Los asesinos fueron brutales y metódicos. Llevaron a las 74 personas a una bodega semiabandonada en un sector rural de la población de San Fernando, en el estado mexicano de Tamaulipas, a poco más de cien kilómetros de la frontera con Estados Unidos*.
Los vendaron, los obligaron a apoyarse contra un muro y luego los balearon. Después les dieron tiros de gracia. En el lugar quedaron amontonados los cuerpos de 24 hondureños, 14 salvadoreños, 13 guatemaltecos, 5 ecuatorianos, 3 brasileños y un ciudadano indio. 58 hombres y 14 mujeres. Doce cuerpos siguen sin identificar.
Sólo dos personas se salvaron: una que no ha sido identificada y un joven ecuatoriano que es quien ha permitido armar el rompecabezas de lo que ocurrió esa última semana de agosto de 2010: una de las mayores matanzas cometidas en la historia reciente de México y la peor contra inmigrantes.
Lo que ocurrió
Como suele ocurrir en estos casos, no todos los fragmentos encajan. Pero juntos forman una figura.
Algunos medios han informado que todos inmigrantes salieron de la ciudad portuaria de Veracruz (el estado, del mismo nombre, es uno de los principales cruces de indocumentados que van hacia Estados Unidos), en entre dos y tres camiones.
En un informe enviado por la mexicana Fundación para la Justicia al Relator de Naciones Unidas contra la Tortura se menciona el caso de al menos siete guatemaltecos (cinco de ellos de una misma familia) que salieron el 2 de agosto de su comunidad. El 7 de agosto llamaron a sus familiares en Guatemala y les contaron que ya estaban en México, tras caminar cinco días.
El 18 de agosto llamaron de nuevo: ya habían pasado lo que consideraban más peligroso, que era utilizar a La Bestia, una red de trenes que va desde Chiapas, en el sur de México, hasta la frontera con Estados Unidos, pasando por Veracruz. Esperaban cruzar al día siguiente el Río Bravo (conocido en EE.UU. como Río Grande), que divide a los dos países.
Lo siguiente que sus familiares supieron de ellos, a través de la prensa, es que estaban entre los 72 muertos.
En lo que todos los testimonios coinciden -incluidos informes de funcionarios de EE.UU. en México desclasificados gracias la organización National Security Archive– es que alrededor del 22 de agosto, los 74 (algunos hablan de 75) emigrantes fueron detenidos por hombres armados -y al parecer todos encapuchados- en una carretera principal entre las poblaciones de Victoria y San Fernando, Tamaulipas, a 145 kilómetros de Brownsville, Texas.
Los Zetas
De lo que también hay certeza es que esos hombres armados pertenecían al Cartel de los Zetas, una de las organizaciones más violentas en México.
En ese momento estaba en plena escalada su enfrentamiento con el Cartel del Golfo, al que alguna vez habían pertenecido pero que entonces enfrentaban en una brutal guerra (que aún continúa).
Según se ha reportado por diversos medios, los sicarios de los Zetas creían que los inmigrantes pertenecían a sus rivales del Golfo.
Algunos informes indican que entonces los Zetas intentaron obligarlos a llamar a sus familiares en Estados Unidos -o sus países de origen- para que les enviaran dinero.
Otros -incluidos los documentos desclasificados de funcionarios estadounidenses- señalan que a los hombres les ofrecieron que se integraran a su organización como sicarios. A las mujeres, para trabajos domésticos.
“Todos, excepto un hombre, rechazaron la oferta”, indica el reporte. Es entonces que son llevados a la bodega semiabandonada.
El único sobreviviente que ha dado a conocer su testimonio dijo al respecto: “Nos bajaron para pedirnos dinero, pero nadie traía. Después nos ofrecieron trabajar para ellos. Dijeron que eran Zetas, que nos pagarían 1.000 dólares por quincena, pero no aceptamos y nos dispararon”, publicó el diario mexicano Reforma.
Lo que siguió
El gobierno mexicano y el ecuatoriano -así como múltiples medios- han hablado de dos sobrevivientes: uno ecuatoriano, otro hondureño.
