Hospital “La Castañeda”, una terrible huella en la psiquiatría mexicana

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En la sociedad actual es normal que en algún momento cualquiera de nosotros experimente momentos de ira, agresión o enojo, es signo de una sociedad que implementa acciones acorde con sus necesidades. Pero hubo una época en que cada reacción y conducta fuera de la norma era mal vista por la población, y provocaba un castigo exacerbado. Este era el pan de cada día para el México de 1910, cuando recién se abría paso a una nueva era: el conocimiento y estudio de la locura en un lugar que muchos condenaron como atroz…

Las acciones de un gobierno en ascenso.

Meses antes de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910, México exhalaba un denso y amargo aire de descontento. El enojo de los pobladores pendía de un hilo al ver cientos de muestras de represión, pobreza y desigualdad social. El presidente de aquellos tiempos, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, había acumulado reelecciones dando pie a una dictadura, que se vería comprometida tras el movimiento que se estaba gestando.

Como una medida de apremio, donde demostrara la superación y avance del país, Díaz decide comenzar la presurosa realización de ciertos edificios para el bienestar social. De este modo nace El Manicomio “La Castañeda”, acompañado de la apertura, algunos años atrás, del famoso palacio negro: la cárcel de Lecumberri. Ambas eran imponentes construcciones que representaban progreso y modernidad. Sin embargo, lo que se ocultaba dentro de ambos, hasta la fecha evoca sólo un mal sueño del que pronto los pobladores quisieron despertar.

Creación y población general.

 

El Manicomio General de “La Castañeda” fue inaugurado el 1 de septiembre de 1910, siguiendo las medidas arquitectónicas de un hospital psiquiátrico francés llamado “Charenton”.

Era considerado un hospital modelo, la respuesta a la interrogante de “¿Cómo hacer a nuestra sociedad progresar, al igual que todos aquellos países de primer mundo en Europa o como Estados Unidos? No obstante, el precario conocimiento y tratamiento de las enfermedades mentales orillaron a las autoridades a no saber discernir entre quienes eran los que merecían su estancia en este lugar y quienes debían ser dados de alta.

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La Castañeda fue poblada con 350 hombres transferidos del Hospital para dementes de San Hipólito, ubicado en las cercanías del Centro Histórico de la Ciudad de México, que, en la época del Virreinato, se destinaba al cuidado de herejes y sublevados de la fe; y con 429 mujeres del Hospital Divino Salvador, el cual acogió a mujeres sin hogar, gracias al arzobispo Francisco de Aguiar, quien donó esta casa proveyéndola de limosnas hasta su muerte. En aquellos tiempos, la locura estaba asociada con la divinidad y la falta de fe, no obstante cuando se comenzó a tener la sospecha de que la locura era una enfermedad, todos estos pacientes resintieron la ambivalente transición.

Al abrirse el manicomio general, ambas instituciones para dementes fueron clausuradas, con la premisa de que el avance estaba tras las puertas de La Castañeda.

El ser humano que cedía a su deseo era el enfermo.

Como podrás darte cuenta, aquel lugar era un cúmulo de ignorancia y falta de cuidad, hizo las veces de asilo y estancia de atención para las personas más pobres y que no entraban en la funcionalidad de la población. Las distintas divisiones de la Castañeda demostraban lo mal informados que se encontraban los estudios psiquiátricos.

Existía un Pabellón denominado Los Distinguidos, que recibía a personas de primera clase, sin tipo de padecimiento. Estaba también el Pabellón de Observación para indigentes y pensionistas; los toxicómanos formaban otro pabellón. Además, estaba aquel en el que se refugiaba a los más peligrosos (asilados violentos, impulsivos, agitados y algunos presos procedentes de las cárceles). El pabellón de los epilépticos, imbéciles e infecciosos llegó a refugiar hasta a prostitutas. Existen documentos que indican que La Castañeda asilaba incluso a homosexuales, enfermos venéreos y todos aquellos que sucumbieran ante su “pasión”.

La mayor parte de la población masculina fue diagnosticada como alcohólica, a las mujeres se les catalogaba de neuróticas. El medicamento que solían proporcionar no otorgaba una “cura”, puesto que más del 80% de los pacientes en este lugar no tenían que estar ahí, pues no padecían alguna enfermedad mental.

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Los estándares de locura eran medidos según la peligrosidad o razones por las cuales las personas eran ingresadas en el hospital, formando un tipo de locura que merecía encierro.

En las distintas etapas de progreso y descenso de La Castañeda, los asilados, poco a poco, sucumbieron ante el internamiento, provocando en su mayoría, enfermedades mentales reales, acabando con sus vidas y alejándolos de sus familias.

Tras el periodo posrevolucionario, La Castañeda contribuyó como una fuente de empleo para la crisis. No obstante, la decadencia se hizo presente en forma de hambre, poca higiene y salubridad, los internos no eran prioridad.

La familia del “loco” era la que cedía a la institución los derechos, control y cuidados del mismo, manteniendo así la promesa del gobierno de que tenía todo bajo control. Sin embargo, esta medida resultaba contraproducente para el interno, puesto que si llegaba a darse de alta al paciente, la familia podía decidir internarlo de nuevo, velando por sus propios intereses y necesidades.

La cruel estadía en un infierno real.

A pesar de no existir documentos que lo acrediten, algunos testimonios de ex empleadosde La Castañeda, aseguran que muchos internos arrojaban desde las ventanas platos atados a hilos para que, de este modo, la gente que pasara pudiera darles pan o algún otro alimento. Las condiciones era precarias, se dice que incluso se habían retirado las camas para que pudieran caber todos los pacientes, aunque durmieran en el suelo. Este hospital llegó a albergar 3500 almas, que poco a poco perdían intención de vivir, perdían salud mental y la esperanza de salir y ser libres de nuevo.

Piensa que, personas que hoy día consideraríamos sanas o funcionales, vivían las terribles condiciones a las que La Castañeda los sometía. Imagina a aquellos que realmente necesitaban una atención y tratamiento. Los crecientes casos de esquizofrenia, que en ese entonces comenzaba a surgir, se consideraban peligrosos, y los sujetos eran aislados de la población, sin mayor estudio o investigación.

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El manicomio fue destruido en el año 1968, en el marco de las festividades próximas a las Olimpiadas que tendrían sede en México. El orden y el bienestar de la población debía mostrarse cuando los ojos del mundo estaban sobre este país, La Castañeda era una sombra que debía erradicarse. Tras su demolición, los internos fueron trasladados a granjas-hospitales de descanso.

Se dice que la estructura arquitectónica de La Castañeda era tan majestuosa que se decidió llevar la fachada al pueblo de Amecameca, Estado de México, y ahí conservar esos últimos vestigios, dejando así sólo escrito dentro de algunos expedientes la muestra de la decadencia de la época y la falta de humanidad hacia los supuestos enfermos mentales.

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