Aquí nadie lo vio irse: el silencio tras la desaparición de Luis Arturo Mota Rojas

Redacción

Hay noches que se parten por la mitad. La del 24 de octubre de 2010 fue una de ellas.

Luis Arturo Mota Rojas, escolta de la entonces alcaldesa Victoria Labastida Aguirre, durante el trienio 2009-2012, se levantó tras su jornada. Tenía hambre. Su madre, Elvira Rojas Hernández, le pidió que cenara.

“Me dijo que no, que no podía esperar. Que el policía Saturnino Moreno Velázquez lo había mandado llamar, que tenía que ir a la Unidad Administrativa. Se fue rápido, sin cenar”, recuerda.

Era escolta. Era policía. Trabajaba para la ciudad. Salió por una orden de mando. No volvió.

Los días siguientes no fueron días. Fueron filas interminables en oficinas, voces vacías, puertas cerradas.

Elvira acudió al entonces director de Seguridad Pública Municipal, Juan Felipe Sánchez Rocha. Lo enfrentó. Le pidió ayuda.

“Me exigió que dijera que mi hijo no estaba trabajando cuando desapareció. Que así lo buscarían más rápido. Yo lo hice. Estaba desesperada. Pero ahora sé que solo quería retrasarlo todo, borrarlo todo”.

Y así fue. En lugar de activar protocolos, desinformaron. En lugar de buscar, negaron. El proceso de búsqueda, tras presentar la denuncia por no localización ante la Fiscalía General del Estado, estuvo plagado de irregularidades. Más adelante, con asesoría y acompañamiento, Elvira ratificó su denuncia y aclaró que su hijo desapareció dentro de la Unidad Administrativa Municipal.

La amenaza no tardó en llegar. Primero una llamada. Luego una camioneta. Hombres armados. Uniformes que parecían oficiales. O tal vez lo eran.

“Me amenazaron que, si seguía hablando, irían por mis otros hijos. Me dijeron sus nombres. Me ordenaron callar. Yo estaba sola. Tenía miedo. Hoy, después de tantos años, sigo recibiendo amenazas, hostigamiento. Vivo con miedo”.

Durante meses guardó silencio. No buscó. Se encerró en su casa. Protegió a sus otros hijos.

“Duré como seis meses sin buscar a mi hijo. Estuve muy mal de los nervios. A veces estoy bien y a veces no, por el impacto de todo esto”.

 El caso no avanzó. La alcaldesa Labastida Aguirre nunca la apoyó, pese a que Luis Arturo era parte de su equipo de seguridad, asignado por la DGSPM.

“Tuve que sacar a mi hija del estado. Me enfermé. Por el estrés postraumático se me olvidaban las cosas. No dormía. Hasta hoy, a veces sigo sin dormir”.

Barrer la ausencia

Elvira volvió, y lo único que consiguió por parte del ayuntamiento de la capital fue un trabajo en el mismo lugar donde su hijo fue visto por última vez. Regresó como trabajadora de limpieza al edificio donde desapareció Luis Arturo.

“Desde el trienio de Labastida me prometieron ayuda. Que me darían lo que correspondía por mi hijo: el seguro, su liquidación. No me han dado nada. Ni siquiera una disculpa. Y todo eso le corresponde a sus hijas”.

Ninguna administración municipal —ni la de Labastida, ni la de Xavier Nava, ni la de Enrique Galindo— se ha acercado a las hijas de Luis Arturo. La carpeta judicial está detenida. Sin avances. Sin voluntad.

“Dicen que quieren a sus policías, que están bien pagados. No es cierto. Mi hijo era policía. ¿Y qué han hecho por él? Labastida se lavó las manos. Ni un pronunciamiento. Ni siquiera intentó saber qué pasó con su escolta. Y las demás administraciones, igual. No hay voluntad. Mi hijo era policía municipal, y a nadie le importa dónde está, ni dónde lo dejaron”.

Las otras madres

Elvira no está sola. Hoy forma parte del colectivo Voz y Dignidad por los Nuestros SLP A.C. Camina cerros, revisa fosas, remueve tierra. Lo hace por su hijo, pero también por otros.

“Cuando encontramos cuerpos, aunque no sean nuestros, sentimos un poco de paz. Porque alguna madre puede tener una respuesta. Nosotras, muchas, todavía no.”

La búsqueda se ha vuelto su vida. Un ejercicio doloroso, pero necesario. Su forma de resistir. Hoy, algunas de las personas presuntamente involucradas en la desaparición de su hijo —como el exdirector de la Policía Municipal, Juan Felipe Sánchez Rocha, y Saturnino Moreno Velázquez— han estado implicadas en otros delitos. Uno fue detenido. El otro murió en un accidente automovilístico.

Nadie le ha podido dar claridad a Elvira: ¿Por qué citaron a su hijo ese día en la UAM? ¿Acompañó a Labastida como escolta o no? ¿Por qué nunca se revisaron los videos de seguridad de ese día?

Según Elvira, testigos lo vieron llegar, pero nadie lo vio salir. Esos videos, solicitados por la familia, nunca fueron requeridos por la fiscalía General del Estado como prueba. El ayuntamiento tampoco los ha puesto a disposición. La investigación sigue en pausa. Sin respuestas.

            “Yo fui a hablar con Juan Felipe Sánchez y le pedí que revisaran las cámaras para ver quién se llevó a mi hijo. Nunca hicieron nada”.

“Si algo me pasa a mí, a mis hijos, a mis nietas o a mi patrimonio, hago responsables a las personas y autoridades involucradas en la desaparición de mi hijo”.

Elvira sigue recibiendo hostigamiento laboral. Le niegan permisos para participar en búsquedas. Le exigen presencia en su trabajo, pero no le dan respuestas.

“Si ellos no quieren buscar a mi hijo, al menos que me dejen buscarlo yo. No pido tanto. No todos los días. Solo uno. Uno para buscarlo”.

Epílogo: Luis Arturo

Luis Arturo no era solo policía. Era padre. Dejó dos hijas. También era el hijo mayor. El que cuidaba a su madre desde que enviudó. Era su apoyo. Su sostén. Su mano derecha.

“Era todo para mí. Me ayudaba en todo. Y ahora no está. Nadie lo busca. Solo yo”.

Su nombre permanece en una carpeta que no se mueve. En un archivo olvidado. En una ciudad que decidió no verlo más.

Pero Elvira no lo olvida. Su búsqueda es su forma de vivir. Su resistencia es no callar. Y su memoria, un acto radical de amor.