Reforestación en la Cañada del Lobo: raíces contra el despojo

Fotografías por Nuria Serrano y María Ruiz

María Ruiz

La Sierra de San Miguelito está llena de cicatrices. Las laderas, abiertas por maquinaria; los senderos, convertidos en bardas; los ductos de agua, ahora muros privados. A pesar de todo, todavía hay manos que cuidan, protegen, que siembran.

Este domingo 21 de septiembre de 2025, la cuarta reforestación de la Sierra comenzó en la Cañada del Lobo, en la huerta Las Margaritas. El lugar tiene historia comunera: allí se han tejido luchas familiares y colectivas contra el despojo. Allí también nació parte del movimiento de los Guardianes de la Sierra.

Desde temprano llegaron familias enteras con palas, picos, botellas de agua. Plantaron magueyes y yucas. No eran árboles cualquiera, sino límites vivos, barreras contra la erosión y contra quienes acechan con contratos de compra, con bardas ilegales, con fraccionamientos disfrazados de progreso.

“Aquí nació todo”

Margarita Huerta Pérez recibe a los asistentes. Mira la huerta como quien observa un archivo vivo.

“Fue aquí donde nació Guardianes de la Sierra. Desde esta huerta se fue extendiendo”, dice.

Señala con el brazo la geografía que ha visto recorrer a brigadas de siembra y protesta que se han replicado en cerro de San Pedro, La Pila, San Juan de Guadalupe, Villa de Arriaga, hasta llegar al Mezquital.

El movimiento, recuerda, no nació de un plan gubernamental, sino de la urgencia: evitar que la Sierra desaparezca bajo el concreto.

Tres hectáreas de resistencia

La familia Huerta Pérez cedió tres hectáreas de su terreno para la jornada.

“Lo más significativo es rescatar este lugar. Aunque ya estén vendiendo casas en lo que ya es el cerro. Aunque ya no quede más que este pedazo”, dice Margarita.

El terreno parece pequeño si se mide en hectáreas. Pero si se mide en historia, abarca generaciones de lucha, cárcel, agua perdida.

Raymundo Huerta, el padre, fue preso político durante cuatro años. El gobernador Fernando Silva Nieto lo mandó encarcelar por oponerse a la entrega de la tierra, utilizando un mecanismo de acusaciones falsas mediante el cual se le imputaron delitos.

Aunque su reclamo era justo, al defender la tierra, el poder del gobierno estatal de entonces buscaba desalentar la defensa comunitaria, calificando a personas como el padre de Margarita de “agitadores”, en medio de un fuerte interés económico sobre esta área natural.

Lo encarcelaron por señalar con nombre y apellido a quienes, desde el poder político, pretendían apropiarse de sus huertas para levantar fraccionamientos de lujo, la familia Huerta Pérez pagó caro: hostigamiento, amenazas.

No era un pleito menor, era la estrategia de quienes han visto en la Sierra de San Miguelito un negocio: arrasar con la naturaleza, secar los manantiales, borrar la memoria comunera y cambiarla por calles privadas, bardas y casas con alberca.

Urbanización que no sólo edifica, sino que también despoja y mata: mata al monte, a los ductos de agua, a la fauna, a la historia misma de quienes han habitado y cuidado este lugar por generaciones.

“Por defender nuestras tierras lo metieron preso. Y seguimos aquí” recuerda Margarita, sin dramatismo, como si la cárcel se hubiera vuelto parte de la vida familiar.

El apellido Huerta carga con esa marca: la sospecha de los poderosos, la persecución, el hostigamiento.

Las mujeres y la memoria

El nombre de la huerta —Las Margaritas— proviene de su madre, Margarita Pérez. También de ella misma y de las sobrinas que repiten el nombre como eco.

“Desde mis abuelas, las mujeres son las que han luchado por estos lugares”, dice con orgullo.

La genealogía de Margarita respira , con un trabajo de la abuela Lorenza Márquez, la dueña original de este tramo de la cañada y que han protegido con su vida misma. Mujeres que sostuvieron la tierra con el mismo rigor con que criaban hijos.

Ese domingo, la escena repetía el linaje, mujeres cavando hoyos, mujeres guiando a los niños, mujeres organizando la jornada. La Sierra se mantiene en pie gracias a esos cuerpos doblados sobre la tierra.

Margarita camina unos pasos y señala la ladera. Allí corría un ducto que llamaban “el caño del agua”.

“Era agua azul. Mi abuelo nos llevaba a limpiarlo. De ahí bebíamos. Hoy está destruido, hecho barda”, dice.

El ducto bajaba desde una zona llamada “los higaditos” y surtía la iconica Caja del Agua ubicada en la Calzada de Guadalupe. Hoy, sólo queda una línea visible en el cerro, como cicatriz.

“Es una lástima. Desde niña lo limpiaba. Y ahora lo destruyeron”.

El agua perdida es también memoria rota. El ducto convertido en muro privado es la metáfora más brutal de lo que enfrentan: la comunidad despojada en nombre del desarrollo.

El decreto y sus límites

En diciembre de 2021, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador firmó el decreto que declaró a la Sierra de San Miguelito Área Natural Protegida. Fue recibido como triunfo, pero en la práctica no ha detenido la presión.

Constructoras y empresarios siguen intentando comprar parcelas. Políticos y dueños de inmobiliarias continúan hostigando. El decreto es apenas un escudo de papel frente a intereses que se mueven con dinero y maquinaria.

“Cuando llueve fuerte, una tragedia va a pasar aquí”, advierte Margarita, mirando el caserío que avanza sobre las laderas. No es profecía, es constatación.

La jornada de reforestación

El aire de la mañana olía a humedad. Un anciano acomodaba piedras alrededor de un maguey, con la delicadeza de quien cuida una tumba. Una niña tapaba con sus manos un pequeño hueco, intentando enderezar una yuca. Mujeres de sombrero ancho repartían agua, desinfectan palas, picos, y cualquier herramienta que sirviera para hincar la tierra.

“Cada planta es un acto de resistencia”, decía un voluntario. Y Margarita asentía, mirando la huerta como quien observa un archivo que se expande.

Los magueyes y yucas fueron plantados como cercas naturales: una frontera contra la erosión, pero también contra la avaricia. Cada raíz enterrada, una negativa al despojo.

La huerta Las Margaritas es más que un predio. Es un archivo vivo: el recuerdo de un ducto de agua, los años de cárcel del padre, el linaje de abuelas que resistieron, los niños que hoy siembran.

El terreno guarda historia y también futuro. Sembrar aquí es recordar, pero también insistir.

Tres hectáreas contra el olvido. Tres hectáreas contra el despojo.

Fueron más de doscientas las personas que se sumaron a este encuentro de remediación, de reforestación del suelo: colectivos como Morras Ecologistas, grupos de senderistas, niños y niñas del Pentatlón de la XIV Zona Militar, integrantes de Guardianes de la Sierra de San Miguelito y, al frente, la familia Huerta Pérez.

Una movilización que exige voluntad social, política y comunitaria, porque no basta con plantar: hay que resistir bajo un sol inclemente, hundir las manos en la tierra removida, dejar que los insectos recorran la piel como si fueran niños traviesos, soportar las picaduras, las alergias, la fatiga. Reforestar aquí no es una postal verde: es un acto de cuerpo entero contra el desgaste y contra el olvido.

La Sierra de San Miguelito no olvida. Y la Cañada del Lobo, con sus magueyes recién plantados, respira todavía