Un hombre con gallardía

Por Oswaldo Ríos Medrano

Gallardía es según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la cualidad que permite actuar con “esfuerzo y arrojo en ejecutar las acciones y acometer las empresas”. En mi vida, no he conocido a un hombre con más gallardía que Gilberto Rincón Gallardo. Él sí llevaba en el apellido, la indómita cualidad de vivir y resistir, haciendo de la gallardía una variante osada de la dignidad.

Desde muy joven admiré a Gilberto. Él, junto a Heberto Castillo y Porfirio Muñoz Ledo (cada uno por inspiraciones distintas), era uno de los liderazgos que más me influían y era referente de conducta política. Su trayectoria me parecía digna de un mexicano excepcional y su discurso, de una lucidez francamente visionaria.

Rincón Gallardo tenía formación ideológica marxista, pero su primera participación electoral fue apoyando la candidatura presidencial del entrañable panista Luis H. Álvarez. Posteriormente, junto a formidables líderes sindicalistas como Valentín Campa y Demetrio Vallejo, fundó el Movimiento de Liberación Nacional, la Central Campesina Independiente y el Frente Electoral del Pueblo, entidades imprescindibles para entender lo que más tarde serían los primeros partidos políticos de izquierda en México.

Preso político en Lecumberri en 1968, Gilberto poseía el récord de tener el mayor número de encarcelamientos (más de 30). Nunca lo arredró la injusticia, ni lo acobardó ser víctima de la represión del Estado. Es más, la persecución ni siquiera logró arrebatarle el extraordinario e irónico sentido del humor del que ni él mismo se escapaba. Solía contar con una cierta dosis de mofa, que a él se le había encarcelado en el 68 al ser acusado de lanzar una bomba molotov (el filo del comentario solo puede inteligirse si se repara en que él tenía una discapacidad física que había impedido el crecimiento de sus brazos). La discapacidad, solía decir Gilberto, nunca fue una limitación en ningún sentido, pero reconocía que para millones de personas era una barrera de exclusión infranqueable.

En los 70´s y 80´s, fundó y formó parte de la dirigencia de prácticamente todos los partidos políticos de izquierda, desde el Partido Comunista Mexicano hasta el Partido de la Revolución Democrática, pasando por el Partido Mexicano Socialista, ese que postuló a la presidencia en 1988 a Heberto Castillo y quien declinó a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, dándole con ese acto una fuerza descomunal a la oposición y una herida de muerte al viejo sistema de partido hegemónico. Detrás de la generosidad del acto, asomaba claramente la influencia de Gilberto, el político que prefería pactar para construir que romper para destruir.

Fue diputado federal en dos ocasiones y pionero de los estudios para la Reforma del Estado. Renunció al PRD en 1999 y fundó un partido político de izquierda que enarboló la agenda más societaria y vanguardista en materia de libertades públicas: el Partido Democracia Social. Despenalización del aborto, matrimonio igualitario, igualdad de género e inclusión social, fueron los temas centrales de Rincón Gallardo, quien en el año 2000 fue postulado como candidato presidencial de ese partido.

En la elección del 2000, Gilberto Rincón Gallardo logró la atención de todos los mexicanos. En el debate presidencial de ese año, lució como un verdadero estadista al hacer gala de su profundo conocimiento de las inequidades sociales de nuestro país; su indeclinable convencimiento de consolidar pacíficamente el proceso de transición democrática; y sobre todo, su serena y alegre decisión de tratar de reconciliar a México a partir de la erradicación del odio, la intolerancia y la discriminación.

Al ver que la elección se convertiría en un referéndum por el cambio o la continuidad del PRI, Rincón Gallardo fue congruente con su historia de protagonista de los grandes cambios nacionales y promovió el “voto útil” a favor del panista Vicente Fox. Su decisión le mereció el rabioso vituperio de unos cuantos fundamentalistas de izquierda, a cambio, Gilberto pudo incidir en el nuevo gobierno y concretar enormes logros en favor de las personas con discapacidad.

