El niño que encontró una momia en casa de su abuela

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Todos hemos jugado de niños en la casa de los abuelos. Tienen algo especial, sus espacios están habitados por vivencias de antaño, objetos, recuerdos y fotografías que superan la generación de nuestros padres… ¿Cómo evitar adentrarse en sus áticos, sótanos y todos aquellos rincones cerrados bajo llave en busca de secretos?

La infancia es esa edad en la que los sueños empujan nuestros pasos, donde nuestras miradas suelen alojarse en las mirillas de las cerraduras en busca de misterios familiares. Pues bien, Alexander Kettler lo sabía bien y no pudo evitar el dedicar una tarde entera a “husmear” en esa zona que su abuela le había prohibido. Y con justa razón, porque lo que encontró fue sencillamente asombroso…

El inquilino del ático.

Alexander tiene 10 años; es inquieto, de esos niños a los que les gustan las historias de fantasmas y los libros de aventuras. Quizá lo heredó de su abuelo.

El chiste es que aquel fin de semana, se había quedado en la vieja casa del sur de Alemania en compañía de sus padres, una antigua mansión que su abuela mantenía en perfecto estado y con sumo cuidado. Le permitía jugar a su nieto en cualquier sitio de la casa y el jardín. En todos, excepto en una parte: el ático.

Pero bueno, basta con que se le prohíba algo a un niño para alimentar su curiosad; y obviamente, Alexander no fue la excepción. Con linterna en mano subió los diez escalones hasta llegar a la pequeña puerta cerrada del ático, que para su suerte, no le costó demasiado abrir.

Al principio, el ático no parecía tener nada especial a la vista, sólo sombras, polvo, quietud y un tiempo estancado. Había muebles escondidos bajo viejas sábanas. Alexander pasó su mano sobre aquellas extrañas formas intentando averiguar qué había debajo de cada una: espejos, un sofá, sillas… hasta que dio con una caja rectangular bastante grande. Al quitar la sábana, encontró algo parecido a un ataúd… Pero era un sarcófago.

El pequeño curioso tampoco dudó, era un niño valiente. Levantó la tapa y ahí estaba: una momia en el interior de un auténtico sarcófago, jeroglíficos en todos lados, una máscara funeraria y un vaso canopo, donde se hallaban las vísceras del difunto, lavadas y embalsamadas según las técnicas del Antiguo Egipto.

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Ninguno de los familiares conocía la existencia de tan peculiar objeto de colección. Es más, aseguraron que “jamás habían sentido olores extraños” en la casa. Sin embargo, el padre de Alexander, Lutz Wolfgang Kettler, tuvo una ligera idea del origen de esa momia, incluso lo declaró antes de que un instituto científico corrobore si es auténtica o no.

El abuelo de Alexander fue un gran aventurero. En los años 50 solía viajar muy a menudo al norte de África, años en los que se solía comercial libremente con cualquier momia perteneciente a la cultura egipcia. No había legislaciones y fueron muchos los oportunistas que pagaron altas cantidades de dinero por poseer alguna de aquellas valiosas piezas.

En la casa se encontraron más objetos del Antiguo Egipto con un importante valor histórico. Aunque fuera sólo para esconderlas en el ático de sus casas, en total y absoluto secreto…

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