Octavio César Mendoza
Si Benito Juárez no hubiese arribado al Poder Judicial por la vía democrática derivada de un proceso electoral, difícilmente habría sido presidente de México, en tiempos donde el país estaba despertando con la mitad del cuerpo cercenado, ahogado por las ambiciones del poder eclesiástico, y gobernado por leyes hechas a modo de protección de los grandes terratenientes. En efecto, no fue aquella una elección copiosa, no tuvo campañas coloridas ni despertó mayor interés entre una sociedad poco ilustrada, pero Juárez es Juárez y el viento de los tiempos lo constata.
Hoy estamos ante una nueva elección histórica por dos razones: México sigue siendo un país que se convulsiona entre los jaloneos de los poderes fácticos narco-locales y las amenazas exógenas del vecino del norte, contando de nuestro lado con fuerzas armadas cuyos ambos conceptos son muy discutibles y con una institucionalidad basada en la popularidad que otorga el clientelismo electoral, además de algunos empresarios abusivos que no pagan impuestos, gobernantes coludidos con el crimen organizado, miembros del Jet-Set prófugos, y un sistema de justicia que propicia que de cada 100 delitos, se castigue 1, y donde el inocente puede estar prisionero y el culpable puede sobornar al juez para seguir delinquiendo. En México gobierna la impunidad en materia de justicia, y no podemos decir por ello que hay que sentirnos orgullosos del actual Poder Judicial. Ne memes, dice la doctora Chekelete.
Nuestra democracia sigue en pañales, pero de adulto, y ya reusados durante más de un siglo: somos una nación anquilosada por los vicios, fofa por la corrupción y profundamente injusta por la falta de méritos de quienes tocan la campana de la colina. Tenemos tuberculosis institucional, y seguimos fumando las hierbas del neoliberalismo; pero al mismo tiempo carecemos de un sistema de salud que nos salve la vida, y seguimos recetando y tomando el paracetamol del populismo. No estamos mejor ni peor que en la era de Juárez, clarín corneta, pero tenemos la opción de votar que, bervigracia, nos da el legítimo derecho de (por lo menos) mentarle la madre a quien resulte electo en caso de ser un bodrio abominable de incapacidad o nulo sentido común.
Por ello, a quienes hacen el llamado de no ir a votar por los nuevos integrantes del Poder Judicial, no hay que hacerles caso. Son ardillas en el bosque. En efecto, es notorio que la propuesta del proceso de elección del Poder Judicial no la hicieron las inteligencias más brillantes de este país, y que muchas de las personas candidatas están para llorar; pero, ¿quién soy yo, un humilde autodidacta sin capacidades intelectuales más que aquellas que por inescrutable obra divina me fueron concedidas a través de la manía lectora, para juzgar a los ingenieros electorales por sus burdas limitaciones creativas a la hora de diseñar la metodología para juzgar quiénes serán los futuros juzgadores desde la intimidad de una urna? Naiden, diría mi bisabuela. Y era sabia.
El poder de votar a quien juzga, nos da el poder de juzgarlo: aquél se va a empoderar, e incluso puede caer en la tentación de tiranizar; pero, de entrada, ya se coloca en la posición de tiro al blanco si comienza a hacer de las suyas, sean burradas, injusticias, agravios o chingaderas. Así que a votar se ha dicho, para que tengamos el poder de la vox populi a la hora de linchar desde la comodidad de un muro anónimo de Facebook, o con los huevos listos para ser lanzados en la vía pública a modo de repudio.
Entienda: vaya a votar. Y no, no le voy a decir por quién tiene que votar, pues ya acabaron las campañas para tal cuestión; pero sí le voy a decir a quiénes escuché declarar sus buenas intenciones y les voy a dar mi voto: Zelandia Borquez, Ángel Gonzalo Santiago, Marisol Nieto Alvarado, José Luis Ruiz Contreras, Yasmín Esquivel, Miguel Méndez Montes, Silvia Torres, y algunos nombres más que de momento olvido, pero trataré de recordar cuando cumpla esta heroica misión de elegir a quienes deberán encaminar a la República Mexicana por un nuevo sendero de Justicia y Paz.
Me conformo con que tengan, para empezar, la honorabilidad suficiente que les exigió su sacrosanta madre cuando eran niños, e iban muy contentos a la escuela sin saber que, un día, tendrían que ser el relevo de los togados momificados de este país.
Así que vote, o bótese.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.