Adiós María Luisa

CLATITA

 

Por: Antonio González Vázquez.

 

Entre periodistas, uno sabe que los amigos y las buenas personas se cuentan con los dedos de una mano y nos sobran dedos. Es un colectivo humano en el que hay luchas descarnadas entre sí. Por eso, la ausencia de María Luisa Olivo es desde ayer más notable. Es el tipo de mujer a la que se le extrañará porque además de periodista era una buena mujer, es decir, una ciudadana ejemplar.

A María Luisa se le empezó a extrañar desde hace algunos años, cuando la atrapó la enfermedad y la postró en su hogar, pero no por eso dejo de ser periodista. Era la clase de periodista que cumplía la vieja premisa de que el periodista es periodista durante las 24 horas del día.

Quienes compartieron con ella la cobertura de la fuente religiosa o del ayuntamiento de la capital como quien aquí teclea, podemos decir sin tapujos que junto con doña Enriqueta Martínez Fonseca, han sido las periodistas más cultas y mejor informadas que hayan cubierto las notas de la iglesia. Tal vez eso no diga mucho, pero es trascendente puesto que crearon un estilo de reportear y un estilo de redacción.

Crear un estilo personal y marcar con sello propio la información no lo hace cualquiera y María Luisa y Enriqueta lo hicieron. Su legado está ahí aunque muchos no lo vean porque no tienen memoria o creen con soberbia, que antes de ellos no ha habido nadie.

En sus años de fortaleza física, reporteaba con entusiasmo y ambición, luego, cuando llegaron los primeros males que le impedían caminar sin dolencias, su reporteo se hizo más reservado. Para trepar por las escaleras de palacio municipal o para subir un par de escalones para ingresar a Catedral, solicitaba el brazo amigo que le ayudara: siempre habían quien le apoyara.

Después a su afligido cuerpo se le acumularon los males pero en silla de ruedas o postrada decía a quienes la iban a saludar que lo único que pensaba era que seguía siendo periodista.

Más de cuatro décadas de información pasaron por sus manos y las convirtió en noticias. Durante nueve lustros prácticamente el nombre de María Luisa Olivo apareció en las páginas del Sol de San Luis, como rúbrica de notas, reportajes, crónicas, entrevistas y artículos.

Bien mirado, desde su papel de reportera empezó a estar más cerca de Dios puesto que siempre estaba de lado de obispos y arzobispos, pero también de sacerdotes de modestas parroquias. Sabía de las fiestas de todos los santos, conocía la efeméride de lo trascendental en la iglesia, conocía la agenda y los eventos más importantes. Como a doña Enriqueta nunca se les iba la nota y si acaso eso pasaba, en un suspiro la conseguían.

Era hábil en el manejo informativo, sabía encontrar el dato certero para convertir en noticia lo que parecía ser una anécdota religiosa, pero a menudo reñía a otros reporteros que buscaban fuera de lo religioso la noticia de la iglesia. Reñía eso, pero era condescendiente pues más que nadie, ella sabía de la influencia y del enorme peso político de la palabra de la iglesia y lo explotó al máximo. Ningún prelado tenía secretos para eso, lo cual de suyo, a veces es más importante que cualquier declaración del gobernador o presidente.

La prensa necesita periodistas como María Luis Olivo y los periodistas necesitamos buenas personas como ella para crecer en su ejemplo.

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