Frater Ignatius
Antes de pasar a revisar la vida de William Godwin y de Fourier – antecedentes directos del anarquismo contemporáneo- otros autores menos famosos sembraron la semilla del ideal ácrata para conseguir un mundo sin coacción. Tal es el caso de los franceses Ernest Coeurderoy y Joseph Déjacque, participantes en la revolución de 1848. El primero publicó una obra pionera en el tema que tratamos: Revolución en el hombre y en la sociedad. ¡Hurra! O La revolución de los cosacos, en las que defendía la necesidad de destruir las bases políticas y sociales vigentes para hacer posible el nacimiento de un hombre nuevo ( Javier Paniagua). Fue un anarcocomunista, testigo de la primera insurrección proletaria de junio de 1848, al pie de las barricadas y a partir de la cual ya nunca renunciaría a combatir la explotación y a defender los derechos del pueblo (Wiki). Un hombre que se sensibilizó cuidando enfermos mentales en el hospital de la Salpetriere.
En 1848 la burguesía aplastó al proletariado, dejando una huella profunda en este luchador social, la cual hizo que dedicara toda su corta vida a luchar por la injusticia y la opresión. Podemos decir que tanto Coeurderoy como Déjacque son una especie de románticos, de poetas revolucionarios, de trovadores de la esperanza traicionada que cantan a pesar de la desgracia y del desconsuelo. Hacen eco de una melancolía revolucionaria abatida, destruida, ajada y colapsada por el triunfo de la estupidez y el dinero.
Posteriormente marchó al exilio y nunca regresó a su país natal. Era un hombre inclasificable, un ser especial y único. No aceptaría ninguna ideología y tampoco a tener discípulos, pero sus escritos despertarían mucho entusiasmo en varios lectores. Max Nettlau, el historiador anarquista austriaco, lo considera como un auténtico precursor del anarquismo. Al ver los cuadernos del maestro francés en el exilio, lo alabó profundamente. Coeurderoy fue un “llanero solitario” que luchó por los más pobres y combatió incluso a los jefes republicanos y socialistas a cuyas ambiciones y disputas hacía responsable de la derrota de la revolución proletaria de 1848. En España escribió su alabado Días de destierro.
En octubre de 1862, se suicidó en la pequeña aldea de Fossaz, cerca de Ginebra. Desesperado por la impotencia que le habían generado las sucesivas frustraciones, decidió acabar radicalmente con sus sufrimientos a los 37 años de edad.
Por otro lado y siguiendo en líneas generales al maestro Paniagua, el otro personaje entronca más directamente con la concepción libertaria. Es un hombre que podría ser sacado de una película de aventuras. Déjacque fue poeta, pintor de brocha gorda, escritor y aventurero. Lo encarcelaron durante un tiempo acusado de agitador socialista. Escribió una serie de poemas y fábulas sociales que le valieron estar en la cárcel por más de dos años.
Estando en Nueva Orleans escribió su famosa utopía anarquista “El Humanisferio, Utopía Anarquista”, pero no pudo encontrar editor. Ya en Nueva York, se publica en “Le Libertaire, Journal du Mouvement social”. Hizo también propaganda por la causa abolicionista, al criticar el ahorcamiento de John Brown.
Déjacque también defendió los métodos violentos, los cuales consistían en llevar a cabo una acción directa, destruyendo todo tipo de instituciones, a las que había que eliminar para construir una sociedad libre. También buscaba abolir la propiedad personal, la propiedad de la tierra, edificios, fábricas, tiendas y toda propiedad que sea instrumento de trabajo, producción y consumo.
Podemos afirmar que este tipo de individuos únicos son motores en el pensamiento anarquista. Personas con sensibilidad muy alta hacia las causas sociales pero sobre todo hacia el pensamiento creativo, independiente y libre. En ulteriores entregas estaremos revisando aunque sea en forma sucinta, la vida de estos personajes que realmente inspiran a desarrollar un pensamiento independiente que permita una emancipación tanto en las maneras físicas como mentales.
