Por: Oswaldo Ríos. Twitter: @OSWALDORIOSM
La megalomanía como parafernalia. Gran palacio, gran escenario, gran coyuntura, gran difusión, gran expectativa, gran fracaso y un presidentito. Nunca en todo el tiempo que ha ejercido el poder, Andrés Manuel López Obrador se vio más empequeñecido que ayer.
Lo del pasado domingo negro fue pésimo para todos.
Perdió el presidente que creyó que repitiendo el mismo discurso de autoelogio y diatribas sería suficiente para enmendar en algo su deteriorada imagen, para solo lograr que ayer y en todas las casas encuestadoras serias, por primera vez el porcentaje de gente que lo repudia, es mayor que el de quienes lo apoyan.
Pero, sobre todo, perdió el país sumido en la incertidumbre que esperaba el mensaje luminoso de un líder y tuvo que conformarse con la perorata mezquina de un rencoroso profesional. El hombre que cree con convicción fundamentalista que él es la medida de todas las cosas. El jefe de Estado y de Gobierno que confunde problemas con adversarios, críticas con ataques y que es incapaz de la más elemental autocrítica, de rectificar sus errores, y de cambiar de ideas a partir de ponerse en los zapatos de los otros.
Uno podría pensar que el triste espectáculo del enésimo informe de gobierno de un “gobernante” que justamente no gobierna, fue el resultado de la insondable magnitud de las múltiples, agudas y simultáneas crisis que atraviesan a México, pero no.
La terrible escena de naufragio presidencial que le regaló López a los mexicanos y al mundo, es el resultado de una enfermiza obsesión por demostrar (como si hiciera falta) que este es un gobierno de un solo hombre y la necedad de tomar decisiones confiando en el criterio de quien se ve a sí mismo como infalible.
Lamentablemente para él, lo que hemos visto a lo largo de la historia, es que ese régimen de monarca sexenal produce un autoritarismo endémico que termina por devorar a quien pretende domesticarlo y que la soberbia que genera en la persona que encarna ese summum de concentración de poder es la pérdida absoluta de percepción de la realidad.
Por eso ayer vimos un presidente obstinado, predecible, inconexo, irascible, equivocado y dolorosamente superado por el tiempo que le toca vivir.
El plan es que no hay plan.
Lo que teóricamente sería un mensaje que contendría un programa económico para superar los efectos lesivos de la parálisis que ha provocado la campaña de desactivación social por el coronavirus, se convirtió en un informe de propaganda gubernamental personalizada que violentó flagrantemente el artículo 134 de la Constitución y que repitió las mismas frases y fórmulas que se escuchan todos los días en sus conferencias de prensa.
Discurso: Se mantienen Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya. Se le invertirán 65 mil millones de pesos a Pemex. Se darán más becas. Se reducirán más los ingresos de los funcionarios públicos. Se gobierna con patriotismo y sin criterios neoliberales. Se atacan las causas de la violencia. Se crearán 2 millones de empleos. Se superará la crisis y se vivirá en un México de ensueño porque así lo ha decretado el presidente.
Realidad: Cada peso que el gobierno invierte a Santa Lucía, Dos Bocas, el Tren Maya y ahora incluso en Pemex, es dinero tirado en un barril sin fondo, porque esos proyectos están destinados al fracaso, y no porque yo lo escriba o lo repitan expertos en la materia, sino porque son caprichos carentes de viabilidad técnica, elefantes blancos que se alimentan de los recursos que hoy hacen falta para mantener al país de pie. No se crearán empleos, sino que se darán más becas lo cual le impone al gobierno más cargas, no lo libera, ni se crean fuentes de trabajo. Despojar arbitrariamente a los funcionarios de prestaciones como su aguinaldo es ilegal y es un abuso humillante hacia su equipo. Y mientras López “ataca las causas de la violencia”, marzo fue el mes más violento de la historia. La economía, la sociedad, la información, la libertad política y la palabra plural, no van a someterse a los dictados del poder. Nunca. No ha ocurrido en ninguna parte del mundo. No ocurrirá con él.
Donde no fue pequeño, sino invisible, fue en el gravísimo asunto de la violencia de género. La palabra “mujer” o la palabra “feminicidio”, no aparecieron una sola vez entre las 3,312 que conformaron su discurso. Pero al presidente no le importa.
Las voces más “críticas” del feminismo le vendieron su dignidad y su silencio. Es una pena, porque mientras ellas escuchaban y callaban las omisiones del informe presidencial, en Sonora se llevaba a cabo una marcha para exigir “Justicia para Paola”, una niña de 13 años violada y asesinada en su propia casa mientras hacia cuarentena por la pandemia. Soñaba con ser bailarina.
País de sueños rotos y pesadillas sólidas como roca.
Como la de ayer.
Un México grande, con problemas enormes y un presidente chiquito: un presidentito.