Lutzow Steiner publica libro sobre su reclusión en penal de La Pila

El libro se centra en su “proceso de conversión y transformación espiritual”; “no es sobre religión, es sobre esperanza”, afirma.

José de Jesús Ortiz

El doctor Miguel Ángel Lutzow Steiner, extitular de la Secretaría de Salud en el Estado, publicó este fin de semana un libro en formato digital en el que narra su experiencia durante los casi tres años que pasó en el penal de La Pila, acusado por la Fiscalía General del Estado por el delito de ejercicio indebido de funciones en la época en que se desempeñó como funcionario en dicha dependencia.

El libro De la prisión a Cristo está disponible en la plataforma de Amazon y es sobre todo, como se define desde el título, un testimonio personal en el que expone su “proceso de conversión y transformación espiritual”, una revelación, que vivió en el centro penitenciario y en el que, junto con el apoyo de su familia, encontró respuestas para enfrentar su situación.

En entrevista, Lutzow Steiner comenta que en el libro “se describen muchas historias y sucesos reales, desde que me detuvieron, la primera vez que me metieron a una celda, las audiencias injustas a las que fui sometido, pero sobre todo describo todo lo bueno que recibí de Dios en medio del caos, el Señor nos extendió su mano, escuchamos su voz y decidimos confiar en Él y aferrarnos a sus promesas”.

“En la cárcel, Dios me dio la oportunidad de comprobar que es 100 por ciento real, que es bueno y, además, en medio de la angustia, de la aflicción y de que todo parecía estar en contra de nosotros, el señor se manifestó a mi vida, me acompañó me ayudó de diversas formas, a mí y a mi familia”.

El exsecretario de Salud fue detenido el 3 de mayo de 2022, acusado por ejercicio abusivo de funciones en grado de coautoría, por lo cual fue recluido en el Centro de Reinserción Social de La Pila. Pese a que la FGE señalaba que había participado en el hecho ilícito en grado de coautoría, fue el único funcionario procesado y recluido. En octubre de 2024, un Tribunal de Enjuiciamiento dictó sentencia condenatoria en su contra, aunque el pasado 4 de febrero a través de una nueva resolución judicial —en cumplimiento a una sentencia de amparo— le fue retirada la prisión preventiva justificada y se ordenó su resguardo domiciliario, el cual se mantiene hasta ahora.

“Este libro no es sobre religión, es sobre esperanza. Sobre cómo Dios transforma el dolor en propósito y cómo aún, en medio del quebranto, hay redención, sanidad y vida nueva (…) La mayoría de las situaciones y eventos compartidos en este libro son de mi estancia en la prisión y algunas de mi vida previa a la llegada al penal, las cuales se han seleccionado para compartirlas, ya que Dios me ha dado el denuedo y la determinación para escribir mis experiencias en Cristo, sobre lo aprendido y lo vivido”.

La detención

Según la acusación de la Fiscalía General del Estado, mientras se desempeñaba como director de Salud Pública de los Servicios de Salud, Miguel Ángel Lutzow Steiner participó en diversas reuniones con la exsecretaria de Salud, Mónica Rangel Martínez, y otros exfuncionarios estatales de esa dependencia, quienes habrían acordado en abril de 2020 la compra simulada de un plaguicida para combatir el dengue a la empresa regiomontana Public Health Supply and Equipment de México, a “sabiendas que dicho producto no sería entregado, generando para sí un beneficio económico”. Una acusación rechazada por el exfuncionario a lo largo de todo el proceso penal, en el que la Fiscalía no acreditó que hubiera obtenido algún beneficio económico por esa compra simulada o que hubiera firmado el contrato con la empresa regiomontana origen de la denuncia en su contra.

En el libro, el exsecretario de Salud narra lo que sucedió esa mañana del 3 de mayo de 2022 cuando fue detenido por agentes de la Fiscalía General del Estado:

“Por la mañana, me presenté a trabajar como lo hacía normalmente. Tenía una consulta programada, pero no llegó. Después de esperar un tiempo razonable y comprobar que la paciente no vendría, aproveché para ir a realizar algunos pagos y depósitos pendientes. Primero, deposité un pago en un establecimiento bancario, después, fui a otro banco a depositar dinero para mi hijo mayor y al terminar, ingresé a mi vehículo, el cual estaba en el estacionamiento de un centro comercial.

