Claudia Sheinbaum en SLP: un informe de otro color

Texto y fotografías por Desiree Madrid

Es la cuarta vez que la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo visita San Luis Potosí desde que asumió el cargo, y la sensación se repite: actos cada vez más semejantes entre sí, impregnados de una atmósfera que despierta desconfianza, como si algo no encajara, aunque no siempre sea fácil nombrarlo.

El Centro de Negocios Potosí —antes conocido como Centro de Convenciones— amaneció rodeado de decenas de camiones estacionados en las inmediaciones. La imagen es contundente: había prisa por llenar el recinto.

Al cruzar las puertas, una marea de colores golpea de frente: guinda y verde se entremezclan visiblemente, pero uno se impone con más fuerza. El contraste es tan marcado que el lugar se asemeja a una frontera improvisada, donde vallas dividen a los asistentes. Nadie lo dice en voz alta, pero la escenografía habla por sí sola: no todos caben en el mismo lado de la historia.

En medio de ese mar de consignas y aplausos, un detalle rompe la armonía ensayada. Al fondo del salón, casi escondidas, sobresalen un par de lonas que se resisten a pasar inadvertidas. La primera clama: “Jubilados de gobierno del estado solicitamos pago de liquidación y estímulo adeudado desde los años 2021-2022-2023-2024”. La segunda sentencia: “Toda una vida de trabajo merece un pago digno y puntual”.

Las sostienen hombres y mujeres mayores, sus rostros marcados por el tiempo y la espera. Cuando descubren la ubicación de la zona de prensa, se apresuran para ocupar un rincón visible, conscientes de que desde el fondo en el que fueron colocados nadie los ve. El gesto recuerda la frase más repetida del actual gobierno: “El pueblo es primero”. Pero aquí, frente a mis ojos, esas palabras suenan distantes, como un eco que no logra materializarse.

Mientras tanto, en las primeras filas el panorama es otro: funcionarios estatales instalados con comodidad, sonrisas listas para la foto, discursos acomodados para el registro oficial. El contraste es inevitable: arriba, la representación del poder; abajo, en la sombra, los que cargan con años de trabajo esperando un pago que nunca llega.

A las 13:26 horas llegó el gobernador Ricardo Gallardo Cardona, y casi media hora después, a las 13:50, hizo su entrada la presidenta. Apenas fue mencionado el mandatario estatal, se escucharon abucheos. No fueron ensordecedores, pero sí lo suficientemente claros para marcar la distancia. Durante el evento, algunos aplausos parecieron administrados, dirigidos hacia ciertos sectores y negados a otros. La tensión se mantuvo, aunque contenida, en un ambiente que más que un informe, transmitía la sensación de un mitin de color distinto al de la presidenta.

En su discurso, la mandataria lanzó un anuncio que quedó en el aire: “Vamos a apoyar con recursos a San Luis Potosí para respaldar a los maestros de telesecundarias”. Nada más, nada menos, sin plazos, montos ni compromisos concretos. El mensaje se desvaneció tan rápido como fue pronunciado, envuelto en un guion que se repite en cada acto público.

Fuera del discurso oficial, otras voces irrumpían en el espacio. Protestaban maestros, trabajadores de aplicaciones de transporte, docentes de Conalep, e incluso se levantaban banderas palestinas que rompían con la escenografía prevista. Cada manta hablaba de una deuda pendiente:

“Sí a la reforma laboral de las apps, sin ser perseguidos por la SCT”.

“A trabajo igual, salario igual: docentes Conalep”.

“Presupuesto para homologación y basificación de docentes”.

“Toda una vida de trabajo merece reconocimiento de antigüedad”.

“Justicia tardía no es justicia”.

Los mensajes eran claros, aunque fragmentados, como si reflejaran grietas de un mismo sistema que no logra dar respuesta. Desde los maestros hasta los trabajadores de plataformas, todos reclamaban lo mismo: visibilidad, justicia y un mínimo de certeza.

Mientras tanto, en el escenario principal, la narrativa oficial seguía su curso, con sonrisas, aplausos medidos y un guion que poco tenía de rendición de cuentas. Lo que se vivía en el salón era la confirmación de lo ya visto en otras ocasiones: un informe que no informa, un acto político que se repite con distintos matices, un mitin con la forma de un ritual obligatorio.

Al final, como si fuese el sello del evento, un encargado de la zona de prensa retuvo a los reporteros encerrados en un corral improvisado durante un tiempo prolongado, entre llamadas al 911 y un asistente que observo la situación y ayudó a la apertura del claustro, el evento acabó, los manifestantes se fueron, los colores se diluyeron y el recinto se vació.