“Cuando por todas partes gime la patria…”

Los reporterillos de Astrolabio Diario Digital echamos un vistazo al pasado y en esta sección le presentamos uno de nuestros hallazgos:

Esta vez nos encontramos una “Revista interior” sobre la situación que se vive en el país. Se trata de una descripción presentada en El Universal del 15 de enero de 1850, hace exactamente 167 años. Léalo con cuidado y al final piense en cuántos de los señalamientos ahí hechos siguen plenamente vigentes. Se sorprenderá. He aquí el recorte y enseguida la transcripción:

DelPasado13_Ene15-17

REVISTA INTERIOR

No Vamos a hacer una revista de la situación interior del país, porque ni cabe en un artículo, ni tenemos datos para ello, cosa indispensable para hacerlo como corresponde. Vamos únicamente a echar una rápida ojeada sobre la situación de nuestras cosas, para que se vea que el retrato hecho por el Siglo XIX en su artículo de antier, que tituló lo mismo que el presente, es un retrato sobremanera infiel, como era preciso que lo fuera, habiendo sido hecho arbitrariamente y sin datos, como lo dicen sus redactores al principio del mismo artículo.

Es lástima que los periódicos que blasonan de ser más acreditados entre nosotros, escriban con tanta ligereza sobre asuntos de tanta importancia; ligereza que se echa de ver, ya en la inexactitud de los relatos, ya en los comentarios que se hacen sobre ellos, ya en fin, en las contradicciones a que da lugar la falta de fundamentos, y el empeño de ocultar verdades que están a la vista y al alcance de todo el mundo.

La situación de la República mexicana no es, ni con mucho, tan lisonjera como la pintó el Sr. Presidente de la República en el discurso de apertura; y como a este documento se refieren los señores del Siglo XIX para asegurar que el país marcha sin embarazos por el camino de la prosperidad, podríamos referirnos a lo que dijimos sobre aquel discurso, para probar los errores en que han incurrido nuestros colegas, y aun para patentizar que estos errores merecen más bien el nombre de falsedades, por cuanto versan sobre hechos  que todos hemos presenciado, y que no han podido ocultarse ni aun a la vista apasionada de los mismos que los desfiguran.

Mil veces hemos dicho que es una locura ocultar la verdad en materia de tanta monta. ¿Qué adelanta el enfermo con hacerse ilusiones sobre el verdadero estado de su salud, si una dolencia verdadera y real va minando su existencia? El resultado será abandonar la curación que podía salvarle, y la enfermedad, sin encontrar obstáculo a sus progresos en los esfuerzos de la ciencia o el arte, acabará por cortar la vida del individuo. No; no es un principio de tétrico despecho el que nos hace a nosotros decir claramente lo que pasa; no es la bárbara y atroz complacencia de angustiar a nuestros compatriotas, la que nos obliga a pintar al país lleno de dolores, plagado de miserias y rodeado de peligros; es la convicción íntima en que estamos, de que el remedio es urgente, y de que no se puede poner mientras los hombres públicos no comprendan esta imperiosa necesidad.

Por eso hablamos, por eso nos lamentamos incesantemente: quizá alguno de esos gritos llegue a oídos de los que gobiernan, y los despierte del fatalísimo letargo. Ellos procuran dormirse sobre un abismo, y quieren que la nación se duerma también; pero nosotros que vemos el riesgo que corremos todos, queremos que todos velen, que todos trabajen, y que trabajen con actividad, porque no sin vigilias y sacrificios se puede arrastrar otra vez hacia el buen camino, a una nación que se extravió de él hace tantos años; y que por tanto tiempo ha andado perdida en erradas veredas.

¿Cómo puede decirse que estamos bien, cuando no hay hacienda, ni se paga a los acreedores nacionales, ni se paga a los extranjeros, y cuando casi se mueren de hambre los empleados, las viudas y todas las demás clases que dependen del erario? ¿Cómo hemos de estar bien, cuando a pesar del escándalo de tener a todos los acreedores descontentos, ha sin embargo un déficit de consideración en el presupuesto de gastos, sin que se piense ni se quiera pensar en un medio eficaz de cubrirle? ¿Cómo hemos de estar bien, si no tenemos una buena administración de justicia, y los criminales se pasean impunes por los caminos y ciudades, y los viajeros laboriosos llevan por todas partes comprometidos sus intereses y sus vidas? ¿Cómo hemos de estar bien, cuando el poder dio un escándalo cuyas consecuencias no se han borrado todavía, y cuando la prensa, en vez de salir a la defensa de la verdad y de las leyes, se ocupa en justificar las mentiras y los atentados contra la legalidad? ¿Cómo hemos de estar bien, si los Estados no comprenden la naturaleza de sus relaciones con el gobierno general, y si éste carece de prestigio y de medios de acción para hacer el bien público aunque quisiera? ¿Cómo hemos de estar bien, si el actual orden de cosas abre la puerta a la desobediencia y al desacato, y si los mismos que sufren las consecuencias de este mal, no aciertan a pensar en otra cosa? Por último, ¿cómo hemos de estar bien, si los gobernantes, los legisladores, los escritores ilustrados, dicen que la nación progresa cuando se atrasa, prospera cuando se arruina, y es dichosa cuando es desventurada?