Sin embargo sólo se ha revelado la identidad del ecuatoriano: Luis Freddy Lala, quien al momento de los hechos tenía 18 años y había pagado US$11.000 a los coyotes por llevarlo a Estados Unidos.
Además de contar que les pidieron dinero y luego les ofrecieron trabajo, Luis Freddy relató cómo los llevaron al galpón, los amarraron y les vendaron los ojos para luego dispararles.
“Sólo recuerdo que se escucharon los lamentos y las súplicas de algunas de las personas que estaban ahí, luego oí disparos y cuando terminó todo y se fueron me levanté para pedir ayuda”.
El disparo que recibió el joven ecuatoriano penetró por el cuello y le salió por la mandíbula. Fingió estar muerto. Cuando se levantó había otro sobreviviente.
Al salir del galón se separaron.
Herido, Luis Freddy caminó toda la noche. La mañana del 23 encontró a dos marinos, a quienes les contó lo sucedido. El martes 24 de agosto, a las 6 de la tarde, las autoridades mexicanas encontraron los 72 cuerpos, apilados en el galpón.
Aviso
En su reporte desclasificado, los funcionarios estadounidenses indican que una de las hipótesis que se manejaban con los asesinatos es que los coyotes que llevaban a los inmigrantes le pagaban al Cartel del Golfo (el tráfico de personas es una de las fuentes de ingresos de los carteles mexicanos).
En marzo del año pasado, el sitio periodístico salvadoreño El Faro publicó un reportaje en el que habla con uno de los más veteranos coyotes de ese país, quién da otra explicación para lo ocurrido.
En el artículo, el curtido pollero (también se les conoce así) describe cómo, desde 2005, los Zetas empezaron a exigirles dinero por los inmigrantes que intentaban llevar a EE.UU.
“Pero era mínimo, no era obligatorio. Tener un contacto de Los Zetas era una garantía, uno los buscaba. A través del coyote mexicano se armaba todo, igual que como se trabajaba con la policía. Después, ya ahí por 2007 empezaron a apretar al indocumentado directamente. No les importaba de quién era la gente. Se empezó cobrando 100 dólares por persona, eso se pagaba. Ahora lleva dos años lo más duro de estos jodidos”, se explica en el reportaje escrito por Oscar Martínez.
Luego indica: “Eso pasó con la matanza en Tamaulipas, les debían, y a estos no les importó de quiénes eran esas personas. Ese fue un mensaje: a alguien se le olvidó pagar, entonces esto es lo que va a pasar. Y al que le toca responder es al coyote que de aquí salió. Nadie recoge gente para mandarla a morir, uno lo que quiere es ganar dinero y credibilidad”.
Sigue la masacre
Meses después de la matanza de San Fernando, al menos 145 cuerpos más fueron encontrados en fosas comunes en Tamaulipas. Se sospecha que la mayoría pertenecen a inmigrantes asesinados por los Zetas en circunstancias similares.
El gobierno mexicano reportó la detención de 11 personas directamente involucradas con el crimen (siete de ellos en los días siguientes a la matanza). Después han sido arrestados cuatro más, entre ellos Miguel Angel Treviño (alias Z40), en el momento de la masacre segundo del cartel y máximo capo al ser capturado.
Sin embargo, organizaciones mexicanas e internacionales hablan de poca transparencia en la investigación y de maltrato a los familiares de las víctimas.
En octubre de 2010, setenta y dos escritores participaron en un proyecto para darle voz a los inmigrantes asesinados. A Elena Poniatowska le tocó el número 57. Parte de lo que escribió dice:
“Quién sabe cuánto faltará pero otros han cruzado a Estados Unidos y han encontrado trabajo y hasta mandan traer a su familia. No soy el único en atravesar, soy el 57 de 72, pero no caminamos juntos los 72, llamaríamos demasiado la atención, vamos cada quien con su pensamiento. Caminamos de sol a sol, caminamos sin detenernos casi, otros lo han hecho antes. Cada noche pensamos: ‘Seguro, ya pasó lo más duro”.
BBC