El eterno buscador

Texto y fotografías de Mariana de Pablos

Vajillas de vidrio, cobre y plata; armarios de roble que tocan el techo, rubias muñecas de porcelana; lámparas de latón, cuarzo y mármol; hermosísimos relojes, imponentes espejos, llaves perdidas y el eterno resplandecer de un sinfín de candiles. Sobre la calle Pedro Vallejo, en la casa-tienda-taller de antigüedades de Guillermo Moreno, los objetos que ahí habitan brillan por sí mismos y lo hacen como si apenas hubieran sido traídos a la vida.

En este peculiar recinto se yuxtaponen épocas, se albergan cuentos, leyendas y momentos de todo tipo. Aquí se encuentra expuesta una maravillosa y amplia variedad de testigos de la historia; de sobrevivientes al tiempo que hoy están a la venta, a la expectativa de que alguien sea capaz de percibir no solo su belleza, sino también todas las historias que tienen por contar.

Su guardián, el señor Guillermo Moreno, ya ha percibido algo especial en estos objetos que ha recolectado y atesorado durante toda su vida; les ha dado no solo un hogar provisional en su tienda, sino también todo el cariño que un padre es capaz de ofrecer.

Anticuario, coleccionista, ingeniero, pero sobre todo restaurador, Guillermo tiene una capacidad prácticamente innata para ver más allá de los objetos. Las historias que le cuentan y las emociones que en él despiertan le permiten percibir el potencial que todos estos seres inertes tienen de ser restaurados, de sanar las heridas del tiempo y recuperar, aunque sea en apariencia, un poco de su esencia original.

Por sus manos han pasado una gran variedad de piezas que han sufrido los estragos del tiempo y que, en su último aliento, justo antes de perecer, todavía alcanzaron a hacer un llamado de auxilio. Él, junto al siempre leal Pancho, quien ha permanecido en su familia durante más de medio siglo, son artesanos de la historia; obreros del tiempo a través de sus manifestaciones más tangibles y humanas.

Una casa, una tienda, un legado

Entrar a la tienda de antigüedades ubicada frente al jardín Guerrero, en esquina con Vallejo y Galeana, en pleno corazón del Barrio de San Miguelito, es como hacer un viaje en el tiempo: el olor a madera, la luz tenue, el papel tapiz decolorado y cayéndose a pedazos; la humedad que crece por las esquinas de los altos muros, las cortinas oscuras y pesadas. Y no se diga, por supuesto, los objetos que ahí viven, hacen de la atmósfera toda una experiencia única.

La antigua casa pertenecía a los abuelos maternos de Guillermo, quienes también eran anticuarios. Interés particular que heredaron sus padres y especialmente su tío Benjamín Castro, a quien Guillermo recuerda como un hombre muy creativo, siempre trabajando de la mano de un joven Pancho quien, al día de hoy, cincuenta años después, todavía se pasea por la tienda con una sonrisa estampada en el rostro y su cinturón de herramientas.

“Mi tío hacía candiles, muebles, relojes, uy… ¡un chorro de cosas! Tenía el taller atrás y en la parte de arriba. Y sus cosas las tenía aquí (en la parte que ahora es la tienda), pero no abría al público así como nosotros”.

Marilú Palau, esposa de Guillermo, lo recuerda como un todo un artista capaz de crear y arreglar lo que se propusiera. Talento que le ganó gran fama y reconocimiento a nivel nacional, pues recuerda que tuvo clientes de Monterrey y de Ciudad de México, “gente de mucho dinero, incluso María Félix llegó a venir aquí”.

Guillermo desconoce cómo o de dónde adquirió todos sus conocimientos y habilidades el tío Benjamín, más bien parecería una capacidad innata y una “labor autodidacta”, que además él absorbió como una esponja durante su niñez y juventud.

“Mi tío era impresionantemente bueno para todo. Entonces se puede decir que fue una escuela para mí”, comenta con cariño al recordar su vida creciendo entre objetos de la más amplia variedad y origen.

Sin lugar a dudas se trató de una infancia poco común: aprendiendo de la sensibilidad de sus padres, agudizando el oído para alcanzar a escuchar lo que las cosas tienen por contar, y acompañando a su tío quien pasaba horas oculto en su taller, tal y como hace él ahora.

La mano de obra: (re) crear la historia

Como bien aprendió de su tío, no todo es coleccionar. El trabajo de un verdadero anticuario también es saber restaurar la antigüedad y reconocer el potencial de las cosas para vivir una segunda vida adaptándose a la actualidad.

