CAJA NEGRA

En donde era antes la central camionera, hay un espectacular que resalta por encima de otros que muestran a candidatos y partidos en toda su inmaculada estulticia: es un espectacular en negro que dice: “un mexicano que vota por el PRI es tan absurdo como un alemán reconstruyendo el muro de Berlín”.

Se trata de un mensaje de Denisse Dresser.

Tras el triunfo del PRI y Enrique Peña Nieto en las elecciones presidenciales de 2012, la académica, analista, articulista e investigadora acuñó esa frase en el marco de la insurrección juvenil de los yo soy 132 y de la irritación nacional que motivó el presunto fraude del PRI.

A unos días de la jornada electoral del siete de junio, ese espectacular llama la atención porque invita a reflexionar. Es posible que en esa oración tan contundente como lapidaria, se pueda cambiar las siglas del PRI y colocar las de cualquier otro partido y seguirá siendo pertinente la conseja.

Con el arranque del nuevo milenio, el PAN ganó la presidencia de la república y se aseguraba no sin cierta clarividencia, que la alternancia en el poder sería la fórmula para impulsar a México a la democracia y con ello, habría progreso, empleo, equidad en la impartición de riqueza, es decir, un país más justo para todos.

 También allá por el 2000, el PRI perdió la mayoría en el Congreso de la Unión y dejo de ser partido único en buena parte del territorio nacional. La oposición empezó a ocupar gubernaturas, muchas alcaldías y asientos en los congresos locales. La alternancia era bendecida por propios y extraños.

Sin embargo, como las desgracias, no tardó en llegar la decepción, o sea, en el momento menos esperado, se desplomaron los castillos en el aire acerca de un México nuevo. Los partidos antes de oposición, ya en el gobierno, resultaron tan corruptos, ineficientes y nefastos como el PRI.

Es más, hasta se llegó a extrañar al PRI. Se decía que era bien ladrones, pero que por lo menos hacían algo de obra.

Después de dos sexenios de una oposición en crecimiento, llegaron las elecciones del 2012 y se acabó el paraíso electoral. El PRI con un costal inagotable de mañas y de dinero ganó de nuevo la presidencia y recuperó las cámaras. Luego, empezó a ganar más elecciones estatales y el viejo tiranosaurio rex se levantó de sus escamosas cenizas, de tal modo que ahí lo tienen, gobernando y a punto de regresar a sus tiempos de invencibles victorias.

Puede ser que ese sea el fondo del mensaje ese de que “un mexicano que vota por el PRI es tan absurdo como un alemán reconstruyendo el muro de Berlín”. Es decir, da lo mismo por quien se vote, aunque lo más gravoso es hacerlo por el PRI.

 Está a la vista que en San Luis Potosí hay siete candidatos a gobernador y que de ellos no se hace uno. La pregunta es si se debe votar por alguno de ellos si en el fondo sabemos que no nos agrada ni nos convence sino que más bien lo repelemos.

Desde este espacio preguntas si vale la pena votar de un menú de candidatos que no convenció, de un grupo de políticos apoyados por partidos a los que no les creemos nada.

Cuando vamos a votar estamos consolidando un sistema de partidos ya agotado, ya que no representan a la sociedad ni los ciudadanos se sienten representados por ellos. El voto no tiene utilidad en el sentido de ser un instrumento para elegir a los mejores, sino solo para elegir a quienes potencialmente se convierten en una banda de delincuentes.

La premisa de lo absurdo que es votar por el PRI, es tan acertada que quien aquí escribe confiesa que jamás en la vida ha votado por ese partido y que seguramente, nunca lo hará.

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