El aborto: un derecho plagado de mitos y estigma

Mariana de Pablos

Al hablar del aborto, opiniones, posturas y juicios sobran. Las mujeres que desean interrumpir su embarazo se enfrentan a un mundo de miradas críticas, opiniones detractoras y comentarios a favor y en contra que convierten a la experiencia en un fuego cruzado de ideas cuyo origen se vuelve imposible distinguir. De ahí que el mayor factor de riesgo para la salud emocional y mental de las mujeres luego de realizar un aborto no sea en sí misma su práctica, sino las condiciones sociales, políticas y culturales en las que se ven inmersas.

Mucho se ha dicho sobre las secuelas traumáticas que puede dejar a su paso la experiencia de un aborto. Mitos que van desde la culpa y la infertilidad hasta la drogadicción, la depresión y el suicidio no hacen más que develar la falta de información existente acerca del tema y contribuir en la reproducción de un discurso de control sobre el cuerpo de las mujeres, promovido principalmente por instituciones como la familia, la escuela, la religión y el Estado.

Así lo explicaron la doctorante en Estudios Críticos en Género por la Universidad Iberoamericana en Ciudad de México, Lourdes Miranda, y la psicóloga Fabiola Espinosa, en el conversatorio “Mitos sobre el impacto del aborto en la salud mental” que se llevó a cabo el pasado martes por las jornadas por el Día de Acción Global por el Aborto Legal, Seguro y Accesible, también conocido como Día por la Despenalización y Legalización del Aborto, que se conmemora cada 28 de septiembre (28S).

Para iniciar con la exposición del tema, Fabiola compartió algunos de los resultados de investigaciones realizadas en lugares donde la interrupción del embarazo es legal, como Estados Unidos y Ciudad de México. Y señaló que el aborto, cuando se hace en condiciones legales y seguras, no está relacionado con el desarrollo de trastornos mentales.

“En cambio, cuando se lleva a cabo un embarazo no deseado sí hay una correlación con que haya, por ejemplo, trastornos de ansiedad, insatisfacción con la vida, trastorno de estrés post-traumático y problemas económicos y de pareja”.

Así, hablar de un síndrome post aborto implicaría, en realidad, hablar sobre: uno, la salud mental previa de cada mujer; y dos, el estigma y juicio social que envuelve la experiencia, pues “estos sí pueden ser factores de malestar después de un aborto”.

De acuerdo a la información recabada por las exponentes, el mejor indicador de trauma pos aborto es un antecedente de problemas de salud mental.

En cuanto al segundo factor, Fabiola señala que una de cada cuatro mujeres reporta un malestar emocional después de abortar como culpa, enojo y vergüenza relacionadas “con las opiniones y sentires de su círculo social”. Asimismo, una de cada tres mujeres que desean abortar se mostró preocupada por ser juzgada por personas cercanas.

De esta forma, lo que vuelve traumática a la situación no es el suceso en sí mismo, sino el entorno que lo acoge, es decir, “todas las ideas que corren en nuestra mente a partir de lo que hay en el exterior”, y que son resultado de la forma en como las mujeres han sido intervenidas por la sociedad a lo largo de su vida desde la educación, la cultura, la religión, la familia, etc.

“Si vivimos en un contexto en el que el aborto está en la ilegalidad; en donde las mujeres que lo tienen que atravesar lo hacen en silencio, a veces completamente solas, sin información certera para acceder a un procedimiento seguro, y que encima les dicen que han cometido un pecado, que entonces son asesinas, y viven todo esto con culpa, entonces es muy probable que se vuelva una experiencia traumática”, ejemplifica Fabiola.

Es así que, cuando se trata del aborto y los derechos sexuales y reproductivos se vuelva fundamental desmentir que todas las mujeres somos iguales y vivimos en las mismas condiciones. Muy por el contrario, se trata de derechos que ocurren en contextos sociales, políticos y geográficos concretos:

“No es lo mismo que yo quiera acceder a métodos anticonceptivos viviendo aquí en la capital de San Luis Potosí, a que viva en Matlapa, por ejemplo, en donde ni siquiera hay una farmacia”.

Otro punto importante a tomar en cuenta para tener acceso a derechos sexuales y reproductivos es que las relaciones humanas están marcadas por relaciones de poder.

Lourdes explica que dentro de las relaciones de pareja hay negociaciones que las mujeres pueden o no hacer:

“Por ejemplo, hay quienes sí pueden usar el condón o las barreras de látex con sus parejas, pero hay mujeres que no pueden y es precisamente por estas relaciones de poder”.

Entonces, como explica Lourdes, “estamos hablamos de que no todas estamos situadas de la misma manera”. Pensar que todas las mujeres viven las mismas situaciones, en los mismos contextos, ocasiona que se generen legislaciones en donde se hace referencia a las mujeres como una única persona y como si todas tuvieran la misma capacidad para ejercer la sexualidad de la misma manera.

“Es ahí cuando escuchamos comentarios como ‘todos pueden ir a comprar condones’ o ‘se embarazan porque quieren’. Y no es cierto, no es cierto que todas tenemos acceso a la información, ni es cierto que todas tenemos acceso a métodos anticonceptivos, ni es cierto que todas tenemos relaciones donde no hay violencia, ni es cierto que todas vivimos en contextos sociales y comunitarios donde podemos hablar abiertamente sobre estos temas”.

Así, en lo que concierne a los derechos sexuales y reproductivos, cada mujer tendrá necesidades específicas. Sin embargo, respecto al aborto, hay cuatro condiciones fundamentales con las que debe contar toda mujer, sin importar sus contextos particulares: accesibilidad, aceptabilidad cultural, apropiación, es decir, que las mujeres puedan tomar decisiones libres en torno a su cuerpo; y calidad, que se cuente con información clara y precisa.

Solo cuando las mujeres puedan vivir sus cuerpos y tomar sus decisiones a partir de esta realidad, se podrá decir que han recuperado su capacidad para intervenir de forma activa y autónoma en su propio proceso. Hasta entonces, aún hay mucho que considerar antes de poder hablar de derechos sexuales y reproductivos, así como afectaciones a la salud mental y emocional de las mujeres luego de un aborto.

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