La nueva casta

Adriana Ochoa

En el principio de la 4T, la narrativa era clara. El líder fundador, Andrés Manuel López Obrador, predicaba una austeridad republicana. Atizaba el resentimiento social contra una clase política que, según él, vivía en la opulencia.

Ese discurso les dio a sus seguidores una idea tan alta de su propia moralidad que, al oírlos trinar contra el “aspiracionismo” de la clase media y la corrupción de otros gobiernos, uno casi creería que, cuando incurren en contradicciones, su virtud no se empaña, por el contrario, el elitismo es humildad y la corrupción misma se vuelve honrada.

La realidad, sin embargo, es líquida y se lleva por delante cualquier cuento y estrategia. La imagen de los morenistas viajando por el mundo en hoteles de lujo, mientras el discurso oficial se envuelve en la bandera de la sencillez, les rebotó en la jeta. Y le alcanzó directo al padre del funcionario morenista Andrés Manuel López Beltrán, al que fotografiaron con su charola del desayuno en un hotel de Japón.

Que se lo pagaron con sus recursos, dicen; no faltaba menos. Así lo hayan pagado a plazos, como a cualquier clasemediero que le gusta viajar, les descuajaringó el discursito de la humildad en el ejercicio del poder y el supuesto carácter único de los morenistas, el altanero y resobado “no somos iguales”.

Morena, como cualquier fuerza política gobernante y exitosa, está llena de oportunistas con una gran capacidad para obtener poder. Esos mismos que ahora, cuando son señalados, reaccionan indignaditos. Ante la imposibilidad de dar una explicación, culpan del escándalo a una supuesta derecha casposa y a los “enemigos de la transformación”.

El populista es un contador de historias con imposibles finales felices. Es un narciso que se niega a reconocer sus propios errores. Los populistas son “adanistas”, creen que la historia comienza con ellos. Y hay que sumarle los no populistas, meros pragmáticos, porque a Morena han ingresado políticos de todas las estepas, pero ahora deben pagar los costos de su incongruencia.

En San Luis Potosí, donde a los morenistas locales se les relegó por el aliado del Partido Verde Ecologista de México, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona, el morenismo de oportunidad apenas toma fuerza. El fenómeno crece con la posibilidad de romper la alianza con el PVEM para las elecciones locales de 2027. La “suma” de políticos procedentes de toda la gama habida en la entidad ha sido para el Verde gallardista, de alcaldes bajo presión, a burócratas y hasta policías.

Hay una excepción local cuando se cuestionan los viajes vacacionales de morenistas conspicuos: a los verdes gallardistas no se les da predicar humildad y les gustan el poder, los aviones y la ropa con logos visibles desde el satélite Starlink.

Ha sido un verano descacharrante después de ver patinar en la incongruencia del supuesto voto de pobreza morenista a varias de sus figuras. A su regreso de España, el líder de la Cámara de Diputados Ricardo Monreal tiró del humor para defenderse con el pretexto de que le había prometido a su esposa un viaje de 40 años “al Camino de Santiago”. “Ustedes no saben lo que me hace mi esposa”, se excusó.

Otros patalearon más. Tienen tan poca autocrítica, una autoestima desmedida, como Gerardo Fernández Noroña, con una actitud de gaslighter, esta forma machista de manipulación psicológica que hace poner en duda de sus propios recuerdos, percepciones o cordura a las víctimas: “¿Quién decide qué es lujoso?”, ladró. Se quejó de “clasismo”, que su partido explota a la menor provocación para dividir más, y de “racismo”, que ni al caso. Para este sujeto, sólo la “derecha” es criticable.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha llamado a la humildad, advirtiendo que el poder se ejerce con austeridad. Ha sacado como ejemplo a Carlos Slim, que maneja su propio vehículo.

Luisa María Alcalde, dirigente nacional de Morena, defendió a los suyos. Afirmó que los viajes se pagaron con sus salarios, no con dinero del partido. Una honestidad estrictamente legal que mantiene una retórica que niega la verdad de sus manejos. La corrección política, esa equidistancia hipócrita, es su arma. A lo que no se le puede ganar es a la incongruencia.

No es clasismo ni racismo, como han argumentado para desviar la atención. Es la flagrante discrepancia entre lo que dicen representar y lo que hacen. El problema no es que se tomen unas vacaciones. La vida que se dan no es compatible con el ideario político que dicen abrazar en la administración pública. Y en el caso del hijo del presidente AMLO, que nunca ha trabajado en nada, no se ve de dónde.

Lo que sucede es que el morenismo ha ingresado en las luxury beliefs. Son esas ideas que las élites han forjado para marcar la diferencia social. Son, les guste o no, la nueva élite en el poder. Son la nueva casta, con los mismos gustos y excesos que todas las “castas” gobernantes.

Y no tienen forma de culpar de esta exhibición a una oposición demediada, sin punta para construir rumbo a la próxima cita electoral y que solo espera a que algún día se les agote el porvenir a los morenistas.

ROLLOS SUELTOS

¿VERDE-TINTO? Tanto que presumieron en Morena el bloqueo a aspirantes al Tribunal Electoral del Estado presuntamente relacionados con el PVEM gobernante, para que en la elección local de juzgadores no le movieran ni una coma a la validación de magistrados que diseñó, promovió y ganó el gobierno estatal.

EL JALONEO. Lo que viene, en el Poder Legislativo, por no soltar el control oficialista de la Jucopo y de la Mesa Directiva. Al PAN, que esperaba directiva, ya se la cantaron: que no le toca.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Adriana Ochoa es periodista desde 1988. Actualmente es directora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y docente titular de Organización Política y Ciudadanía.