Texto y fotografías de María Ruiz
En San Luis Potosí, ejercer el periodismo o defender derechos humanos siendo mujer es un acto de resistencia constante. El libro Hilando historias, tejiendo esperanza. Mujeres defensoras de derechos humanos y periodistas en México, elaborado por CIMAC, recoge los relatos de Alejandra Balduvin Álvarez, María Esperanza Lucciotto López, María José Puente Zavala, Patricia Calvillo Ramírez y Paulina Cecilia Rodríguez Zermeño, y revela con claridad la violencia estructural que atraviesa sus vidas profesionales y personales.
Esperanza Lucciotto López, madre de Karla Pontigo, víctima de feminicidio, habla desde un lugar de dolor que se transforma en lucha:
“Es endémico estar en la mano de periodistas y defensoras; solo así se puede hablar de lo que pasa en San Luis Potosí”, recuerda.

Sus palabras evidencian que el camino hacia la justicia es también un camino colectivo, donde la visibilidad de la violencia contra las mujeres depende del trabajo conjunto de quienes se atreven a documentarla y denunciarla. Para Esperanza, apoyarse en otras madres víctimas indirectas de feminicidio ha sido fundamental, pero también refleja lo que rara vez se nombra: la lentitud y la ineficacia del sistema judicial, la minimización de la violencia de género y la necesidad de construir redes de protección para resistir un entramado institucional que reproduce impunidad.
María José Puente Zavala, periodista feminista, subraya que ejercer el periodismo en el contexto potosino implica enfrentar un entramado de violencias que va más allá de lo visible.
“Desde el hostigamiento y los bloqueos informativos hasta las amenazas y las agresiones físicas, nuestra labor se desarrolla en un ambiente donde la violencia estructural se ha normalizado”, explica.
Según ella, los recursos públicos destinados a la protección del periodismo muchas veces se usan para obstaculizarlo.
“Se destinan esfuerzos a bloquear y coartar el trabajo periodístico en lugar de promoverlo y protegerlo. Lo que se omite en los discursos oficiales es que estas agresiones no son incidentales; forman parte de un entramado que busca silenciar a quienes cuestionan la impunidad y la corrupción. Ser visible se convierte en un riesgo constante”.

Patricia Calvillo Ramírez, con más de 25 años de trayectoria en el periodismo local, cultural y de espectáculo, aporta otra perspectiva, quizá aún más dolorosa, sobre los obstáculos que enfrentan las mujeres periodistas.
En sus palabras, “nos atacan a través de abogados, nos acosan cibernéticamente, nos estigmatizan como ‘feminazis’ o ‘femiperiodistas’, y hasta las propias compañeras pueden levantar campañas de denostación contra nosotras”.
Esta violencia cotidiana y estratégica busca minar la autoridad moral y profesional de las mujeres, invisibilizar su trabajo y perpetuar la desigualdad dentro de los medios. Calvillo también denuncia la brecha salarial y la falta de reconocimiento institucional.
“Nos pagan menos que a los hombres, incluso cuando la historia es nuestra; los premios de periodismo siguen reconociendo mayoritariamente a hombres. La seguridad personal queda en último lugar frente a tantas amenazas”.
Paulina Rodríguez Zermeño, y las demás periodistas y defensoras, también destacan que el trabajo que realizan es inseparable de la construcción de redes de apoyo.
Alejandra agregó que, a partir de un diagnóstico realizado en San Luis Potosí, se identificaron amenazas, hostigamiento y violencias diferenciadas que enfrentan las mujeres.
Señaló que las condiciones precarias, las dobles y triples jornadas, la presencia del crimen organizado, la desconfianza en el acceso a la justicia, el acoso digital, la sexualización de las amenazas y la descalificación de la labor periodística y de defensa de derechos hacen que la situación de riesgo sea constante.
También advirtió que muchas formas de defensa de derechos quedan al margen del reconocimiento institucional, invisibilizando violencias menores que sostienen las mayores.
La colaboración entre periodistas y defensoras de derechos humanos no es solo estratégica, sino una condición de supervivencia. Nombrar y visibilizar las violencias que atraviesan a las mujeres se convierte en un acto de resistencia.
“Conocernos, escucharnos y aprendernos mutuamente ha tenido un impacto positivo, no solo para colocar nuestros temas en la agenda pública, sino para protegernos y hacernos visibles frente a un sistema que ignora y amenaza”, explica María José.
Lo que permanece invisible, y que este libro logra visibilizar, es que la violencia contra las mujeres no se limita al ámbito privado, sino que se extiende a la esfera pública y profesional.
Desde el hostigamiento laboral hasta las agresiones legales y cibernéticas, pasando por la violencia institucional, las mujeres enfrentan un entramado que pone en riesgo su vida, su trabajo y su salud. El periodismo y la defensa de derechos humanos son, en este contexto, inseparables de la lucha por justicia.
Hilando historias, tejiendo esperanza no solo registra estas experiencias; también evidencia la necesidad urgente de reconocerlas, de cuestionar lo que se normaliza y de construir estrategias colectivas para resistir.
Nombrar lo que no se dice, visibilizar lo que se oculta y tejer redes de apoyo no es solo un acto simbólico: es una estrategia de supervivencia, resistencia y transformación que permite que las historias de las mujeres potosinas sean escuchadas, respetadas y tomadas en cuenta.