El Aquelarre: El opio de las mujeres…

Arely Torres-Miranda

Históricamente, el 14 de febrero ha sido directamente relacionado con el amor y  la amistad. Dicen quienes saben, que esta celebración nació desde el siglo III en Roma, cuando gobernaba el emperador Claudio II, quien bajo la lógica de que si los hombres permanecían solteros, eran mejores soldados (ya que no tendrían ataduras que les distrajeran), decidió prohibir los matrimonios. Pero ya ven lo que dice gente; “el verdadero amor, todo lo vence” y obviamente, la gente empezaron a casarse clandestinamente gracias al sacerdote Valentín, que tras haber desobedecido a Claudio II, fue encarcelado y ejecutado el 14 de febrero del año 270. El romántico y soñador Papa Gelasio I quiso conmemorar este bonito gesto que tuvo Valentín, haciéndole santo y añadiendo el día de su ejecución al calendario litúrgico para celebrar el amor. Y así, fue como nació este dulce, amoroso y capitalista día.

El amor, sin duda, es de los sentimientos y comportamientos más importantes del mundo. Lo dicen muy claro diferentes autores, autoras; filósofas y filósofos como por ejemplo Friedrich Nietzsche quien seguramente, profundamente enamorado, se atrevió a afirmar que “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”. Y bueno, ¡qué podemos decir de Juan Gabriel! Le puedo apostar apreciable lector, querida lectora, que nuestro gordito precioso más de una vez le ha hecho cantar aquella dolorosa y fulminante declaratoria que dice “yo no nací para amar, nadie nació para mí” y así, fuimos creciendo idealizando la sola idea de estar en pareja.

No nos vayamos más lejos, todavía hay gente necia que insiste en leer al momento de celebrar un matrimonio civil, aquella sentencia que cita que el individuo “no puede bastarse así mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal” y entonces, pues así fuimos creciendo, hombres y mujeres, creyendo que el amor, es el único camino para ser feliz… y no cualquier amor, si no el amor en pareja.

Esto no fuera motivo de cuestionamiento o análisis si no fuera porque, como siempre, hay un doble estándar para amar, dependiendo si somos hombres o mujeres. Desde hace varios años, Kate Millet, feminista fallecida apenas en 2017 y quien dedicó gran parte de su vida a estudiar las relaciones amorosas, lo nombraba muy claro: el amor romántico, ese amor que se nos ha enseñado, de manera estereotipada, en relaciones no equitativas, perpetúan las desigualdades y como base y sostén de las violencias contra las mujeres.

Ella afirmaba que “El concepto del amor romántico es un instrumento de manipulación emocional que el macho puede explorar libremente, ya que el amor es la única condición bajo la que se autoriza -ideológicamente- la actividad sexual de la hembra” y esto también tiene que ver con cómo esa manipulación se cuela en aquellas actividades no remuneradas de cuidado del hogar, cuidado de los hijos e hijas y cuidado de los y las enfermas… la pandemia seguramente nos lo ha hecho aún más claro y quién tenga dudas, puede revisar en la página del INMUJERES, como el valor económico del trabajo NO remunerado en labores domésticas y de cuidados registró un nivel equivalente a 5.6 billones de pesos del PIB, pero eso, muchas veces es un acto obligado y hasta reclamado “en nombre del amor” .Luego entonces, no es casualidad que las mujeres sean quienes tienen menor acceso a trabajos remunerados bajo las prestaciones y condiciones mínimas de ley y quienes engrosan la lista del comercio informal.

Crecer bajo la idea de que el amor y el matrimonio es la meta a la que todas las mujeres hemos de aspirar, también nos ha orillado a tener relaciones sexo-afectivas no satisfactorias. La gran Marcela Lagarde en su texto “La soledad y la desolación” pone de manera muy clara, esta formación que vivimos muchas mujeres: “Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa” y es necesario que perdamos el miedo a esta soledad.

Afortunadamente, el paradigma social está cambiando y poco a poco hemos ido avanzando creando y buscando realidades diversas para las niñas. Ahora, las princesas de los cuentos no son esas “mujeres desesperadas” que se casan con un tipo que ni su nombre sabía o se acordaba de su cara, pero juraba que se había enamorado en un baile o también, de aquel abusador que “le robó un beso” y lo comenzamos a nombrar como lo que es: un abuso sexual al aprovecharse de su condición de vulnerabilidad y estar dormida sin poder asentar el consentimiento de ese beso.

Sí, seguramente este orden social podrá ser mal visto para quienes durante toda su vida han llamado “romanticismo” a esas actitudes invasivas, manipuladoras y violentas. No se preocupen, se tendrán que acostumbrar y no les hará daño cuestionarse y deconstruirse para lograr avanzar a una sociedad más justa y digna para todos y para todas. Viva el amor, pero ese amor que nos ayude a ser mejores personas, que nos haga felices y que no se viva en un sufrimiento o altibajos emocionales.

Amemos en condiciones de igualdad, amemos desde el reconocimiento de la dignidad de la otra persona. Ya lo dijo Karen Millet “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas: mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban (…) Tal vez no se trate de que el amor en sí mismo sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a las mujeres y hacerlas dependientes, en todos los sentidos (…) Entre seres libres, el amor es otra cosa”.

Feliz 14 de febrero.

 

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