Crónica: la elección que solo pasó

Desiree Madrid y Fernanda Durán

Fotografías por Desiree Madrid

Hoy desperté con una sensación peculiar, como si algo que había estado escuchando durante meses finalmente estuviera por suceder. Después de tanto escribir, de tantas notas y observaciones, el día llegó: por primera vez en la historia del país y del estado, San Luis Potosí celebraría elecciones para elegir al Poder Judicial. 87 cargos entre ministros, magistrados y jueces estarían en juego, pero el ambiente distaba mucho de ser el de una jornada trascendental.

Desde temprano, el ritual se repitió: las casillas tardaron en abrir, las filas apenas comenzaron a formarse con lentitud y los ciudadanos, poco a poco, salieron a ejercer su derecho. Pero algo era distinto. No se sentía la misma energía de otros procesos. Había confusión, desinformación e incluso sorpresa. Muchos no sabían que este día se votaba. El contraste era evidente: algunos llegaban por convicción, otros por accidente.

Don Roberto, de 50 años, caminaba por el Centro cuando notó el movimiento. No sabía ni dónde le tocaba votar ni quiénes eran los candidatos. “No supe de esto”, me dijo con genuina extrañeza. Y no lo culpé. Si no hubiera estado tan involucrada en este proceso, probablemente yo tampoco lo habría sabido.

A unos metros, Yulissa, de apenas 18 años, esperaba con entusiasmo. Era su primer voto. “No sé exactamente lo que estoy haciendo, solo sabía que quería estrenar mi INE”, comentó. Me dijo que votaría por el partido del cual su papá es militante, sin saber que ese día no se votaba por partidos.

Avancé hacia otras casillas, recorriendo el Centro Histórico. En el Edificio Central encontré a Miguel, un hombre de 73 años que rememoraba su primera elección. “Todos me decían que para qué votaba, que siempre quedaban los mismos”, me contó. Pero ahí estaba, décadas después, con la esperanza de que su voto hiciera una diferencia. “Al menos no van a estar por tiempo indefinido los mismos, ¿no?”.

El día transcurría con la aparente normalidad de un domingo cualquiera. Hasta que la lluvia cambió todo. El cielo se cerró de golpe, la ciudad se oscureció, las mamparas se iluminaron y las calles comenzaron a vaciarse. En cuestión de minutos, la jornada electoral pasó de ser silenciosa a convertirse en un intento por resguardarse. Corrimos hacia la casilla del Palacio Municipal, que comenzaba a empaparse, mientras el material electoral volaba con el viento y los voluntarios intentaban salvar lo poco que podían. Las casillas se mojaban, quedando atrapadas entre los globeros y boleros que también buscaban refugio.

La escena era casi poética en su contradicción: una elección histórica, marcada por la indiferencia, terminaba bajo la lluvia. Mientras me resguardaba junto a Jesús, un empleado de barrido manual, le pregunté si ya había votado. “Se me había olvidado que era hoy”, respondió con naturalidad. No había molestia ni prisa. Solo olvido e interés por una sola cosa: cumplir con su trabajo pese a la lluvia.

Y así continuó el día, con la lluvia como protagonista y las elecciones como una anécdota más en medio de un domingo gris. El entusiasmo que debió marcar un cambio estructural en la democracia se diluyó entre gotas, ausencias y desconocimiento. Nadie parecía muy seguro de qué estaba pasando, pero todos estaban de acuerdo en que no pasaba mucho.

Por las calles del Centro Histórico potosino aún se escuchaban preguntas entre vecinos y conocidos: “¿Vas a ir a votar?”, solía ser la consigna, pero en varios casos, la respuesta era un encogimiento de hombros o un “la neta, no sé”. El desinterés convivía con la expectativa.

El Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (Ceepac) reportó la instalación de mil 603 casillas seccionales, lo que representaba el 77.79 por ciento del total de 2 mil 099 proyectadas para este proceso electoral. Mauro Eugenio Blanco Martínez, secretario ejecutivo del organismo, explicó que el porcentaje no significaba rezago en la operación electoral, sino que algunas casillas aún no habían podido reportar su instalación por problemas de conectividad telefónica o acceso a internet. Aseguró, además, que no hubo reportes extraordinarios ni incidentes, reiterando que la instalación había sido ordenada.

Sin embargo, la normalidad organizativa contrastaba con la tibia respuesta ciudadana. En escuelas como la Juárez Barbosa, que comparte espacio con la primaria Cristóbal Colón en la colonia Españita, la escena matutina fue atípica: filas de cinco personas —cuando en otros años se alcanzaban hasta 40 esperando turno— y cinco módulos funcionando sin contratiempos, pero sin agitación.

“Parece examen”, comentó entre risas una señora que acompañaba a su padre, mientras otros jóvenes y mujeres, en voz alta, mencionaban los nombres de las y los aspirantes por quienes debía votar su familiar.

En un entorno donde el voto sigue siendo conversación familiar, el acompañamiento de adultos mayores fue constante. En varias casillas del área metropolitana, predominaban personas de la tercera edad, muchas veces acompañadas de hijos o nietos, quienes les ayudaban a ubicarse en las mamparas o simplemente aguardaban mientras ejercían su voto.