De repente, poco antes de las 10 de la mañana, una camioneta con hombres armados se puso delante de mi vehículo. Por detrás, llegaron otras personas también armadas que, de manera brusca y agresiva, me pedían que me bajara. Lo primero que vino a mi mente fue temor: pensé que era un asalto. Sin embargo, un segundo después, me di cuenta de que era la Policía Ministerial. En mi cabeza surgió un pensamiento: “El que nada debe, nada teme”. Me decía a mí mismo: “Tranquilo, todo va a estar bien,” y me bajé del coche. Segundos después, llegó el jefe del grupo, cojeando por una lesión en su rodilla. Mientras se aproximaba, me decía: “Tranquilo, doctor, mis muchachos son jóvenes y andan muy acelerados. No se preocupe, todo va a estar bien. Traemos una orden de aprehensión y debe acompañarnos a la fiscalía”. En voz alta, le respondí: “El que nada debe, nada teme. Estoy a sus órdenes, ¿qué procede?”.

El comandante me indicó entonces: “Baje sus pertenencias prioritarias, cierre su vehículo y acompáñenos a las oficinas de la fiscalía”. Así lo hice: bajé mis cosas, cerré el coche y subí a la camioneta de ellos, en el asiento trasero, donde fui escoltado por un hombre y una mujer con armas largas. En ese momento, me pareció algo denigrante y excesivo, ya que nunca en mi vida me había pasado algo así, ni había tenido tan cerca una ametralladora o lo que fuera; me estaban arrestando como si yo fuera un peligroso delincuente.

Debo reconocer que el trayecto se me hizo eterno. A pesar de las circunstancias, una vez en la camioneta, me trataron con respeto y amabilidad. En mi mente, me animaba diciendo: “Tranquilo, en unas horas esto se arregla. Voy a estar en casa. Es solo una confusión que se aclarará”. Así empezó una travesía que, en ese momento, aún no lograba dimensionar: lo que venía era “una verdadera pesadilla”. Me entregaron una orden de aprehensión firmada por un juez, que, sin mayor detalle, ordenaba mi arresto. Sin embargo, en ese documento no especificaba las causas de los supuestos delitos allí señalados.

En ese momento, no sabía por qué me estaban detenido, y al preguntar a los policías, ellos se limitaban a decir: “Lo mandó llamar un juez por un fraude, cuando usted era secretario de salud”. Y yo les respondí: “Eso es mentira. Yo no robé ni un solo peso”. ¿Cómo pasó todo esto? Me llevaron a una oficina de la fiscalía, donde realizaron los trámites habituales de identificación, revisión médica, toma de fotografías y algunas preguntas irrelevantes.

Recuerdo que uno de los comandantes me dijo: “No entiendo por qué pidieron su orden de aprehensión. Usted no tiene pinta de delincuente”. Yo pensaba: “No lo soy, es un error; en unas horas esto se aclarará”. Luego, me llevaron a otra oficina con otro grupo de personas de la fiscalía para más fotos, huellas dactilares y continuar con otros trámites de identificación. En ese momento, empecé a sentir enojo al ver que llegaban otros funcionarios con actitudes diferentes, agresivas y denigrantes. Eso me hizo sentir humillado. Me colocaron en una celda pequeña, mientras organizaban mi traslado al penal, del cual yo no tenía información en ese instante.

La cabeza me daba vueltas. En ese momento, me di cuenta de que me había confiado demasiado. Recordé que, dos semanas antes, por las noticias sobre la detención de exfuncionarios de los servicios de salud en los medios de comunicación, una colega salubrista de otro estado se enteró y me llamó para decirme: “Te van a querer embarrar, mejor ampárate. Yo sé lo que te digo. Estando afuera, te defiendes mejor”. Sin embargo, en mi soberbia, no quise escuchar. Solo pedí una opinión a un abogado, quien “indagó” y ese mismo día me dijo: “No tienen una investigación contra ti”. Con eso me quedé, y me negué a seguir el consejo que había recibido. Mi corazón estaba duro, y me decía a mí mismo: “Yo no debo, yo no temo”.

La verdad, no me gusta perder el tiempo pensando en qué hubiera pasado si a mediados de abril de 2022 me hubiera amparado. Quizás otra situación se habría contado en este libro, pero para ese momento ya era demasiado tarde. La maldad ya me había alcanzado, y tenía que enfrentar lo que estaba sucediendo en ese instante”.

Un sistema judicial corrupto y fallido

Dice del proceso penal en su contra, una vez que fue llevado al penal de La Pila y presentado ese mismo 3 de mayo ante el Juez de Control para la audiencia inicial de control de detención:

“Como sucede con miles de personas en este país y en el mundo, desde el primer día sufrimos vejaciones, injusticias y violaciones a los derechos humanos y a los principios fundamentales del debido proceso penal. Todas son de conocimiento público, y gracias a Dios fueron documentadas en video y sancionadas por diversos jueces federales, tanto de distrito como del Tribunal Colegiado. Toda esa saña y maltrato judicial alimentó nuestra desesperación, enojo, angustia y dolor, lo que nos hizo voltear y buscar a Dios, pareciera que hemos estado luchando contra toda la fuerza de un estado opresor, pero Dios es más grande y siempre ha estado con nosotros.

