La incertidumbre del trasplante de órganos en SLP

María Ruiz

Daniel acaba de cumplir 34 años de trasplantado, y cuando dice “cumplir” lo hace con el mismo peso de quien celebra un aniversario de vida ganada. Muestra sus estudios recientes: perfectos, como los de una persona sana. El riñón que lleva dentro ya no es un injerto.

“Tiene mi ADN, los médicos ya lo consideran nativo, se ha desarrollado conmigo, porque crecimos juntos”.

Lo trasplantaron cuando era adolescente. Hoy, adulto, no toma inmunosupresores ni sigue una dieta restrictiva.

“Me he ido muchas veces a comer pizza, a McDonald’s por hamburguesas, papas, refrescos… Y no me privo, como me indicaban antes”.

Sin embargo, el camino hasta aquí fue brutal; sus brazos son mapas de batalla: cicatrices de fístulas externas; su cuello guarda huellas de catéteres emergentes en ambas yugulares; en el pecho, otra cicatriz cuando le hicieron una perforacion, para sacar agua de sus pulmones, y en el abdomen tiene marcas de catéteres peritoneales, abscesos, hernias.

“Mi abdomen está destruido”, dice sin rodeos. A esto se suma una vejiga neuropática, fibromialgia, depresión y ansiedad. “Es muy muy difícil”.

Como lo estuvo Daniel, en San Luis Potosí actualmente hay 97 personas a la espera de un riñón. 97 vidas suspendidas en una lista que no avanza al ritmo que debería.

Datos del Centro Estatal de Trasplantes (Cetra) , proporcionados a Astrolabio Diario Digital a través de la solicitud de información con folio 241484225000007, muestran que entre 2021 y 2025 esos pacientes siguen en espera. Mientras los trasplantes renales que se realizan en el estado son principalmente de donantes vivos, la donación cadavérica aún es escasa.

Cuando el cuerpo se convierte en un campo de batalla

Karla tiene 37 años. Hace tres meses, su cuerpo empezó a hincharse: pies y cara. La diagnosticaron con síndrome nefrótico. La biopsia confirmó nefropatía por IgA, una enfermedad donde el propio sistema inmunológico ataca los riñones.

“Me he sentido muy agotada, me da muchas náuseas… Lo único que no soporto es el dolor en los pies”, cuenta.

Hoy vive entre dosis altas de prednisona y visitas a la nutrióloga renal, que le ha restringido “literal, todo”.

La incertidumbre que experimenta Karla en su proceso de adaptación se ve reflejada, a una escala mayor, en el panorama de los trasplantes renales en San Luis Potosí.

La dependencia del tipo sanguíneo para acceder a un trasplante se complica significativamente por la falta de registros claros de las listas de espera por grupo sanguíneo en el Cetra. Esta ausencia de información precisa añade una capa de dificultad a la ya de por sí angustiante espera para los pacientes que necesitan un riñón.

Karla, que apenas está comprendiendo el riesgo que significa su diagnóstico y en un futuro depender de una donación de riñón, también expone su temor a no encontrar un futuro donador.

Las cifras de trasplantes realizados en el Hospital Central “Dr. Ignacio Morones Prieto” entre 2021 y 2023 registraron un total de 18 procedimientos; entre 2024 y 2025 fueron 17, todos fueron de córnea. No hay registros de transplantes renales.

Cuando Karla se enteró de estad cifras, rápido comprendió las implicaciones que tiene la enfermedad en los pacientes que dependen de los servicios de salud pública.

“¿Qué factores hay para que los trasplantes renales en el Hospital Central, no se lleven a cabo? Me preocupa que esta situación de falta de accesibilidad dependa mi vida”.

Una lista que crece en silencio

Daniel habla y no es solo su voz, es la de todos los que han peleado contra la insuficiencia renal en San Luis Potosí.

“La batalla con la diálisis fue muy cruel y me dejó muy dañado”, dice.

Recuerda cómo hace 34 años, cuando tenía 16 años de edad, su familia empezó el proceso de protocolo de transplante en el Centro Médico La Raza, en Ciudad de México, porque en San Luis Potosí no había posibilidades de hacerlo.

Las personas con insuficiencia renal no pueden esperar indefinidamente. Cada día sin un riñón funcional las expone a complicaciones, sufrimiento físico y emocional, y en muchos casos, a la muerte.

Esto también refleja que la donación cadavérica no se agiliza en los hospitales públicos. Tal vez por una falta de articulación en la gestión, pues en la práctica, quienes logran un trasplante (sobre todo en el sector privado) suelen ser personas con recursos económicos o redes familiares fuertes. Los demás quedan fuera.

No obstante, Karla, aún lejos de un trasplante, escucha historias como la de Daniel y mezcla esperanza y miedo, pues al no contar con seguro médico la única opción para acelerar ese proceso y evitar años de espera sería recurrir a un hospital privado. Pero ese camino no es sencillo: un trasplante renal en el sector privado en México cuesta entre 600 mil y un millón de pesos.

