Una disertación anarquista

Frater Ignatius

Antes de continuar con la breve historia sobre el anarquismo que en este apartado nos ocupa, quisiera expresar algunas ideas sobre la sensibilidad anarquista.

Ante todo debemos pensar en la libertad. Sin libertad no hay nada. Y se puede argumentar que en el fondo no somos libres. Ese problema se da debido a que pensamos que la libertad equivale a quebrar las leyes de la física. Evidentemente esa libertad no existe, o al menos se da de manera acotada. En este momento deseo que me salgan alas y volar hasta el monumento a la bandera. Lógicamente es imposible.

Hablamos de libertad como un rango de posibilidades dentro de las cuales uno tiene la capacidad de elegir. Podemos elegir ir al cine o quedarnos en la casa a jugar ajedrez. Es factible pasear al perro o simplemente permanecer dormido durante horas. En ese sentido Jean Paul Sartre tiene razón cuando afirma que estamos condenados a ser libres. Empero ese ser no es suficiente, resulta imperioso hacer. No se piensa en el ser como algo que puede echar a caminar el reloj. El ser es una especie de fondo sobre el cual se construye todo el hacer humano. Digamos que es una especie de vacío – a la manera de la filosofía oriental- que permite que se desarrolle toda la maquinaria que vemos en movimiento. Hegel descubrió después de Heráclito que debe existir una especie de movimiento dialéctico que permita que las cosas y los acontecimientos se desarrollen. Sin esta dinámica de carácter dual y la cual finaliza parcialmente con la síntesis, el mundo tal como lo conocemos no sería. Empero, en el obrar humano cotidiano requerimos de una serie de facultades para poder desarrollar distintas estructuras y objetos. La creatividad, el ingenio, la capacidad de percepción estética, el entendimiento en todas sus facetas, la educación en la lógica, la conciencia de una cierta ética, la solidaridad solamente se dan con una libertad determinada aunque sea parcial o esté limitada por una serie de factores. El núcleo del pensamiento libertario en su mayor acepción es esa libertad que nos permite obrar de tal manera que podamos sentirnos a gusto en lo que hacemos, sentimos, pensamos, percibimos, creamos e incluso destruimos. Nuestra libertad casi siempre está referida como un triunfo contra algún tipo de obstáculo. Es lógico concluir que entre más conocimiento acumulemos o más modos de hacer las cosas o también esa capacidad de poder percibir las diferencias entre diferentes cosas y pensamientos, seremos capaces de estar más en libertad. Una persona ignorante no es libre, siempre estará condicionada. Es fundamental el  cuestionar todo. Preguntar el por qué y para qué de los asuntos humanos. Inquirir, curiosear, poner en duda. Empero, de la misma manera ser capaces de aumentar el conocimiento por medio de los actos mencionados anteriormente. La sensibilidad anarquista gusta de ser por momentos independiente y en otro instante compartir y debatir. Un diálogo perpetuo tanto con uno mismo como con los otros. Por ello, el pensamiento anarquista en su más amplia acepción, se encuentra totalmente unido a una forma de pensar de tipo filosófico. Todo lo que huela a una especie de control o el demeritar la capacidad de los individuos, inmediatamente hace pensar a la persona libertaria en un abuso o también en una especie de obstrucción del fluir de las ideas. Coartar la libertad en cualquier forma es una falta grave para una sensibilidad que está acostumbrada a pensar y también a debatir. Los antiguos griegos argüían que toda la vida era Agón; es decir, lucha. Tanto la confrontación en la guerra como una contienda en el ámbito de las ideas, del pensamiento, de la razón. La reyerta lleva siempre implícita la idea de libertad o al menos su búsqueda. Ser libre para vivir una vida apegada a la sabiduría parece ser uno de los actos más nobles y verdaderamente humanos. Y vale la pena pugnar por una vida más amplia, más sensible al transcurrir de un tiempo que nos invita a desarrollar todas nuestras capacidades al máximo, siempre teniendo como guía la libertad.

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