Carlos Rubio
Esta vez no era una conmemoración, como se acostumbra llamar en el Día de la Mujer, esta marcha era una alerta roja, un grito exasperante ante el mar de sangre que ha envuelto a México en las últimas semanas, en los últimos años. Ante la indiferencia de un gobierno que mostró mayor enojo por un despiadado ataque con diamantina, que por una inocente violación.
Cada mujer que se acercó llevaba consigo el recuerdo del momento en el que se transformaron sus miedos; ya no es a la obscuridad, es a tener que huir de alguien a plena luz del día; ya no es a estar sola, es temerle a quien la acompañe; ya no es a los muertos, es a los vivos y sobre todo a aquellos que las acechan todos los días.
Verde, morado y negro eran los colores que más destacaban y adornaban el quiosco de Plaza de Armas, que para las 6:30 de la tarde ya lucía totalmente lleno. Destacaron en el centro del lugar, aun cuando había dos manifestaciones más, ellas lograron impregnar el ambiente con una esencia luchadora. Más de una que pasaba sin rumbo, decidió unirse para exhalar todo lo que por miedo se había guardado.
Cuando encendieron el megáfono y sonaron los tambores, todas guardaron silencio. Aún dispersas, escucharon a una compañera hablar; poco a poco las palabras las comenzaron a unir, hasta el momento en el que todas juntas corearon al unísono: “¡La policía no existe!”. Ya no eran desconocidas, era una conexión, una sola voz que llenaba hasta el más recóndito espacio de la plaza, y envolvía hasta a la más apática de las personas.
Con carteles, diamantina y energía de sobra, comenzaron su recorrido. Primero, les recordaron a todas las autoridades posibles que están hartas de su inutilidad; el Congreso del Estado, Palacio de Gobierno y Palacio Municipal, fueron puntos donde se detuvieron por momentos y elevaron sus canticos lo más alto posible: “Me cuidan mis amigas, no la policía”, “vivas se las llevaron, vivas las queremos”.
“Porque somos personas, no números”, se podía leer en uno de los tantos carteles que cargaban con firmeza hasta el cielo, imprimiendo tanta fuerza con sus manos, que casi destruían el papel; fue esa forma de aferrarse al deseo de libertad, y no descansar hasta conseguirlo, lo que le dio vida al movimiento.
Avanzaron sobre la calle Allende hasta tocar el esplendor de una avenida Carranza y una plaza de Fundadores que se iluminaban por el cálido y entusiasta sol de las casi 7 pm. Es el espacio donde nació la ciudad, donde comenzaron a edificarse los más absurdos sueños y donde sus antepasadas fueron opacadas por un sistema que por siempre favoreció al género masculino; pero ya no más, es el hartazgo femenino el que grita este día.
La Universidad Autónoma fue la siguiente parada; la máxima casa de estudios de San Luis Potosí que se ha destacado no por su nivel educativo, sino por los numerosos casos de acoso de profesores hacia alumnas y por un rector silencioso y temeroso, que arropa a los acosadores y los esconde, ante la vista de todos.
Se colocaron frente al Edificio Central y bloquearon el paso de la calle Álvaro Obregón: “Y esta es una muestra, las calles son nuestras”. Así, poco a poco volvían suyo un Centro Histórico que durante el día y la noche luce amenazante para cualquiera que se atreva a cruzarlo sola; lo convirtieron en un escenario donde eran libres de expresarse, donde podían caminar sin sentir miedo.
Prolongaron su estancia y el bloqueo de la calle. Cedieron el megáfono a cualquiera que quisiera compartir algo. Contaron historias, leyeron poemas y una de ellas decidió improvisar un rap en el que golpeteaba a las autoridades y con el cual hizo vibrar el ambiente para después ganarse los gritos y aplausos de todas.
Regresaron a su punto de partida. Formaron un circulo en el quiosco y como si hubiera una hoguera en el centro, se llenaron del calor que desprendía cada una por la adrenalina del momento.
Una vez más, el megáfono estaba abierto para cualquier mujer que quisiera hablar. Lo tomaron. Entre lágrimas, contaron sus anécdotas más frías y dolorosas, se abrieron en el único lugar donde sabían que no serían juzgadas. Nombres y modus operandi de hombres que las habían violentado en el pasado, salieron a flote.
Por último, se fundieron en un abrazo que confirmó la hermandad, la unión que sólo el caos pudo conformar. La culminación del breve momento de armonía del que pudieron gozar.
Así, bajo el lema #NoMeCuidanMeViolan, se unieron a la serie de manifestaciones que se realizaron en diferentes estados del país para condenar los abusos hacia mujeres por parte de la policía y el creciente porcentaje de feminicidios en México.
Parte del camino, hacia su libertad.