CAJA NEGRA: Elena, Elenita, Elenísima

 

Con la pesada loza que representa la memoria de Diego, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí recurrió a una mujer bondadosa para ver si con ello, se limpia aunque sea un poco la cara sucia de impunidad. La Universidad le abrió los brazos a Elena Poniatowska, una escritora sensible y periodista ejemplar.

Diego bien podría ser un personaje de las crónicas de Elena Poniatowska que en el ejercicio de su oficio de reportera ha entrevistado, esencialmente, a los desposeídos, a los pobres, a las víctimas, a las mujeres, a las obreras e indígenas, a los niños de la calle..y a muchos más.

Bien visto, Diego podría ser un personaje de Elenita en una crónica, en un reportaje o en una entrevista. Como periodista ha mantenido inquebrantable el compromiso de dar voz a los sin voz y de escuchar a los oprimidos. Es lo que ha hecho siempre, es la cronista de México y de su gente.

La Universidad Autónoma de San Luis Potosí en su fiebre por ganar lustre a costa de personas importantes, le entregó un doctorado Honoris Causa a Poniatowska, pero tan vez se equivocó de momento. Con la sombra de Diego diez meses después de haber muerto, la figura de Elena le queda grande a la Universidad.

Una mujer todo cariño y amor por los demás, una mujer amable y sencilla, una mujer extraordinaria y frágil, una mujer valiente y entrona, recibiendo homenaje de la universidad que encabeza un rector soberbio, vengativo, necio y caprichoso.

Si al menos Manuel Fermín Villar Rubio leyera a Elena Poniatowska, ya habría hecho algo para ser decente y comprensivo con la familia de Diego. Pero como seguramente no ha leído a Elenita, el rector no sabe cómo sufren los mexicanos ante tanto abuso de muchos, tanto de políticos como de servidores públicos corruptos y prepotentes.

 

Basta escuchar a Elena para sentirse emocionado y conmovido, ella ha escrito durante más de cincuenta años de lo que le pasa a la gente del pueblo, de la colonia, del ejido, de la fábrica, de la escuela. Ella es parte de la memoria de México y estar cerca de ella conmueve pero al mismo tiempo impulsa a sumarse a la denuncia que como periodista ella siempre ha suscrito.

Su andar pausado, su caminar un poco lerdo y una sonrisa radiante. Ella en el patio central de la Universidad saludando a cuanto personaje le presentaba el rector hacia el mediodía del viernes. La fotografía con quien quisiera porque Elena así es, nunca ha sido como los políticos ni como los jefes universitarios que se sienten omnipotentes; ella ha sido siempre Elena, una muchacha que quiso ser periodista para saber qué le pasa a la gente.

Elena la periodista comprometida con México, la escritora contra el poder, la que contó para la posteridad la terrible y mortal noche del dos de octubre en Tlatelolco. Elena, la periodista que se atrevió a escribir la historia de las víctimas del autoritarismo y que más de cuarenta años después, coloca a Enrique Peña Nieto a la altura de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.

Para ella, la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, marcará a Peña para la historia igual que marcó a las autoridades en el 68. Es decir, cuando se hable de Peña en el futuro, será recordándolo por la desaparición de los normalistas y no por otra cosa.

 

Ni ahora ni nunca, Elena Poniatowska ha temido escribir o hablar de los excesos de los gobernantes, ya sean presidentes, secretarios de estado o gobernadores y en este momento, juzga que del sexenio de Enrique Peña lo único que hay que esperar es que “no nos vaya peor de cómo nos está yendo”.

 

Ella habla como quien reflexiona cada palabra que dice, pero al mismo tiempo refleja indignación si es necesario, o refleja esperanza o amor. Cree que las cosas por mal que estén si pueden cambiar, pero solo con la participación de los ciudadanos, con educación y compromiso.

 

Escucharla es un deleite tanto como leer cualquiera de sus libros: ella habla como la gente de la que escribe.

Y por ello, acierta cuando dice que Carlos Fuentes tenía razón cuando dijo que México no merecía tener un presidente ignorante como Peña, de quien presume con pena que seguramente en tres años de presidente no ha leído un solo libro.

 

Como su apellido materno, Elena es amor y en su discurso al recibir el doctorado honoris causa por la UASLP, solo tuvo palabras de agradecimiento porque sabe que en México los gobernantes poco gustan de la cultura y la literatura.

Memoriosa como solo ella, recibió el galardón universitario y la ganadora del Príncipe de Asturias se lo dedicó a Salvador Nava Martínez a 24 años de su muerte. De Elena la familia Nava.

Recordó la lucha de personajes como Nava que tuvieron una destacada defensa por la democracia de México. Por eso, para ella, es un privilegio pisar estas tierras que vieron nacer a grandes potosinos que lucharon por su país.

Como si escribiera en una hoja un apunte literario, definió que San Luis Potosí es pensar en el Cerro del Quemado iluminado por el sol del crepúsculo sobre las piedras que coronan un rostro, al que suben los Huicholes para encontrarse con sus dioses; es pensar en las manos agrietadas de sus mineros, en las fosas surrealistas de Edward James, el Sótano de las Golondrinas, la cascada de Tamasopo, las minas de Real de Catorce, la catedral de Matehuala y la procesión del silencio que es la más conmovedora del mundo.

Decir San Luis Potosí es pensar en el olor a yuca, a maguey, a nopal y peyote, decir San Luis es pensar en el aroma a mezquite a ixtle, a helecho, a musgo y líquenes de la Huasteca, a bosque y encino de la Sierra; es pensar en sus enchiladas y en su ensalada de palmitos y sus tunas maceradas en azúcar y canela.

La aplaudió el gobernador, el rector, los diputados y toda la élite política y burocrática que acudieron a la ceremonia, pero eso poco le ha importado siempre a Elena, quisiera que mejor esos políticos que mal gobiernan se pongan a leer un poco, quizá a Fuentes, a Del Paso, a Pacheco. Si la menos leyeran un poco, puede ser que hasta serían mejores personas.

 

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