120 filósofos: Lucio Anneo Séneca

Una vida dedicada a la virtud y a la razón

4 a. C.-65 d.C.

Frater Ignatius

Séneca nació en Córdoba, España y era hijo de Séneca el Anciano. Fue educado en filosofía desde pequeño, en las más altas esferas de Roma. Era patricio, es decir, de noble cuna y estaba destinado a coquetear con la muerte.

Los personajes algo siniestros y extraños. Todos poderosísimos: Calígula, Claudio, Nerón. El primero lo tenía sentenciado, pero una dama cercana al enfermo mental le convenció para que aquél no fuese ejecutado. Claudio lo odiaba a causa de un simple lío de faldas y lo quería matar; la pena se le conmutó exiliándolo a un lugar donde la amante de Claudio no lo viera. Nerón, a quien educó y le dio valiosos consejos que de nada sirvieron, terminó con su vida.

Ante la amenaza, el filósofo decidió suicidarse, cortándose las venas ante la pasmada mirada de Paulina, su esposa, quien también quiso darse cuello. Un veneno encargado a su médico de cabecera, la famosa cicuta, no hizo mella en el anciano, pero ya llevado a unos vapores, su humanidad no resistió y sucumbió en abril un día soleado.

Este insigne orador, político, filósofo, escritor y educador hizo fama por sus escritos elegantes y llenos de ética y moral cercana curiosamente al cristianismo. Sus ensayos filosóficos son conspicuos tratados del bien y el altruismo. Ante todo abogó por la virtud y las buenas maneras, además de un autocontrol sobre el cuerpo y el espíritu.

Una vida simple y la práctica de la virtud del buen obrar es todo para conseguir una existencia plena y libre de los avatares más obscuros. Escribió obras de teatro que representan violencia gráfica, epístolas y tratados de ciencia natural, alabados por Plinio el Viejo.

Junto con el griego Epícteto y Marco Aurelio, fue el exponente más importante del estoicismo. Empero, su estoicismo era pragmático. A diferencia de otros estoicos, que con frecuencia aspiraban a lograr objetivos muy ambiciosos y lograban poco, Séneca formó su filosofía con un enfoque más práctico.

Sus Epístolas son tratados persuasivos en lugar de exposición de filosofía. Dicen que Boecio se consolaba leyendo a Séneca mientras estuvo en prisión.

El gran Montaigne admite la enorme influencia del pretor romano en sus ensayos. Muchas personalidades intelectuales, literarias, filosóficas reconocen el peso de sus ideas: Erasmo, Descartes, Diderot, Rousseau, Quevedo, Quincey, Dante, Petrarca, Tertuliano, San Jerónimo, San Agustín, Chaucer, Calvino, Baudelaire, etc.

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