Un abrazo por la Nación

Oswaldo Ríos Medrano

Abrazar es uno de los actos más humanos que existen.

Cuando abrazamos al otro, tomamos en nuestros brazos la residencia de su ser, y por un instante, hacemos comunión sin reservas.

Abrazamos para calmar la zozobra de la larga espera, para premiar la alegría, para hacer homenaje al mérito ajeno, para consolar un quebranto, para acompañar la ausencia, para celebrar lo que nace, en fin, para que dos sean uno solo en un momento de la existencia.

Como mexicanos, el abrazo es gesto frecuente de nuestra vida privada. En nuestra vida pública, tan proclive a hacer de la forma fondo, el abrazo ha sido más bien teatralidad y convencionalismo, pero no todos los abrazos políticos han sido parafernalia. Al menos hubo uno, especialmente uno, que significó el alumbramiento de una nación. Ocurrió un 10 de febrero (como hoy), pero de 1821.

La guerra de Independencia fue larga, cruenta y desgastante, porque el anhelo de libertad derramó mucha sangre de hermanos que no reconocían que lo eran. En momentos aciagos y de intensa crisis política, dos bandos seguían enfrascados en una guerra que no permitía la consumación de la Independencia nacional.

En un frente, Agustín de Iturbide, era el comandante en jefe del ejército del Virreinato de Nueva España (gobernado entonces por Juan Ruiz de Apodaca); en el otro, Vicente Guerrero era el jefe de las fuerzas que luchaban por la causa independentista. A principios de 1819, hubo un intento del virrey Juan Ruiz de Apodaca de brindar indulto y respeto para el grado militar de Guerrero a cambio de que depusiera las armas, para ofrecérselos, utilizó una estratagema emocional: envío al padre del caudillo para conmoverlo y persuadirlo. Después de escuchar a su progenitor, Guerrero se dirigió a sus soldados y les dijo: “Compañeros: ¿Veis a este anciano respetable? Es mi padre, viene a ofrecerme empleos y recompensas en nombre de los españoles. Yo he respetado siempre a mi padre; pero la patria es primero.”

Meses después en enero de 1821, Agustín de Iturbide le escribiría una carta a Vicente Guerrero para insistir en tratar de convencerlo con las mismas propuestas de indulto y fueros, pero el rechazo fue nuevamente tajante. La diferencia es que esta vez respondería haciendo una contrapropuesta: sí a una alianza, pero a favor de la libertad del pueblo mexicano, dejar atrás la explotación y las injusticias cometidas contra “nuestros” compatriotas (apelando a que Iturbide no era ciudadano español), y le advertía que, como la libertad no se suplica, sino que se defiende incluso con la vida, en caso de que no accediera, la lucha por la Independencia continuaría, hasta obtener la victoria. No fue necesario. Iturbide aceptó la proposición de Guerrero y le pidió reunirse para exponerle un plan que pudiera conducirlos a “un mismo fin”.

El encuentro se llevó a cabo en Acatempan, comunidad de Teloloapan, Guerrero. Según el historiador Lorenzo de Zavala, ambos jefes militares, arropados por sus tropas, tuvieron un diálogo memorable. Iturbide le dijo: “no puedo explicar la satisfacción que experimento al encontrarme con un patriota que ha sostenido la noble causa de la Independencia y ha sobrevivido él solo a tantos desastres manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad. Recibid este justo homenaje de vuestro valor y de vuestras virtudes”. Y Guerrero respondió: “Yo señor felicito a mi patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimientos le han sido tan funestos”. Un abrazo sellaría la comunión y el nacimiento México como patria libre e independiente.

Por supuesto que después de ese abrazo fundacional, el camino de nuestro país para tener libertad, democracia, justicia o bienestar no ha sido sencillo, y es por supuesto, una obra inacabada, o preferiría decir, en permanente construcción. Lo lamentable, es que, en esa búsqueda incesante del porvenir, el enfrentamiento y la confrontación han sido una constante y los momentos de conciliación para coincidir en que “la patria es primero”, han sido infrecuentes.

En un país tan diverso es lógica, natural y hasta deseable la impronta del disenso en nuestra república. Lo inaceptable, es que la descalificación personal no deje oír el debate de las ideas, que el ataque artero a la vida privada ensombrezca la necesidad de iluminar nuestra vida pública y que quien piensa distinto se convierta en un enemigo y deje de ser una persona.

Evidentemente la reconciliación no puede, ni debe implicar que se tolere la corrupción, la ilegalidad o el crimen. Pero su legítimo castigo, ha de darse en el preciso marco de las leyes y no en la arbitraria y caprichosa conveniencia de un mesías.

La paradoja de nuestra política, es que bajo el auspicio de una falsa “moralidad” redentorista, el autoritarismo busca restituirse en arcaicas fórmulas que nuestra desmemoria hace parecer novedosas.

La principal crisis de México es la de Estado de Derecho y su causa es la ausencia de una cultura política democrática y una cultura de la legalidad, tanto en su gobierno como en su ciudadanía. Esa incapacidad de reconocer que el país somos todos, y no solo quienes se allanan a nuestra forma de mirar, es lo que no nos ha permitido tener más abrazos dignos entre iguales que se saben diferentes, pero se respetan; y sí en cambio, en nuestra política abunda la confrontación inocua entre quienes se dicen diferentes, pero en conducta se muestran ínfimamente iguales. La falsificación es tal, que los abrazos en ese tipo de políticos siempre son una impostura.

Vienen las campañas, la agobiante temporada en que los políticos se disputan ferozmente, no el privilegio de servir a la Nación, sino los privilegios que indebidamente ello significa. Habrá poco espacio para el debate, para la deliberación, para la generosidad y para las coincidencias, pero eso no significa que la “guerra de lodo” a la que nos van a someter sea lo correcto y menos aún que debamos contagiarnos de la degradación, el insulto o la aversión por consigna.

Sé que puedo parecer idealista o utópico, pero yo sí creo en la suma de las diferencias para alcanzar el bien común.

La historia de México, no ha sido la genealogía del odio.

Nuestra república se engendró con una conspiración, pero nació con un abrazo.

 

Twitter: @OSWALDORIOSM
Mail: oswaldo_rios@yahoo.com

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