A 10 años de guerra contra el narco, el miedo vuelve a Ciudad Juárez

 

Chihuahua, México (15 de diciembre de 2016).- En 2006, el año que marcó el inicio de la estrategia de combate frontal al crimen organizado, Alma Rosa González vio cómo los narcotraficantes empezaron a reclutar niños en Ciudad Juárez. Según la activista, esa fue sólo una señal de la violencia que estaba por llegar, que alcanzaría su pico en 2010 —cuando se contabilizaron más de 3,000 asesinatos— y que comenzaría a ceder en los años siguientes, gracias a la colaboración entre autoridades federales y locales, organizaciones civiles y ciudadanos.

Hoy, sin embargo, habitantes de esta urbe fronteriza cuentan que nuevamente sienten miedo a causa de la actividad de grupos delictivos.

“Es como esa famosa frase de que ese pueblo que se olvida de su historia la vuelve a repetir. En cuanto se terminó la violencia volvieron a abrir más antros, (pero) pues ahora ya los están volviendo a cerrar porque ya están volviendo las ejecuciones (…) La gente ya está más como ‘puede ser que esto vuelva’. Hay miedo, todos estamos pensando en que tenemos que hacer estrategias”, dice Alma Rosa, presidenta de Ciudadanos Comprometidos con la Paz.

“Se siente ese temor de que pueda volver a despuntar la violencia porque, de hecho, este año sí fue violentón. Me parece que julio y agosto fueron de los meses donde hubo más ejecuciones, y sí hay ese temor de que vuelva a recrudecer”, coincide Daniel Sierra, representante de la agrupación Jóvenes con Juárez.

La urbe es una localidad de 1.3 millones de habitantes ubicada al norte de Chihuahua, una entidad en la que, de enero a octubre pasado, se denunciaron 1,017 homicidios dolosos. De ese total, tan sólo en los últimos dos meses hubo 284 —según cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP)—, lo que representa un reto para el nuevo gobernador, Javier Corral.

La violencia de todos los días.

La ciudad es considerada una de las zonas que más se disputan los cárteles para enviar drogas a Estados Unidos. Esa pelea, principalmente entre el cártel de Juárez y el de Sinaloa, llevó al gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) a intervenir en la región, a la que fueron enviados militares y policías federales.

Pero lejos de acabar con la violencia, recuerda Alma Rosa, tal despliegue generó más, y provocó que los centros nocturnos cerraran y muchas personas optaran por abandonar sus casas para mudarse a otras ciudades.

“Esta intervención del Ejército y la Federación, por algún motivo, trajo más violencia y más crimen para nosotros. Por ejemplo, en Ciudad Juárez no había extorsiones, no había secuestros, y de repente se volvieron cosa de todos los días”, dice la mujer, quien desde 1996 realiza actividades para alejar a niños y jóvenes de contextos violentos.

Las ‘barbaridades’ de una década.

Hasta antes de 2006, su agrupación buscaba cómo atender a muchachos que principalmente consumían marihuana o inhalantes y se peleaban con palos y piedras. Después de ese año, la situación cambió, porque en las calles empezaron a circular la cocaína, las drogas sintéticas y las armas de fuego.

Frente a esto, dice Alma Rosa, ella y su equipo decidieron ajustar su estrategia: se dirigieron a colonias populares —como Azteca, División del Norte y Zaragoza—, se acercaron a menores en situación vulnerable y los invitaron a aprender música para alejarlos de las pandillas.

“Comenzamos a implementar el modelo de las orquestas, que consiste en que, cuando los niños y los jóvenes salen de la escuela, los recibimos con un alimento nutritivo y los tenemos cuatro horas en clases de música (…) Era un blindaje para ellos”, comenta la mujer, quien también sufrió la violencia en su entorno más cercano.

Uno de sus nietos, que entonces tenía 17 años, fue “levantado” presuntamente por agentes de la Policía Federal, una institución que en esa época recibió numerosas quejas por violaciones a derechos humanos. El joven, quien fue golpeado y señalado de participar en la venta de droga, fue localizado con vida 12 horas después.

“Eso fue algo que me pasó a mí, sin contar todas y tantas barbaridades que se hicieron y sobre todo con los jóvenes en esos años”, señala Alma Rosa.

La pólvora regada.

Daniel también da cuenta de cómo las autoridades federales estigmatizaban a los habitantes de Ciudad Juárez. Según recuerda, “lo peor” que podía hacer alguien en esos tiempos era salir de su casa sin alguna credencial para identificarse.

“Si no traías identificación, te levantaban nada más por eso. Eras un peligro, según ellos. Nadie, ni adultos ni jóvenes, podía salir sin identificación, pero era más con los jóvenes porque muchos todavía no tenían IFE (credencial de elector)”, dice.

“La ‘guerra’ de Felipe Calerón, que le llaman, siempre la he visto como una pequeña chispita que prendió la pólvora que ya estaba regada. Nosotros vivíamos como en una pecera, no nos dábamos cuenta de en qué estábamos inmersos”, agrega.

La organización que Daniel representa participó en una sesión de Todos Somos Juárez, la estrategia que el propio Calderón lanzó para recuperar la localidad y la cual, según algunos analistas, ayudó a bajar los índices de violencia. Y aunque entonces no se involucró más, hoy la agrupación trabaja con la Fiscalía General del estado y con el municipio encabezado por el independiente Armando Cabada para emprender un proyecto de centros comunitarios.

Para Daniel, ante el panorama que se observa en territorio juarense, es justo este tipo de colaboración entre autoridades y ciudadanos la que ahora requiere la localidad para no caer en la espiral de violencia que vivió en el pasado y amenaza con regresar.

“Yo creo que la sociedad civil organizada es la clave, apoyar estos proyectos de intervención es la clave para ayudar al gobierno, porque el gobierno no lo puede hacer todo”, dice el joven, quien, al igual que otros lugareños, quiere evitar que los hechos violentos nuevamente marquen el día a día de la ciudad.

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