A doña Socorro le duele el corazón, le duele el alma, le duele Diego. A ella, le duele la injusticia, le duele la impunidad, le duele la complicidad y también la vida toda. Hoy hace diez meses que la Universidad Autónoma de San Luis Potosí le entregó el cadáver de su hijo Diego; ella se los entregó vivo y los universitarios se lo devolvieron muerto.
A doña Socorro le duele Diego porque hasta que no se haga justicia el pequeño no estará del todo muerto, no descansará; eso le entristece mucho pero a Manuel Fermín Villar Rubio y a Federico Garza Herrera, eso les tiene sin cuidado.
Imagínese el amable lector: doña Socorro, tras horas de angustia, de frente ante una bolsa gris, extiende la mano con zozobra, desliza el cierre y va apareciendo el pálido rostro de Diego. Eso es estremecedor, pero eso, le tiene sin cuidado al rector reelecto y al procurador que siempre ha dado clases en la Universidad.
Diez meses de dolor punzante, permanente, machacante, un dolor que no disminuye sino que está presente como un cáncer maligno. Diez meses de dolor y llanto, de tristeza y desesperanza, pero también diez meses de lucha infatigable, diez meses de una actitud ejemplar en memoria de Diego para quien exige justicia.
Diez meses y el gobernador Juan Manuel Carreras no motiva que el caso se investigue con mayor celeridad, diez meses y el procurador de justicia, Federico Garza hundido hasta el cuello en su ineficiencia, ineptitud y arrogancia. Diez meses y el rector Manuel Fermín Villar Rubio no deja el ceño fruncido porque cree que es culpa de Diego que no le hayan dado su presea Plan de San Luis.
Diez meses señor gobernador y su procuraduría es incapaz de resolver la muerte de un niño en el Camping Deportivo Universitario.
Quien fuera perrero para que se aclare un crimen, qué lastima que así sea en San Luis señor gobernador.
