Octavio César Mendoza
Perder el poder es como perder la juventud: para algunos es un proceso muy complicado de sobrellevar y, para otros, es tan lógico como comprender el cumplimiento del curso solar entre el alba y el ocaso; sin embargo, ambas pérdidas son predecibles, y hay señales que advierten su inminencia: arrugas, cuestionamientos públicos, dentadura dañada, preocupación por el qué dirán, canas y ambiciones de sucesión de amigos y enemigos. Pecatas minutas, o angustias mayúsculas, según se mire.
Así como la juventud declina, lo hace también el ejercicio del poder, ya sea por procesos democráticos o por ausencia de los mismos: “porque hasta la belleza cansa, el amor acaba” , José José dixit. El poder es una efímera coyuntura que, en sociedades evolucionadas, debe ser transferido en periodos de tiempo determinados, para con ello impedir las dictaduras.
Por ello es importante entender que la intención de perpetuación del poder es absurda, y suele generar más dolores de cabeza que satisfacciones personales, al igual que sucede con la necesidad de mantener la juventud a toda costa. La deformación física o espiritual es el destino de aquellas personas que resisten a la transición de la naturaleza y del tiempo; aunque también puede ser, quizá, la antesala de la sabiduría forzada. Qué iluminador debe ser, para la hoja, la llegada del otoño.
Todo poderoso será, tarde o temprano, un ex poderoso. Lo importante es que sea uno que haya hecho todo lo humana, intelectual, técnica, ética y constitucionalmente posible por mejorar el funcionamiento institucional para proteger los intereses de la sociedad y generar gobernabilidad y prosperidad en el territorio que ésta habita. La obra es lo importante.
Todo poder es pasajero, y es por esa razón de finitud que el ser humano construye un legado: para dejar constancia del Poder ejercido a lo largo de una existencia valiosa que pueda ser observada con admiración por los ojos de las siguientes generaciones.
Bajo esa óptica, el artista y el político, el padre de familia y el religioso, el pensador y el empresario, son hacedores de futuro. La consciencia de la muerte nos conduce por los caminos de la creación y la destrucción, porque la obra es lo único que nos sobrevive, a la par de la progenie.
Estas tierras potosinas han sido pródigas de grandes mujeres y hombres que han construido un futuro que todavía nos alcanza y que nos va a trascender. Los nombres abundan, y son personajes que dejaron una honda huella en el sentir colectivo, siendo admirados o vilipendiados por una elemental razón: sus obras, palabras y actos.
El parámetro de medición de la grandeza de un pueblo son sus personajes. San Luis Potosí es grande por la grandeza de sus Poetas: Francisco González Bocanegra, Manuel José Othón, Joaquín Antonio Peñalosa; por la valentía de sus héroes: Miguel Barragán, Mariano Jiménez, Pedro Antonio de los Santos; o por la osadía de sus ideas: Ponciano Arriaga, Salvador Nava Martínez, Rafael Montejano y Aguiñaga.
Existen muchas y muchos más, pero elegí a tres destacados personajes por ser, bervigracia, demasiado brillantes. Ellos son atemporales. Puedo pensar, por ello, en tres gobernadores que, para las últimas dos generaciones que he tenido la fortuna de atestiguar (tengo casi 51 años) han sido muy relevantes, y son tan admirados por algunos como repudiados por otros: Carlos Jonguitud Barrios, Marcelo de los Santos Fraga y José Ricardo Gallardo Cardona -este último en funciones.
Los tres son personajes que, como Ozymandias, hacen de la obra el testimonio de su existencia, y por eso los recuerda (o recordará) el pueblo potosino. A Jonguitud le bastaron un parque de 400 hectáreas y un boulevar de 2 kilómetros para ello; a de los Santos tres carreteras, un par de hospitales, dos boulevares y dos recintos culturales. A Gallardo su modernización de las zonas metropolitanas y sus programas sociales, su Red Metro, su Arena Potosí; aunque todavía falta por ver lo que traerán sus siguientes tres años en el poder.
A estos personajes y los anteriores sucederán otros tantos que también busquen dejar su huella en el suelo que los vio nacer, o que los adoptó y convirtió y convertirá en sus líderes. La lista es y seguirá siendo (así lo espero, pues amo esta tierra) larga y prodigiosa.
Menciono esto porque hoy, además, estamos en plena transición entre un tipo de régimen y otro, y todo cambio representa un volado. ¿Águila o sello? ¿Democracia o dictadura? ¿Transición electoral o lucha a muerte por el poder? No lo sabemos; pero podemos anticipar qué todo escenario político será tan apasionante como lo ha sido durante el tiempo que nos precede a este presente que mañana será pasado.
Así que vivamos con intensidad la porción de eternidad que hoy nos corresponde devorar. Al fin y al cabo, todo lo que sube tiene que bajar; sólo hay que tener cuidado de no hacerlo por una escalera de cadáveres tan llenos de resentimiento que puedan convertirse en zombies.
Ahí, en el descenso, es donde hay que conservar la técnica para abrir, maniobrar el paracaídas y aterrizar en el suave césped del reconocimiento social, para poder caminar por las calles del futuro sin temores ni sobresaltos, como cuando se era niño y se soñaba con dominar al mundo; excepto si deseabas ser Poeta: a esos seres privilegiados les corresponde el dominio absoluto del universo.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.