He aquí el mayor de nuestros males: cerrar los ojos a la luz, el entendimiento a la verdad, el corazón a los sentimientos compasivos. Sí; porque harto digno es de lástima un país, que siendo pacífico , sufre la incesante inquietud de las revoluciones; que siendo rico, sufre privaciones y pobreza; que siendo dócil, tiene continuamente sobre su cuello el pie de una tiranía, tanto más cruel y detestable, cuanto que viene envuelta en el mentido manto de la libertad. ¡Y todavía se quiere que este pueblo se tenga por dichoso! Por cierto que ha de ser difícil hacérselo creer; y por fortuna es así, porque ¿qué esperanza nos quedaría, si a tanto llegara la fascinación de ciertos hombres, y el desvarío de la generalidad? Ninguna: la patria llegaría a caer en la sima que la aguarda, y su catástrofe no sería menos terrible, porque la hubieran arrollado en su caída los cantos de las sirenas.

Ninguno de los que han intentado en estos últimos días pintar la situación del país como muy dichosa, ha dejado de incurrir en absurdas contradicciones. Así el Siglo, en el artículo citado, dice por una parte, que los ánimos y la prensa de los Estados se han ocupado de las cuestiones inútiles suscitadas en la capital por el bando servil, abandonando las mejoras materiales y positivas; y dice por otra, que los Estados no piensan más que en promover estas mejoras. En cuanto a la situación de los mismos Estados, en sus relaciones con el gobierno general y con respecto a su progreso interior, no han más que recordar los sucesos de Zacatecas, la diferencias entre Chiapas y Tabasco, la guerra de Yucatán, las penurias financieras del Estado de México, lo que sufren Querétaro, Guanajuato y San Luis aún después de terminada la sublevación de la Sierra, las incursiones de los bárbaros en los Estados del Norte… y el que recuerde esto, y medite bien lo que ha pasado y lo que pasa, seguramente no dirá que los Estados prosperan, y que sus relaciones con el gobierno general son satisfactorias. Mucho se ha hablado en sus legislaturas, de proyectos de reforma, eso sí; sus diputados no hacen otra cosa durante un año, que presentar proyectos y dictámenes sobre ellos, y discutir y dar leyes; pero después de tanto debate y tanto discurrir, ¿qué se ha hecho que pueda llamarse grande? A excepción de alguno que otro puente levantado, de alguno que otro camino compuesto, y de algún pequeño establecimiento que se abrió en media docena de Estados, bien puede decirse que no se ha hecho nada. El costo legal de todas esas obras no importará tal vez la mitad de las dietas de los diputados y senadores que hay en las legislaturas. Sería curioso comparar lo que estas cuestan cada año, con los beneficios positivos que anualmente reportan a los Estados, de sus deliberaciones.

¿Y el Distrito? No hablemos de esto; no recordemos los días de vergüenza que pasaron, ya que los que son realmente responsables del escándalo, hacen mención de él para seguir insultando a los habitantes del Distrito. Gracias a su sensatez y cordura, no hubo que derramar tantas lágrimas como hubieran querido los que invocaron a la revolución en auxilio de su desprestigiada causa; pero esto no impide que lloremos aún las consecuencias de aquel paso desesperado. A él se debe que la capital no tenga ayuntamiento, y que no se hagan en la población las mejoras a que están  destinados los fondos del municipio. Hay muchas diversiones, dice el Siglo… Sí; pero cuán pocos son los buenos mexicanos que se abandonen tranquilos a disfrutarlas! Cuando por todas partes gime la patria con el peso de los infortunios que le arrojó encima la mala fe y la ignorancia de un partido, mal pueden divertirse sus hijos, por mucho que se multipliquen los públicos espectáculos.

¿Hay esperanzas? Eso sí; pero nosotros las sacamos de los mismo que nuestros adversarios vituperan. Hay esperanzas, porque la revolución moral sigue adelante, y no parará hasta lograr un completo y brillante triunfo.

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