Repensar al Che

Por Oswaldo Ríos Medrano

Hoy hace 50 años fue asesinado en la Quebrada de Yuro, Bolivia, uno de los líderes políticos y sociales más importantes de América Latina y el mundo en el siglo XX, Ernesto Guevara de la Serna, el Che.

La imagen de su mirada de “me quiero comer un yanqui”, los mechones de su melena trepidando por el aire y su infaltable boina estrellada son los elementos que integran la imagen inmortalizada (tomada en un sepelio, por cierto) por el fotógrafo cubano Alberto Korda, que sin duda, es uno de los íconos más reproducidos mundialmente. Paradojas de la vida, el acto de mayor sobrevivencia política del guevarismo es su imagen profesamente comercializada y distribuida en una sociedad de consumo en la que sus ideas y su obra no son conocidas, salvo por los colectivos y organizaciones sociales que lo toman como bandera reivindicativa exenta de cualquier ejercicio de crítica.

Ernesto Guevara nació y creció en el seno de una familia de clase media (pequeño burguesa diría él), en la Argentina. Siendo niño padeció de  asma, era un alumno inteligente pero no sobresaliente académicamente, introvertido, de carácter flamable, sin hábitos de higiene personal, de buenos sentimientos, solidario, aventurero, rebelde, y lo más importante, incapaz de bancarse una injusticia y mucho menos si quien la sufría era una persona vulnerable.

Siendo joven realizó un viaje por América Latina que lo confrontó con la cruda realidad de nuestras naciones: la miseria económica, la nefasta influencia de los Estados Unidos para imponer gobiernos y dictadores, el abuso de poder por parte de sátrapas locales, y la inconmensurable desigualdad social que hacía que los más pobres murieran de enfermedades curables o estragados de lepra sin recibir la más mínima atención por parte del Estado. Estudió medicina por encontrar en esa profesión una posibilidad de ayudar a los desválidos e incubó la idea de una patria grande que comenzará al sur del Río Bravo y que terminara en la Patagonia.

Luego un salvoconducto lo trajo a México, conoció a Fidel Castro, se embarcó en el Granma y partió rumbo a Cuba para hacer la revolución socialista que, aún a pesar de la muerte de Fidel, pervive hasta nuestros días. Ahí comienza la leyenda del Che.

En la campaña guerrillera de Sierra Maestra (que comandó) fue siempre el más osado y a pesar de su mando, usualmente formaba parte de la primera línea de combate. Los dolores de su enfermedad eran intensos y recurrentes pero no se quejaba. Era implacable en la ejecución de sus propias instrucciones y siempre el más voluntarista para demostrar la eficacia de las mismas a pesar de las condiciones más adversas. Ello le ganó el respeto, la devoción de su tropa y el grado de Comandante.

Al triunfo de la Revolución, el Che fue convidado a ser funcionario económico, desde esa posición (para la cual tenía nula formación o conocimientos), aprovechó para catapultar una nueva mística en el ejercicio de sus cargos públicos, el trabajo voluntario en la zafra o la construcción (visión totalmente discrepante de la inaccesibilidad de Fidel) y la cercanía absoluta con el sentir popular.

Vinieron luego las fallidas expediciones insurgentes al Congo y a Bolivia con los resultados que todos conocemos, extraordinario soldado, regular estratega o visionario suicida, las incursiones de “guerra de guerrillas” en lugares tan inhóspitos, agrestes y desconocidos solo podían culminar en su muerte. El abandono del Che por parte del entonces presidente Fidel Castro, contrasta con la generosidad que el argentino tuvo para seguir al cubano a arriesgar la vida en una patria ajena.

Cuando el Che fue capturado lo retuvieron en una escuela primaria, en donde, después de muchas declinaciones (nadie quería pasar a la historia como el asesino de Guevara),  un soldado raso le disparó a mansalva, dicen que para animarlo a superar la estupefacción San Ernesto de la Higuera gritó: “Dispara carajo que vas a matar a un hombre”, y sí, ahí murió el hombre y nació el mito.

Siendo muy joven milité y me forme ideológicamente en el marxismo (era la década de los noventas y la utopía socialista era ya solo nostalgia fúnebre, el muro de Berlín ya había caído, la URSS ya no existía). Ernesto Guevara de la Serna fue mí referente político merced de las muchas virtudes personales y políticas que en aquellos años me cautivaron de su personalidad, leí cualquier cantidad de libros sobre su vida, así como sus diarios, sus apuntes, sus cartas, sus discursos, e incluso sus poemas (era malísimo), y como suelo hacer con todo lo que me apasiona, comencé también a leer toda la bibliografía que pude de sus detractores. Por eso las personas cambian, porque abren su mente a la experiencia, al conocimiento y a la vida. Hay quienes se encierran en una sola visión de las cosas y son incapaces de cambiar de ideas, lo respeto, pero no lo comparto. Creo que cuando se vive sin dogmas, cada día somos otros.

El Che como puntal ideológico suele ser concebido de dos formas absolutas: o como un apóstol izquierdista sin mácula alguna, o como un asesino desalmado carente de virtud. En aquellos años de visiones maniqueas y totalizadoras de la realidad, el marxismo era una manera sencilla de explicar los problemas sociales y el guevarismo la actitud idónea para vivir la ideología desde la resistencia contestataria.

Con el paso del tiempo, en mi formación política acabó pesando más la vocación democrática que la maniquea (y congénitamente aniquiladora) perspectiva socialista, y renuncié a toda visión política que creyera en el uso de la violencia en contra de otros por razones económicas, la desaparición física de un adversario por pensar distinto o la anulación de libertades. Premisas que hoy me parecen irrenunciables en toda sociedad que se precie de ser civilizada.

Hay actitudes del Che que deben valorarse por ser auténticas y adelantadas de su tiempo, sin duda, pero también es cierto que en nombre de la “causa” privó de la vida a muchas personas sin un juicio justo, sin respetar su dignidad humana y que la Revolución Cubana es hoy una brutal abominación que segrega a los cubanos, encarcela y desaparece a sus disidentes, y reprime a sus minorías sexuales. Una dictadura empobrecedora, represiva y decrepita como la que combatió el Che Guevara en Cuba. Dicen que en la guerra solo se puede actuar así. Yo no creo ni en la dictadura, ni en la guerra y sí en la democracia y en la paz. En las primeras el resultado es siempre la muerte, y en la segundas, al menos existe la posibilidad de luchar por la vida, desde la vida.

Algún día el Che dijo: “Mis amigos son mis amigos en tanto piensen políticamente como yo”. En cambio, yo lo único que espero de mis amigos es coincidir en la libertad, la ética y en el aprecio.  

En mi lógica, yo escucharía con respeto todo lo que el Che me pudiera objetar. En la suya, él me mandaría fusilar.

De ese talante son nuestros disensos.

Twitter: @OSWALDORIOSM

Mail: oswaldo_rios@yahoo.com

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