En la primera audiencia se me acusó injustamente de dos delitos, sin pruebas y sólo con señalamientos falsos, lo que es completamente ilegal. Gracias a Dios, quien ha obrado por medio de la justicia federal, hoy en día solo queda una acusación, sobre la cual continúa el proceso y del cual en el nombre poderoso de nuestro Señor Jesucristo saldré absuelto pronto.

Esa misma noche del 3 de mayo, sin convocatoria previa ni la anticipación legalmente establecida, sin mi abogada particular presente, sin conocer mi carpeta de investigación ni contar con una estrategia de defensa, me llevaron a los tribunales de juicio oral, ubicados junto al penal, para enfrentar la realidad de un sistema de justicia que, en mi caso, puedo testificar está corrompido y es completamente fallido.

Después de más de dos horas, salí de la audiencia con miles de pensamientos en mi cabeza. Había escuchado a las fiscales pedir al juez que me sentenciaran a 20 años de prisión por algo que no había cometido. No podía creer las mentiras con las que sustentaban la acusación; no tenían pruebas, ni una sola. Además, el juez a pesar de mi negativa, me había forzado a tener una abogada de oficio que, sin estrategia de defensa, había reconocido no conocer mi caso y, aun así, el juez de control, les otorgó a las fiscales la vinculación a proceso, lo cual era a todas luces completamente inaceptable, injusto e increíble.

Todo esto te lo relato porque, en esa audiencia, me sentí totalmente abrumado y angustiado. Pero también, vivir esa escena y esa angustia, me llevó a meditar, a abrir los ojos y a darme cuenta de dónde estaba. Me sacó de la burbuja en la que había vivido durante años y me permitió comenzar a enfrentar lo que estaba sucediendo. Lo más importante, es que eso me hizo empezar a buscar a Dios y a pedir su ayuda”.

El doble proceso

Recluido en el centro penitenciario de La Pila, Lutzow Steiner vivió un doble proceso: el que transcurrió en el ámbito estrictamente penal por las imputaciones en su contra; el otro, un “proceso espiritual” en el ámbito interno, alimentado por preceptos bíblicos y reflexiones cristianas. De ello, escribe:

“Para los creyentes que hemos vivido en un penal, se viven dos procesos simultáneos, pero no paralelos ni independientes. Dios está presente en todos y cada uno de los aspectos de nuestra existencia, como ya se mencionó anteriormente en Proverbios 3:6.

El proceso más evidente es el legal, el llamado terrenal, con abogados, jueces, audiencias y otros personajes. El otro proceso, el que todos llevamos, sea en libertad o en prisión, es el proceso espiritual, que es individual y único. No es comparable con el de ninguna otra persona, porque, así como Dios nos hizo diferentes a cada uno de nosotros—como las huellas digitales, que no hay dos iguales—, nuestra relación con Dios también es única, exclusiva, individual y particular.

En el proceso penal, hay dolor y sufrimiento tanto para el interno como para su familia. Pero, en el caso de quienes no cometimos el delito, esa situación es aún más frustrante y produce una gran impotencia, especialmente al principio, cuando apenas empezábamos a leer la Biblia y a acercarnos a Dios. Pero, más allá del dolor, que es muy duro, real e importante, porque forma parte del proceso espiritual, todo lo malo y perverso del mundo, y lo que hemos vivido en estos años, se ve superado por el amor de Cristo.

Aprendí que la cárcel no se puede vivir de una sola manera. Cada quien la experimenta desde su propia historia, su contexto, sus heridas y su fe. Lo viví en carne propia y lo vi en los rostros y las historias de muchos compañeros. No hay dos procesos iguales, ni entre los internos ni en sus familias. Lo único que se repite en casi todos es el dolor, la angustia y, muchas veces, la desesperación.

No importa la edad que tengas, al llegar a la cárcel entras en una etapa muy difícil de tu vida. En mi caso, fue como caer en un abismo de preguntas sin respuestas. Apareció el enojo, la rabia, la frustración y muchas noches en vela, en las que el sueño no llegaba y los días parecían eternos.

