¿Por qué nos ruborizamos?

 

Ciudad de México (18 de enero de 2017).- Un comentario comprometedor, una confusión o un cruce de miradas pueden hacer que tu cara se tiña repentinamente de escarlata. Algo que Charles Darwin calificó como ‘la más humana de las expresiones’, la respuesta normal del organismo cada vez que nos sentimos avergonzados. Se desencadena involuntariamente cuando el sistema nervioso simpático se activa y un disparo de adrenalina dilata los vasos sanguíneos del rostro, lo que permite un flujo de sangre inusual. Simultáneamente, la cara enrojece y se calienta.

La adrenalina forma parte del llamado mecanismo de lucha o huida, el modo que tiene nuestro cuerpo de reaccionar al peligro. De hecho, esa misma sustancia hace que nuestro corazón lata deprisa y que la respiración se acelere cuando nos ponemos nerviosos.

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Sin embargo, sentir vergüenza no es, en apariencia, una cuestión de emergencia vital. Algunos científicos aseguran que enrojecer así es más bien un proceso biológico relacionado con nuestra socialización: evolucionó para mostrar en público que hemos hecho algo en contra de las normas o que hemos transgredido las convenciones morales. Lo sabemos y nos sentimos culpables por ello. De este modo, dicen los expertos, atenuamos la mala impresión que causa la infracción y evitamos un potencial enfrentamiento.

Desde este punto de vista, sí se puede afirmar que el rubor es un buen mecanismo de protección. De hecho, estudios científicos recientes revelan que cuando nos ponemos colorados facilitamos que los demás nos perdonen. Porque quien se abochorna visiblemente no suele repetir la conducta que le pone en evidencia. Tan importante es que, según una hipótesis del neurobiólogo Mark Changizi, nuestra visión ha evolucionado para detectar cambios sutiles en el color de la piel humana que permiten deducir sus emociones.

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