno de los principales problemas de salud mental en la actualidad y se considera la antesala de muchas de las patologías psíquicas.

La vuelta al semáforo rojo da cuenta de un elemento más de desaliento: por mucho que se les califique como héroes en esta batalla y se convoque a dedicarles un aplauso a la distancia, de poco sirve si se trata de reconocimientos que no van acompañados de las actitudes preventivas que son el verdadero indicador de apoyo a la lucha que libran.

Un gesto de solidaridad en la batalla que, por su ausencia, alcanza a provocar que quienes están al frente de las instituciones de salud, como la doctora Rangel Martínez, consideren válido que se planteé realizar un paro nacional de los trabajadores de la salud debido a la falta de conciencia de la población ante la epidemia, así sea como llamado desesperado para que la población reaccione.

Estragos de una batalla sobre la que no debe perderse de vista que el enemigo “no se ve, pero mata”, y sobre su presencia y comportamiento difícilmente se puede responsabilizar a las autoridades, pero tampoco totalmente a las actitudes de la población.

Una invisibilidad viral que pone a prueba la capacidad de coordinación entre autoridades y población, que de las primeras reclama mejoras en sus instrumentos (la reconversión hospitalaria es un ejemplo) para proteger a sus ciudadanos, y a éstos la adopción de una actitud ejemplar, básica para controlar la epidemia, que el filósofo español Javier Gomá, en plena crisis en su país, expresó así:

“La única solución posible descansa en la ejemplaridad del ciudadano corriente, que cada uno desarrolle una conducta prudente por la que ni contagie ni se contagie. Cada cuerpo humano puede ser cómplice de una muerte, colaborador necesario de ella, aun estando aparentemente sano, y ahí no pueden llegar ni el gobierno ni las instituciones”.

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