Texto y fotografías de María Ruiz
Todo empezó con una espalda.
Desnuda. Tensa. Una superficie viva que no estaba ahí para ser tocada, sino para ser leída.
En el centro de esa carne expuesta, un corazón rojo —recién trazado con tinta sobre piel— latía. Como si quisiera hablarle a los muros de concreto. A las cámaras de seguridad. A los trajes que no sienten.
“¿DÓNDE ESTÁN?”, decía en letras grandes.
No había rostro. Solo una nuca rapada. Los brazos extendidos: ala, ofrenda o sentencia. No era un performance. Era una forma de seguir existiendo cuando todo lo demás —el Estado, las autoridades, el sistema de justicia— ha desaparecido.
Frente a la Comisión Estatal de Derechos Humanos de San Luis Potosí, ese cuerpo se volvió altar.
Así empezó la intervención. Sin discurso. Sin permiso. Con la única legitimidad que da el dolor.
El jardín como escenario
Desde temprano, el Jardín de Tequisquiapan cambió de rostro.
Las jacarandas florecían, pero sus ramas se mecían como testigos antiguos, acostumbradas al peso del tiempo. A las 9:00 a.m., llegaron las primeras mujeres del colectivo Voz y Dignidad por los Nuestros SLP. Cargaban termos de café, carteles enrollados, lonas con nombres impresos y, en los ojos, la historia: el relato de alguien que ya no está.
No eran muchas. Pero en estos actos, la fuerza no se mide en cantidad.
A las 9:54, llegaron más. Venían desde Ciudad Valles, Tamuín, Charcas, Rioverde. Cada una traía a cuestas un nombre. No el suyo: el de un hijo, una hija, un hermano. Un cuerpo ausente.
No hablaban mucho. Se abrazaban brevemente. Como si las palabras fueran innecesarias.
Fue entonces que un hombre se acercó.
Vestía pantalón gris y camisa clara. No venía con ellas. Era vecino. Observador habitual del jardín.
—Las he visto muchas veces frente a la CEDH —dijo—. Las he visto gritar, pegar fichas… pero hoy me detuve.
Y entonces habló de su propia herida.
—En los setenta fue igual. Desaparecían jóvenes. Estudiantes. Campesinos. Los subían a camionetas sin placas. Ahora se sabe que los volaban en helicópteros para tirarlos al mar.
Su voz no buscaba escena. Solo buscaba ser oída. Y oír.

La calle como expediente
Mientras las buscadoras se preparaban para llegar al organismo, frente a la Comisión ya había prensa. Algunos funcionarios. Personal de la Guardia Civil Estatal. Gente de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas y de la Comisión Ejecutiva Estatal de Atención a Víctimas.
Todos callaban.
Otras madres colgaban carteles en la reja de entrada. Uno por uno. Cada ficha con un rostro detenido en el tiempo:
Juan José Gaspar Jaramillo. Ignacio Mata. Luis Fernando Rangel.
Nombres. Fechas. Lugares.
Miradas impresas que interpelaban al vacío.
Una pancarta desarmaba prejuicios:
“Los jóvenes NO somos peligrosos”.
Otra era un grito:
“No estamos todos. Nos faltan los desaparecidos”.
El sol comenzaba a calentar los papeles. Las sombras se movían. Como si desde las paredes, alguien —algo— respirara.
Entre quienes observaban, y a su vez participaban, estaba Catalina Torres Cuevas.
Exconsejera ciudadana de la CEDH. Renunció a ese cargo honorífico en junio de 2023 denunciando lo que muchos saben, pero pocos dicen en voz alta: que la Comisión no es autónoma.
Que la CEDH no defiende. No protege. Simula.
Y ella no improvisa. Tiene cifras. Tiene memoria. Porque se negó a ser cómplice de un aparato hecho para callar.

Edith: vivir con el corazón afuera
Edith Pérez Rodríguez no necesita presentación. Presidenta del colectivo. Madre. Buscadora.
Camina hacia la Comisión con paso sereno. Pero cada paso pesa. Como si llevara siglos encima.
—Acompañé a la madre de Emir Yurel Torres, desaparecido en diciembre de 2024 y cuyos restos biológicos fueron encontrados este año en una fosa clandestina. Todo lo que le hicieron… me rompió. Estuve semanas sin poder levantarme.
No hay morbo en su voz. Solo verdad.
Una verdad que se refleja en las fichas, en su intervención y en su legítimo reclamo a la CEDH.
—¿Tú sabes lo que es hacer la ficha de tu hijo en PowerPoint? ¿Con una foto mal escaneada? ¿Con tu celular? Y que la quiten. Y que la encuentres en el suelo, barrida…
Así lo dijo al recordar cómo la CEDH retiró los rostros y fichas de búsqueda de las personas desaparecidas que fueron pegadas el pasado 10 de mayo, como acto de manifestación ante las violencias que enfrentan las familias buscadoras.
—Hoy, la burocracia también hiere.
—Tienes que firmar para que publiquen una ficha. Te obligan a revivirlo todo. Volver a describir su ropa. El color de sus cejas. Si no lo recuerdas, te miran raro. Como si no fueras su madre.
Las instituciones, dice, están hechas para cansarnos. Para quebrarnos.
Y aún así, seguimos.
La memoria no se archiva
El acto aún no termina. Nadie posó para la foto.
Tampoco hubo derrota.
Porque mientras una madre siga preguntando ¿dónde está mi hijo?, no hay institución que pueda cerrar el expediente.
La memoria no se archiva. La ausencia no se normaliza.
Han pasado ya dos días desde el inicio de esa intervención , frente a la Comisión y ahí las fichas se han hecho palabras. Y cada palabra, en indignación viva.