Es gracias a él, que se crea en 2003 el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación CONAPRED (que presidió desde su fundación y hasta su muerte en 2008); el establecimiento de la discriminación como delito en el Código Penal del Distrito Federal en 2002; la Ley Federal para Prevenir y Erradicar la Discriminación en 2003; la Ley General de Personas con Discapacidad en 2005; y la redacción y adhesión de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en 2007. De 2003 a 2008, en los últimos cinco años de vida de Gilberto Rincón Gallardo, las personas con discapacidad fueron visibilizadas y el reconocimiento de sus derechos consiguió más avances que en toda su historia. La explicación solo es una: la gallardía de un hombre que vivía la discapacidad en carne propia; que entendía el problema con una claridad meridiana; y que entregó apasionadamente su vida y su talento al servicio de una causa irreprochable.

Tuve oportunidad de conocer a Rincón Gallardo a finales de 2004 en sus oficinas de CONAPRED. Entonces yo era director de Desarrollo Político y pretendía que la leyenda fuera a San Luis Potosí a disertar una conferencia magistral sobre democracia y discriminación. En su oficina, sentados frente a frente, no podía creer que estaba en presencia de ese gigante que tanto me había inspirado. Le expresé mi admiración y charlamos un buen rato sobre México y sus problemas. Su tono pausado, su inteligencia serena, su sonrisa honesta y su generosidad sin límites, hicieron muy sencillo mi objetivo: aceptó encantado.

Vino en mayo de 2005 acompañado de su esposa, doña Silvia Pavón, se trataban con un esmero y un amor que muy pocas veces he visto en una pareja madura. Estuvo en la ciudad tres días y todo el tiempo fui su feliz anfitrión. Charlamos muchísimo de libros, de política, de filosofía, de su familia, de su discapacidad, de mi querido Heberto, de su época de estudiante, de sus decisiones políticas más difíciles, pero sobre todo de su gran convicción: que México no podría ser democrático, ni justo, si no lograba erradicar la discriminación y lograr la plena inclusión social.

Los meses siguientes continuamos nuestra amistad hablando ocasionalmente por teléfono, hasta que me enteré de su muerte el 30 de agosto de 2008. A cuatro días de su noveno aniversario luctuoso y por lo que ocurre en San Luis Potosí en pleno 2017, me atreví a escribir estas líneas.

Aquí y ahora, Catalina Torres y muchas y muchos otros activistas, expertos, colectivos y organizaciones defensoras de los derechos de las personas con discapacidad han logrado que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y la Comisión Estatal de los Derechos Humanos interpusieran sendas acciones de inconstitucionalidad (ambas ya admitidas por la Suprema Corte de Justicia de la Nación), en contra de una regresiva Ley de Asistencia Social propuesta por Juan Manuel Carreras y aprobada por el Congreso, que no tomó en cuenta su opinión, y peor aún, que violenta muchos de los principios contenidos en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. El resultado es previsible: igual que con los hermanos indígenas, quedará acreditado que el gobierno de Carreras es excluyente, insensible y transgresor de los derechos humanos de los potosinos más vulnerados.

¿Por qué pudiendo adoptar las propuestas, reformar las instituciones y erigirse como el gobernador de la inclusión social, Carreras elige ser y hacer lo contrario? Porque le han envenenado el alma y le han obnubilado la visión. No gobernador, las personas con discapacidad no son sus enemigas y tampoco el gobierno es propiedad privada o conyugal. Dese tiempo de leer lo que ellas y ellos están pidiendo, se dará cuenta de que lo que piden es justo y bueno para San Luis Potosí. Deje de mirarlos con prejuicio y se sorprenderá de todo lo que pueden enseñarle.

Es en el fondo muy sencillo: que se deje de tratar a las personas con discapacidad como enfermos y se les comience a tratar como personas. Que se les reconozca y garantice el acceso pleno a sus derechos y no solo a la asistencia social. Que los programas de la Dirección de Integración de Personas Discapacidad se conviertan políticas públicas en su favor y las implemente un Instituto. Que se entienda que la discapacidad no es un problema de salud pública sino de inclusión social.

Lo que se busca, ya lo dijo con mucha gallardía mi querido amigo Don Gilberto Rincón Gallardo: “lo que queremos es muy simple: nada de nosotros sin nosotros”.

Twitter: @OSWALDORIOSM

Mail: oswaldo_rios@yahoo.com

 

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