Texto de Mariana de Pablos
Fotografías de Gonzalo de la Torre
Número uno: el helado. ¿Cuáles son las cosas por las que vale la pena vivir? ¿Qué cosas del mundo son realmente extraordinarias? Para algunos más que para otros es fácil comenzar a enlistarlas, pero… ¿qué tan sencillo es parar? Una siesta, un primer beso, el chocolate. Las posibilidades son infinitas y con ello estarán de acuerdo todos aquellos que fueron parte de la puesta en escena de Las cosas extraordinarias, monólogo protagonizado por Rodolfo Ornelas, que se llevó a cabo el pasado 14, 15 y 16 de noviembre en el Museo Laberinto de las Ciencias y las Artes. Una obra emotiva que provocó llanto, risas y mucha reflexión.
“Una experiencia interactiva acerca de la esperanza, la importancia de pedir ayuda y lo que hacemos por quienes amamos”, se lee en los pósters que pintaron la ciudad y en las redes sociales de la página. Escrita por Duncan Macmillan y Jonny Donahoe, y traducida por Adriana Nodal, esta obra, que se ha presentado en lugares como Inglaterra, España, Estados Unidos y Ciudad de México, llegó a San Luis Potosí en las manos de Rodolfo Ornelas, un joven sonorense de 27 años con amplia formación y trayectoria teatral. Coproducida con Arte y Alma Producciones y dirigida por Sagrario Silva, es un proyecto verdaderamente inspirador, que pone sobre la mesa de manera inteligente temas como la depresión, la soledad y el suicidio.

En esta obra acompañamos al protagonista en un recorrido personal que inicia a los siete años, cuando empieza una lista de cosas extraordinarias como regalo para su mamá después de que intentara hacerse daño a sí misma. Una lista de todas las cosas por las que vale la pena vivir. Sin embargo, esto suena muy simple después de presenciar en carne propia la puesta en escena de esta obra. La realidad es que se trata de un viaje que comienza desde el momento de entrar al museo.
Moviéndose entre la fila de quienes aguardan para entrar a la sala; entre conocidos y desconocidos, parientes y extraños, Rodolfo Ornelas se pasea, sospechoso e inocente a la vez, generando en todos, desde ese momento, la expectativa. “¿Ese es el actor, cierto?”, la curiosidad y la duda se hacen presentes, acompañadas de un agradable sentimiento de extrañeza sobre lo que nos espera al cruzar la puerta de entrada.

En un espacio confortable, pequeño y acogedor nos recibe el actor. La música nos acompaña (¡y cómo nos acompaña!) desde el principio de todo. Las risas y el llanto inundan la sala, que desaparece una vez que entramos en este viaje por el que Rodolfo nos lleva de la mano. Camina entre cada uno de los espectadores. Brinca, baila, canta, nada como si fuera su agua y nos hace a todos, absolutamente a todos, participes de esta experiencia. No hay mirada que se le escape ni ojos que se despeguen de esta danza. Todos los corazones ahí reunidos, juntos, pendiendo de un hilo.
Desde nuestras sillas dejamos de ser audiencia para ser actores; para ser parte de la construcción de esta aventura en la que estamos totalmente inmersos. Todo alrededor desaparece y de pronto, casi sin darnos cuenta, pasamos a convertirnos en ese joven que busca y explora; que se pierde y se vuelve a encontrar; cuya esperanza es endeble como la de cualquier otro ser humano, pero a la que se aferra como todos los que pasamos por este mundo.

Algo se iluminó dentro del corazón de todos los que salimos de ahí. Una obra que, en efecto, nos salva. Realista, conmovedora y sumamente divertida, “Las cosas extraordinarias” es una obra que sin duda nos invita a enfrentarnos al mundo desde otra perspectiva. ¿Cuáles son esas cosas extraordinarias que forman tu lista? El mundo entonces se llena de otros colores, de matices distintos, de luces en lugares donde no las habíamos visto. Aquello que nos hace sonreír inconscientemente, aquellas pequeñas alegrías del día a día se vuelven razones, motivos, verdaderas inspiraciones para vivir. El mundo está repleto de cosas extraordinarias, sólo hay que saber abrir bien el corazón para reconocerlas: la luz del sol, el canto de un pájaro, un abrazo, ¡la cama!
Rodolfo nos ha hecho participes de una experiencia única. Aquellos que tuvieron la oportunidad de vivirla (que corrieron el riesgo de apoyar una obra independiente), saben que el mundo ya no se ve igual después de esta obra. Rodolfo nos invita a llevárnosla a casa, a compartirla con familiares, amigos y desconocidos; y sobre todo, a guardarla bien adentro del corazón. Creo que, por ello, sólo nos queda decirle: gracias. Gracias por recordarnos que la vida son esas pequeñas cosas.






