Enrique Rivera Sierra
Me entero de que -ahora sí- ese Sabina, el que canta, se ha despedido de los escenarios, de los conciertos en vivo, de un público que le aguantó todo, incluidos 18 discos, vaivenes políticos, caídas, levantadas, incongruencias. Y muy buenas canciones, aunque otras no tanto.
Yo “lo conocí”, por medio de un cassette que el buen Gerardo Nava me prestara allá por los años noventas (“El Hombre del Traje Gris”) y sin decir agua va me hice su fan, me llamó la atención su voz aguardientosa, sus letras que contando lugares comunes se me hacían familiares, cuando descubrí el material con Viceversa, aquel mítico concierto doble, su primogénito “Inventario”, el “Juez y Parte” con la inolvidable “Princesa, de la boca de fresa…” y todo lo demás, me di cuenta que ya era adicto, que me había convertido en lo que hoy se conoce como “sabinero”. Y me gustaba, me las sabía todas, lo fui a ver en vivo varias veces, lo saludé en Guanajuato en el mercado, en medio de un tumulto de ciudadanos de a pie que, torta en mano, descubrimos de pronto que ese flaco vestido de negro, con gafas oscuras no podía pasar desapercibido. Era el de Jaén, entrándole como si fuera mexicano a no sé qué antojito que vendían ahí. Fue la banda sonora de mi existencia por varios años.
Lo perdí de vista y regalé toda la obra que de él tenía, que, me crean o no, era toda, incluidos varios libros, por una sencilla razón: no me pareció correcto que aceptara reunirse con el responsable de miles de muertes en mi país, el espurio Calderón, ya que Sabina siempre “tuvo” un defecto: le gustaba mucho a “los fachos”, que quizás por peso de conciencia creen que al cantar “Pacto entre caballeros” o “Mucha policía” lavaban así sus culpas e incongruencias. Y él siempre se dejó querer, al final se dejó rodear de una fama en la que abundaron, cada vez mas, seguidores que, se suponía, nada tendrían que ver con lo que, al principio, él cantaba. Tal fue el caso del pelele michoacano, quien en la oficina de presidente espurio le recibió, lo puso borracho con tequila prestado, y, al salir de la encerrona, el flaco le dedicó frases donde le justificaba todo. Lo que puede hacer un buen tequila. Para mí fue suficiente, total, a uno qué le importa, y a él menos.
Un día me encontré perdido en una caja de cartón el, para mí, mejor disco del artista: “Yo, mi, me, contigo”. No dudé, escogí la # 4, le subí al volumen, y con el coro del buen Charly García recordé aquello de:
“Para mentiras las de la realidad
Promete todo pero nada te da (es mentira)
Yo nunca te mentí
Más que por verte reír…
Menos piadosas que las del corazón
Son las mentiras de la diosa razón (es mentira)
Yo solo te conté media verdad al revés
(¡Que no es igual que media mentira!)…”
Y, cantado lo anterior le bajé tres rayitas a mi enojo, escuché el disco entero, y ya viejos (los dos) me fui a escucharlo en un espantoso lugar para conciertos que hay en San Luis, sentado en una silla hizo un viaje de ida y vuelta por cada disco que se fue acordando, yo observaba y me daba cuenta que en la zona VIP, muy lejos de donde yo estaba, también se sabían todas sus canciones.
Pero acá atrás, a un costado, sin tenerlo tan cerca, por enésima vez se firmaba de nuevo un pacto entre caballeros, que
“…Capeando el temporal
Salieron a bailar
Como dos locos bajo el chaparrón de notas
Del rocanrol de los idiotas…”.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