“Una cosa muy importante para nosotros es saber arreglar todo”, explica Guillermo, “aquí siempre estamos arreglando cosas y cosas. Esta lámpara la pintamos nosotros, y todavía le falta una pieza. También arreglamos muebles, candiles, relojes, de todo lo que ves aquí”.

En ocasiones estos trabajos de restauración son por pedido y otras veces por el mero gusto y afecto que sienten por esos objetos. Además, en su labor la imaginación y la curiosidad son fundamentales, pues es importante querer descubrir cómo lo que para otros ya no sirve, volvería a la vida de tan solo dedicarle una buena mano de trabajo y un poco de tiempo.

“Mucha gente no sabe lo que tiene y ni se imaginan como arreglarlo. Arreglar un candil o un mueble no es fácil, necesitas saber. Todo tiene su chiste, claro, pero muchos prefieren desecharlo, cuando su valor es muchísimo más grande de lo que podría imaginarse”.

En su taller, además, se da vida a nuevas creaciones, algunas desde cero, como lo son varios de los candiles que cuelgan de los altos techos del Palacio de San Agustín, incluyendo el más grande que se encuentra en la entrada al hotel, y otras a partir de ciertos objetos que ha coleccionado:

“Esta barra por ejemplo, la hicimos aquí de puertas antiguas. Y entonces ese tipo de cosas ¿dónde las consigues? La hicimos con una puerta que ya es muy difícil adaptar a algún lugar porque eran puertas muy grandes. Lo hacemos así y ya te queda una pieza única. Y así muchas cosas”.

La creatividad de Guillermo es desbordante y en gran parte es resultado de este andar en el mundo de las antigüedades. El privilegio de compartir con ellas toda una vida le ha ido afinando un gusto muy particular y, sobre todo, la capacidad para dejar su propia huella en la historia.

La colección y la venta, a veces incompatibles

A Guillermo le cuesta trabajo recordar el origen exacto de cada una de las cosas que se encuentran expuestas en la tienda. Algunas son parte de su colección personal o heredada y no están a la venta; otras son cosas de su hija, quien también adquirió el gusto por las antigüedades. También hay las que se encuentran a consignación o son regalos de personas conocidas y desconocidas quienes consideraron estarían mejor en manos de Guillermo que en las del chatarrero.

Desde hace ya más de un siglo que su familia se dedica a la recolección, restauración y venta de antigüedades.

“Cuando estás en esto, los objetos te empiezan a buscar a ti”, y de un momento a otro, la colección se vuelve más grande que el espacio para albergarla.

Los objetos que han permanecido en su familia a lo largo del tiempo, más aquellos que el propio Guillermo ha reunido durante su vida, son tantos que apenas caben en la casa de Vallejo, y ni hablar de los que tienen en su propio hogar.

Fue frente a este mar de cosas que decidieron abrir la tienda. Marilú cuenta que cuando su hija y su esposo compraron la casa, manifestaron su intención de mandarlo todo a una bodega y frente a esa posibilidad fue que se le ocurrió la idea de abrir una tienda. De esta manera, Guillermo podría seguir trabajando en el taller y empezar a deshacerse de alguna que otra cosa.

Las ventas, sin embargo, no han sido tan positivas como hubieran deseado en estos dos años que han estado al frente de la tienda.

“Nos va perfectamente mal con las ventas. Hay veces que sí se venden cosas, pero hay veces que pasa una semana y no vendes nada”, señala Marilú.

Ello se debe, por un lado, a que se trata de objetos de precio elevado y por el otro, explica tanto Guillermo como su hija, “tienen sus apegos”, es decir, cosas que no quieren vender pese a que haya clientes interesados o dispuestos a pagar su precio.

Guillermo, sin embargo, no concuerda con Marilú. Más allá de apegos, él habla de un proceso de reconocimiento de la historia a través de sus manifestaciones culturales materiales.

Este trabajo puede ser difícil para muchos, pero no el caso de Guillermo. Para él hay dos criterios básicos para elegir los objetos: el gusto y el conocimiento, “no vas a comprar o quedarte con nada que no te guste, ¿o sí?”.

Su andar por la tierra entre objetos marcaron su origen y su destino. Guillermo es un hombre que sabe disfrutar de las cosas mientras tiene el privilegio de compartir con ellas su estancia en la tierra. Sabe que aunque es probable que después de su muerte sus descendientes no aprecien estos objetos como él siempre lo hizo, está satisfecho de haber convivido con ellos el tiempo que se le ha permitido.

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