G-Z

Octavio César Mendoza

La generación Z es un movimiento rupturista que descree de la clase política, tanto la que gobierna como la que se opone a la que gobierna. Su sentimiento cinético es la frustración ante la falta de oportunidades, la cual se acompaña por una crítica profunda hacia los sistemas institucionales de seguridad, salud y educación. Luego entonces, se trata de una generación que puede derribar el muro histórico de cualquier poder que les resulte autoritario porque, en esencia, asumen que modificar el estatus quo es algo que les corresponde hacer a ellas y a ellos simple y llanamente porque es su turno. A la generación zeta no la amedrenta la violencia del Estado porque perciben que este es una construcción ideológica del pasado y, por ende, no obedece a sus necesidades de inserción en el mundo. En este cuerpo social multisectorial cada joven es una bandera, y por ende es sumamente complejo aglutinarla o seccionarla. En ese sentido, la nostalgia por el control de algunos gobiernos puede traer dolores de cabeza que no se pueden aliviar con medicamentos populistas como una beca en efectivo.

Pero también es este fenómeno el que puede despertar una consciencia social donde las prioridades no sean los estímulos económicos directos, sino precisamente la mejora efectiva de aquellas instituciones que ofrecen un blindaje profesional, sanitario, de seguridad y de oportunidades laborales y profesionales: las escuelas, los hospitales, las plazas y calles, el transporte público, así como las empresas. Es ahí donde los jóvenes quieren un cambio, a raíz del hartazgo que supone guardar silencio a cambio de recibir un cheque con el que se intenta disuadir de su capacidad de romper con lo que se resiste a cambiar.

Por ello, este 15 de noviembre hay que observar el epicentro de esta movilización en México, que es la CDMX, porque de la respuesta del gobierno federal (contención momentánea, “respetuoso silencio” o acción de respuesta positiva a un inaplazable ya mismo) derivará un efecto a largo plazo: el voto de castigo, o el surgimiento de fuerzas políticas que empujen la marcha del motor gubernamental. También por ello es fundamental escuchar con atención y dar respuesta con certidumbre y estrategias políticas de índole legal, organizacional y material. Esta chamacada trae prisa por cambiar el mundo y mecha corta para incendiarlo, empezando por sus gobiernos. Y otra cosa: el discurso mediático tradicional ya no opera en ellos, a tal punto que incluso naciones de raíz dictatorial han comenzado a diseñar modelos de comunicación que seduzcan a los liderazgos de la G-Z y endulce los sentidos de sus seguidores, lo cual se traduce en el asalto de redes sociales, metabuscadores e, incluso, plataformas de videojuegos. Pero el problema no está ahí, sino en la insistencia de esos antiguos estados en mantener una firme convicción de que han hecho bien la tarea, así sea aplastando a sus sociedades o empobreciéndolas al extremo de la absoluta debilitación moral -recurso final que no dudarán en usar quienes detentan el poder de forma ideologicamente hereditaria.

Y no, este movimiento no se trata de izquierdas o derechas, ni de posturas clásicas como las que se asumieron en movimientos juveniles como el del 68, sino de una estructura sociológica cuyo pulso esencial es una animosidad versus todo lo que suene a control. Un reto mayor si consideramos que uno de los fenómenos más dramáticos de nuestros tiempos es la reducción de oportunidades que lleva a una buena parte de los jóvenes a buscar las salidas de emergencia, incluso siendo beneficiarios de los programas sociales; por ejemplo, ocupando “plazas” dentro de las filas del crimen organizado, ya sea por voluntad propia o por reclutamiento forzado o indirecto. Ahí tenemos el caso de un adolescente que privó de la vida a Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan, Michoacán.

Estudiar este movimiento de la G-Z para diseñar herramientas que modifiquen la marcha del Estado, es una necesidad clave para quienes ejercen el poder público. No se trata sólo de entender al movimiento, sino de razonar bajo los criterios de esta juventud que, al mismo tiempo, representa la última oportunidad del mundo para evitar un retroceso hacia las dictaduras más funestas, como lo son las teocráticas y las comunistas.

El chip de la humanidad requiere un cambio, porque ante el avance de las tecnologías y su impacto en los nuevos habitantes de nuestra nave espacial ya se convirtió en fusible. Hay que idear nuevas cosas para el ser y el hacer, reasignar las candidaturas políticas a través de la competencia y el mérito, abrir la cancha a un nivel de juego donde el árbitro ya no pueda ayudar al Estado que se percibe a sí mismo como un equipo de uniformidades monocromáticas porque, en efecto, esta nueva generación es de todos los colores.

Ahí lo dejo entre estas historias paralelas, para el que lo quiera ver: lo del 15 de noviembre es sólo la punta del iceberg, y este es gigantesco aunque invisible, pero no por mucho tiempo. La chaviza va que vuela.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Fue director general de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.