El proceso de votación, al menos para algunos, no fue rápido: hubo quienes tardaron de 10 o hasta más de 20 minutos en llenar sus boletas. En muchos casos no por desinformación, sino por el número de cargos en disputa.

Para el mediodía, la participación seguía siendo baja. Las filas, cuando existían, no superaban las 10 personas en espera, mientras que la mayoría de los votantes ya se encontraban sentados, concentrados en el relleno de las papeletas.

Por la tarde, la jornada mantuvo la misma tónica: casillas tranquilas, participación discreta y un ánimo ciudadano más cercano a la resignación que al entusiasmo, pero también comenzaron a aparecer las irregularidades. En varias casillas del área metropolitana, personas ajenas a los órganos electorales supervisaban listas con los nombres de quienes acudían a votar.

En el barrio de San Sebastián, una funcionaria del Instituto Nacional Electoral intervino tras observar esta práctica, y pidió que se detuviera: “eso no está permitido”, les aclaró. No hay partidos en esta elección, no hay representantes autorizados para verificar el sufragio mediante las listas nominales.

La lluvia volvió a hacerse presente, y con ella, más complicaciones. En San Sebastián, el agua obligó a los funcionarios del INE a continuar la votación dentro de una cochera, luego de que la casilla original quedara anegada.

La incertidumbre se coló en cada declaración. Algunas personas anulaban su voto, otras marcaban al azar.

Francisca Hurtado, votante de Soledad, relató:

“Ay, pues serían qué ¿20 minutos? Es que tiene uno que estar leyendo, buscando y todo. (…) Le piensa uno, porque no conoce a nadie. Ahora fue bien diferente. Entonces, seleccioné así como… sí, los números al azar”.

Aún con dudas, acudió junto con su esposo: “A lo mejor este… pues por nuestros derechos, ¿verdad? Si nos vale bien y si no, pues ni modo.”

Otro ciudadano en Soledad fue más directo: “La verdad anulé las boletas (…) Yo pienso que eso lo debería de hacer quien conozca el tema y no el público, que en realidad no sabemos ni quién es”.

Miguel Méndez, del barrio de San Sebastián, compartió su propia impresión: “A veces es como estar adivinando a quién (…) Como ya la impusieron, pues ojalá y sea para bien, aunque yo ponga un poco en duda”.

Faltaba un minuto para las seis de la tarde cuando, en la casilla ubicada en la Facultad de Medicina, las últimas personas alcanzaban a emitir su voto. Lo hicieron con paso apurado, como si en esos sesenta segundos finales pudiera condensarse el sentido de una elección que, para muchos, pasó de largo.

Algunos votaron por confianza, por intuición, porque “algo había que marcar”, admitieron; otros simplemente no reconocieron los nombres, pero eligieron, casi como quien lanza una moneda al aire.

La casilla de Medicina fue una de las pocas que resistió intacta las complicaciones de la lluvia. Allí, entre ecos de pasillos universitarios y papelería apenas seca, la elección concluyó sin mayores sobresaltos. No ocurrió lo mismo en otros puntos de la ciudad, donde el agua obligó a improvisar, resguardar o interrumpir.

En el Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana el reloj marcó las 5:30 cuando un paquete electoral irrumpió con anticipación inesperada. Provenía de la colonia Polanco, donde el derrumbe de una estructura precipitó el cierre de la casilla antes de tiempo. La escena sorprendió incluso a los funcionarios del órgano electoral: la casilla no figuraba entre las ocho oficialmente suspendidas.

Fue un recordatorio más de que, en esta jornada, incluso lo planeado podía volverse incierto en cuestión de minutos.

Al filo de las seis, un par de personas aún se acercaban a las casillas con la esperanza de votar, pero ya era tarde. Las puertas se cerraban con puntualidad reglamentaria y la posibilidad se les escapaba entre los dedos. A esa misma hora, en la última sesión del día, el Consejo General del Ceepac reiteraba que no se habían reportado incidencias mayores más allá de las suspensiones por lluvia. Oficialmente, la jornada cerraba con saldo de normalidad.

Mientras la noche caía sobre San Luis Potosí, los paquetes electorales comenzaron a llegar al Ceepac. Cada caja traía consigo una historia: de incertidumbre, de resistencia, de improvisación o de mera rutina. Las mesas se organizaron para el cómputo, con funcionarios que ahora sí tenían prisa, pero no por votar, sino por contar.

Así concluyó una jornada electoral local insólita. Una elección judicial histórica que no retumbó, sino que se deslizó entre nubarrones, techos que se vencían, mamparas empapadas y boletas marcadas con más duda que certeza. El futuro, como esas papeletas, quedó en manos de quienes —a pesar de todo— decidieron ir, marcar, doblar, y depositar su esperanza en una urna que, más que una caja de votos, fue ese día una caja de preguntas.

Cierro los ojos y me imagino el futuro. Libros de historia que narrarán esta fecha como un hecho sin precedentes, una conquista democrática que por fin dio voz al poder judicial. Pero yo estuve ahí, y sé que esa voz apenas se escuchó. Fue un eco tímido entre paraguas, charcos, listas de asistencia dudosas y personas que simplemente no sabían que algo estaba ocurriendo. Una elección que, más que olvidada, fue casi invisible. Una elección que solo pasó.