Según la información dispuesta por el Cetra, en el sector salud privado, en el Hospital Lomas de San Luis Internacional se efectuaron 40 procedimientos de transplantes de órgano, de estos 10 fueron renales de donante vivo, los demás de córnea.

Por parte de Operadora de Hospitales Angeles, se registraron 19 procedimientos: 16 renal donante vivo y tres cadavérico. En la Sociedad de Beneficencia Española fueron un total de 103 transplantes, 80 renales de donante vivo, 20 procedimientos para trasplante renal cadavérico y tres de córnea.

En Star Medica se registraron en los mismos años un total de 139 transplantes: cuatro renales cadavérico y los restantes de donante vivo.

El panorama en los servicios de salud para las y los enfermos renales en San Luis Potosí es complicada. Para muchos transplantarse en un hospital privado ni siquiera es una opción, menos reunir esa cantidad de dinero, así que les toca seguir a la espera mientras la enfermedad avanza.

En su lucha reciente, Karla se enfrenta también a la carga emocional.

“Agradecería mucho que alguien con esta misma enfermedad me cuente sus experiencias”, pide. No es solo el cuerpo lo que duele, es el miedo, la incertidumbre, el aislamiento.

El terror a morir en el intento

De 2021 a mayo de 2025 el Cetra solo ha registrado dos decesos de enfermos renales que se encontraban en lista de espera de transplante.

Carmen, quien tiene 47 años y 13 desde que cayó en diálisis, señala con extrañeza la baja cifra de decesos que se reportan.

“He pasado los últimos años de mi vida en el hospital, en nefrología, en consultas. Una hace familia ahí; nos dicen guerreros, pero no sobrevivimos todos los días. Muchos compañeros han muerto esperando un riñón. Tan solo el año pasado falleció un amigo mío de un infarto debido al potasio alto que ya no filtraban sus riñones; su corazón creció y no resistió. También tengo una amiga que falleció por una bacteria que se le depositó en su catéter de hemodiálisis, no la atendieron a tiempo y la bacteria contaminó todo su organismo, muriendo a causa de ello. Y así conozco muchos casos cercanos”.

“Pero también hay que decirlo,” continúa Carmen, “los hospitales a veces hacen el procedimiento para acceder a la lista de espera más engorroso, por eso muchos hacen rifas, se endeudan. Me ha tocado ver cómo matrimonios venden su casa para poder pagar el trasplante en hospital privado. Es una tristeza”.

Daniel ya no es paciente renal, lo dieron de alta del hospital donde se trató durante años, pero lo que vivió —y lo que vive Karla— es un recordatorio de por qué es urgente hablar del tema.

En San Luis Potosí no hay pacientes en espera de trasplantes de hígado, corazón, pulmón o médula ósea. El sistema está concentrado solo en córneas y riñones. En el caso de este último, la balanza está descompensada: entre 2021 y 2025, los trasplantes renales cadavéricos fueron apenas una fracción de los realizados con donantes vivos.

De los trasplantes renales de donante cadáver, solo el 37 por ciento se hizo en mujeres y el 60 por ciento en hombres. En los de donante vivo, la proporción también es desigual: 32 por ciento mujeres y 68 por ciento hombres. Los cuerpos femeninos, además de donar, también cargan con las listas de espera.

Crecer con el riñón de otro

“Mi riñón ya no es un injerto, es mío”, insiste Daniel. Su historia es una excepción en un sistema que deja a muchos en espera indefinida.

Sin embargo, también recuerda de golpe que, cuando no hay función renal, la vida se reduce a la dependencia de una aguja diaria, a la mesa llena de pastillas, hasta diecisiete al día.

Luego está el espejo, ese cruel reflejo que devuelve una imagen distorsionada, porque los corticoides hinchan el rostro, el abdomen, los ojos; de repente, la enfermedad te ha robado la identidad.

“Es un duelo silencioso, es una pérdida constante de la salud, de la energía. Hasta el sabor de mi platillo favorito se desvaneció por muchos años”.

Para Karla ha sido igual de difícil. Cuando empezó a acudir a nefrología, la gente se sorprendía de su diagnóstico; ahí, en las bancas del Hospital Central, también enfrenta la mirada ajena, el prejuicio hiriente que asume culpas fáciles.

“Me dicen que seguro fue por la coca [cola]”.

Su frustración crece ante la ignorancia y la necesidad constante de explicar que la enfermedad renal crónica tiene raíces profundas y complejas, muchas veces sembradas desde el nacimiento, en un sistema inmune que responde contra tu propio cuerpo, o incluso por el simple hecho de haber llegado demasiado pronto a este mundo.

“Es abrumadora esta lucha por seguir viviendo”. Así es la enfermedad renal.

Skip to content