(…) Enfrenté un torbellino constante de pensamientos oscuros, muchos de ellos ajenos a lo que había sido mi vida emocional, psicológica o espiritual. Sentí miedo, angustia, deseos de venganza, e incluso pensamientos de muerte. Hubo momentos en los que fui tentado a consumir drogas, tomar pastillas para dormir, o simplemente rendirme, desaparecer, abandonar todo o que la solución era que mi familia se alejara de mí. Pero gracias a Dios, y a la fortaleza que encontré en Cristo, pude resistir y vencer esas tentaciones. No fue fácil. Y, tristemente, no todos cuentan lo mismo, ni encuentran la templanza que recibí de Él.

Vi a muchos compañeros enfrentar, además de su proceso penal, batallas internas con vicios, insomnio, ansiedad, miedo, tristeza profunda, melancolía, y distintos tipos de depresión. Todo eso hace que la prisión sea aún más dura, más difícil, más dolorosa y en muchos casos, todo eso aleja a las familias, lo que se convierte en un círculo vicioso dentro de un profundo abismo”.

Con esto, confirmamos que Dios está siempre presente, manifestándose a través de la obra del Espíritu Santo. Él mora en nosotros y nunca nos abandona. La única condición para experimentar su presencia es la fe en Cristo. Durante los momentos más oscuros de mi vida, cuando la injusticia parecía no tener fin y las pruebas se mantenían en el proceso, fue precisamente esa presencia constante, la del Espíritu Santo lo que me dio la fuerza para seguir adelante, tambalear, pero nunca caer, detenernos, pero no retroceder”.

La salida

El 4 de febrero, luego de una audiencia judicial para dar cumplimiento a una sentencia ejecutoria de amparo del Juzgado Cuarto de Distrito en la que ordenó declarar injustificada la de prisión preventiva, el Tribunal de Enjuiciamiento determinó modificar la medida cautelar en contra de Miguel Ángel Lutzow Steiner y ordenó su resguardo domiciliario, el cual se mantiene hasta ahora. Recuerda ese hecho:

“Estaba contento, tranquilo, y mi familia estaba lo mejor posible, hasta que, una tarde, a mediados de enero de 2025, llamé a mi esposa para saludarla como habitualmente lo hacía. Antes de iniciar la conversación, ella me dijo: “Cuelga y márcale a los abogados porque tienen una noticia que darte”.

De inmediato hablé con el abogado, y después de diez minutos de explicaciones y posibles escenarios, me dijo: “En conclusión, doctor, ya no pueden retenerte en la cárcel. Los jueces federales calificaron como ilegal la prisión que te han dado y están obligando a los jueces locales a realizar una audiencia en la que tendrán que cambiar la medida cautelar. Si no pasa algo extraordinario, el día que se lleve a cabo esa audiencia saldrás caminando conmigo del penal”.

En ese momento, dije para mí: “¡Gloria a Dios, muchas gracias, Señor!” No hice algarabía; muy pocas personas se enteraron. Además, mi esposa, mi hermana y yo acordamos no decirle nada a mis papás hasta que estuviera afuera de la cárcel. Pasaron más de dos semanas de trámites y un poco de incertidumbre hasta que, por fin, el 1 de febrero de 2025, en una audiencia especial, estaba orando en silencio desde mi lugar cuando escuché al fiscal decir: “solicitamos que el Dr. Miguel Ángel Lutzow Steiner permanezca en resguardo domiciliario”.

En ese momento, sentí una lluvia de emociones: la salida del penal había llegado. Con muchas lágrimas en mi cara y desde lo más profundo de mi ser, le grité al Señor—no como lo hacía antes, con enojo y lleno de ira, sino con amor y agradecimiento—“¡Gloria a Dios, muchas gracias, Señor!”.

Habían pasado 33 meses desde aquella mañana en la que fui a hacer depósitos al banco. Por fin regresé a mi hogar con mi esposa, mi hermana y mis abogados. Es difícil describir lo que sentí al cruzar el umbral de la entrada principal de la casa donde mi esposa había pasado tardes y noches orando, alabando y adorando al Señor. Al hacerlo, sentí que la presencia de Dios, mediante el Espíritu Santo, lo llenaba todo. Una enorme paz y un profundo sentido de pertenencia me inundaron. Una vez más, le dije: “Señor, muchas, muchas gracias”.

“El libro es también una forma de agradecer a mi familia, amigos y otras personas más que se manifestaron ayudándonos y apoyándonos de manera inesperada, sincera y desinteresada. También es para decirle a aquellas personas que están sufriendo, que están pasando por un momento muy difícil de sus vidas, que están quizás desesperadas, que se sienten solas, que sepan y conozcan que hay un Dios que todo lo puede, que no están solas y para que confíen y tengan Fe en el amor y el respaldo de Dios”, concluye Lutzow Steiner.