Morir en San Luis

Por Antonio González Vázquez

A Don Ariel lo mató una bala que le entró directamente en la cabeza, aunque en realidad también lo mató la omisión e irresponsabilidad del gobierno, del municipal y del estatal que han sido incapaces de brindar seguridad física y patrimonial a los capitalinos de todas las condiciones sociales y económicas. El altar a Don Ariel es mudo testigo de una injusticia más, de un hecho violento más que está en la impunidad, de un acto criminal que no debió suceder. Unas flores para Don Ariel, unas veladoras encendidas para que iluminen el sendero que tomó para alcanzar el cielo. Rosas y claveles que perfumen la tierra donde ahora descansa Don Ariel. Ya no está con su familia, ahora está con Dios y la gente está encabronada. Un altar junto a la cortina de un negocio que por 17 años se llamó El Sitio, una tienda varias veces golpeada y lastimada por los delincuentes. Es la colonia Valle Dorado donde la policía ha estado ausente. Es un altar en memoria de alguien que defendió lo suyo con su propia vida. Sus familiares, amigos, vecinos y clientes, exigen justicia y que no hayan impunidad, pero en San Luis Potosí eso es como una voz que clama refugio en el desierto. Miles de policías en la ciudad y pocos tan honestos y responsables como para cuidar en serio a la gente, se cuida a los funcionarios, a sus familias y cuando se quiere, se extorsiona y daña a la gente. El crimen inútil de Don Ariel es un hecho incontestable que confirma la nula prevención del delito, que los agentes del orden cuando andan en las calles no buscan prevenir nada sino que protegen a los que asesinan. “Apoyémonos todos contra la delincuencia”, escribieron en una hoja en la cortina de la tienda que hoy está cerrada porque no hay quien la atienda. “Valle Dorado está unido”, dice en otra hoja porque los colonos saben, desde hace tiempo, que contra la delincuencia hay que protegerse entre ellos. Mientras en el ayuntamiento regalan tortillas y agua, mueren potosinos ejemplares. Mientras el gobierno estatal mantiene su interminable perorata por la seguridad, este altar mortuorio le da al gobernador Carreras una bofetada con guante de luto. Esta es la realidad. Flores blancas y amarillas, el aroma de las horas difíciles de la muerte, de las noches sin sueño y de la prolongada vigilia del duelo. Un altar más, otro monumento levantado con la indignación de quienes saben que no pueden contar con las autoridades para que les den un poco de paz. La muerte puede llegar súbitamente y no es con la vaina dispuesta sino con la pistola a punto de disparar en las manos de criminales. Esos que andan en las colonias, en las calles, que andan por todos lados sin que la policía se dé por enterada, esos que asesinan con descaro porque saben que es más fácil huir que ser detenidos. Es un altar como el que ha habido muchos en la ciudad, en todo el estado. Un altar sencillo y modesto para honrar a alguien que debería estar vivo, si es que en realidad fuéramos un estado seguro. Don Ariel es una víctima más de los ya más de 300 desde que iniciaron las nuevas administraciones estatal y municipal: ¿Hasta dónde vamos a llegar hasta que alguien se haga responsable de lo que ocurre?

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