Por Antonio González Vázquez
El fin de semana fue brutal. Diez ejecuciones en 48 horas, 24 en quince días; una ejecución cada quince horas durante las dos últimas semanas en San Luis Potosí que, bien visto, entre el sábado y domingo competía en número de muertos con Guerrero o Veracruz.
En ese fin de semana trágico salió a relucir la vena más sangrienta de los criminales, de ejecuciones masivas a escenas dantescas con cuerpos desmembrados y decapitados. Ha sido una atrocidad.
Sin duda, Juan Manuel Carreras López vive los momentos más delicados en su pobre administración, avasallado por la violencia y maniatado por su propia abulia y la creciente inutilidad de sus colaboradores.
De manera especial, el Secretario General de Gobierno, Alejandro Leal, y el Secretario de Seguridad Pública, Arturo Gutiérrez, vienen dejando constancia incontestable de su incapacidad; el cargo no solo les queda muy grande, sino que ya les pesa demasiado.
Si ambos tuviesen algo de decoro, responsabilidad y de ética como servidores públicos ya habrían renunciado, puesto que su desempeño ha dejado mucho que desear. Cualquier gobernador con algo de templanza y don de mando, ya los habría corrido en medio de campanas destempladas.
Pero no, su jefe es Carreras y por tanto, su mediocre presencia en el gobierno está garantizada.
Desde que Carreras asumió la gubernatura y hasta este momento, está por alcanzar la redonda cifra de 900 homicidios; nunca antes se había visto crecer con tanto vértigo la violencia como ahora.
Nada más decepcionante que un gobernador de llamar a cuentas a sus colaboradores, incapaz de levantar la voz para exigir resultados. Nada más desesperanzador que tener en el gobierno a un pusilánime que tiene en mente más la próxima carrera a la que irá, que la seguridad de los potosinos.
Lástima que las leyes no consideran la revocación del mandato, si así fuera, Carreras ya estaría en el umbral de la calle.