España, (5 de Abril).- Inconfundible con su enorme tamaño, su majestuoso navegar y sus cuatro chimeneas, era rápido, lujoso, confortable y orgulloso, y se lo consideraba invulnerable; pero se hundió en solo 18 minutos. La historia del transatlántico británico de 44.000 toneladas Lusitaniaguarda enormes parecidos con la del Titanic (incluido el compartir historias semejantes de valor y cobardía, y hasta algunos pasajeros). Los dos eran tenidos por insumergibles —desafiando arrogante e imprudentemente al destino— y ambos acabaron en el fondo del mar, arrastrando con ellos a buena parte de su tripulación y pasaje. ElTitanic se fue a pique de noche en abril de 1912, causando 1.514 muertos, al chocar con un iceberg en un desafortunado accidente que ha hecho correr ríos de tinta (y celuloide). El Lusitania, tres años después, el 7 de mayo de 1915, hace ya casi un siglo, de día, provocando la muerte de 1.195 personas, incluyendo 123 pasajeros estadounidenses, 94 niños (viajaban 95) y 27 de los 39 bebés a bordo. Se hundió cerca de la costa sur de Irlanda tras encajar un único torpedo del submarino alemán U-20 en un episodio en el que, según algunas evidencias, cabría ver la mano negra del Almirantazgo británico, deseoso de implicar de una vez por todas a los reticentes EE UU en la I Guerra Mundial.
Uno de los que sospechan la existencia de ese complot es el escritor Erik Larson, el autor de En el jardín de las bestias, del que acaba de aparecer en castellano Lusitania (Ariel), una extraordinaria y apasionante reconstrucción histórica de la última singladura del transatlántico de la compañía de vapores Cunard de Liverpool y su hundimiento que se lee, y valga el tópico, como una novela, y con mucho suspense. Larson, que pone rostro humano a la tragedia familiarizando al lector a lo largo de las páginas con los personajes de la misma, desde los pasajeros del Lusitania y su capitán, William Thomas Turner, al comandante del submarino que fue su némesis, elKapitänleutnant Walther Schwieger, sostiene que las autoridades británicas no protegieron al barco, pese a ser evidente el peligro que corría, en la consideración de que su hundimiento provocaría la indignación mundial y conduciría a la entrada de EE UU en la guerra en el bando de los Aliados. En todo caso, si hubo tal estrategia, no funcionó.
El autor sospecha que se dejó hundir el buque para que EE UU abandonara su neutralidad en la I Guerra Mundial
“Efectivamente”, explica Larson, “los EE UU no entraron en guerra hasta dos años después del hundimiento, y fue a causa del telegrama Zimmermann (en el que el imprudente secretario de Exteriores alemán instruía a su embajador en México para que propusiera una alianza contra EE UU), y de hecho cuando el presidente Wilson dio su famoso discurso al Congreso pidiendo la declaración de guerra ni siquiera mencionó al Lusitania”.Fue en todo caso la del Almirantazgo británico con el barco una actuación negligente y desaprensiva, que bordeó lo criminal. Churchill, entonces Primer Lord del Almirantazgo, ¿es el villano oculto de la historia del Lusitania? “Es difícil de decir. No hay documentos que hagan recaer directamente la culpabilidad en Churchill o el Almirantazgo. Sin embargo, permanece el misterio de porqué se permitió al Lusitania, al que los alemanes habían amenazado, entrar en aguas en las que se sabía que un submarino estaba cazando, y sin ofrecer escolta o sin tratar de desviar el transatlántico a otra ruta disponible mucho más segura. La evidencia es abrumadora, pero eso no constituye una prueba absoluta de conspiración”.
El Lusitania era un barco bellísimo y magnífico, capaz de navegar a 25 nudos (50 kilómetros por hora) y dejar atrás, en principio, a cualquier submarino que lo persiguiera sumergido (su gemelo, elMauretania, había sido convertido en transporte de tropas al empezar la guerra). En 1915 había completado ya 201 travesías del Atlántico. En la última viajaba un único español, Vicente Egaña, un joven bilbaíno que dejó alto el pabellón comportándose muy caballerosamente (salvó a mujeres y niños y cedió con galantería su sitio en el bote a una de las primeras, lanzándose él al agua con lo puesto) y además ¡sobrevivió! Tuvo más suerte que otro ilustre compatriota que un año después, en marzo de 1916, se ahogaría tratando infructuosamente de salvar a su esposa al torpedear el UB-29 el vapor Sussex en el Canal de la Mancha: el compositor Enrique Granados.
Como el Titanic, el Lusitania llevaba tesoros que se fueron al fondo con él. Entre ellos una rara edición deCuento de Navidad de Dickens que perteneció al propio escritor y en el que este había hecho anotaciones, y unos grabados de Thackeray para ilustrar sus propias obras. Eran propiedad del coleccionista Charles Lauriat que los llevaba consigo a Londres. El Lusitania cargaba asimismo en sus bodegas 1.250 cajas de proyectiles de artillería y 4.200 cajas de munición de rifle para el ejército británico.
El capitán Turner era un profesional avezado que había naufragado varias veces y ganado una medalla al heroísmo por salvar a un grumete lanzándose al mar para rescatarlo. Tras el desastre delTitanic —una de cuyas consecuencias fue que el Lusitania llevaba botes salvavidas de sobra— , Turner fue uno de los capitanes convocados para testificar como expertos en el caso y declaró que viajar tan rápido con icebergs en las inmediaciones había sido una barbaridad. El Gobierno británico, probablemente para camuflar su propia responsabilidad, trató de hacer culpable a Turner del hundimiento del Lusitania. Finalmente, tras un tiempo en dique seco, al capitán le asignaron otro buque, de tropas, ¡y lo volvió a hundir un submarino torpedeándolo! Murieron 158 soldados y tripulantes y Turner se salvó otra vez. Parece un personaje de Joseph Conrad. “Bueno”, responde Larsen, “no es Kurtz, pero resulta un tipo interesante. Un marino de la vieja escuela. Taciturno. Capaz. No le gustaban los compromisos sociales que comportaban ser capitán de un transatlántico y una vez se refirió a los pasajeros como ‘malditos macacos’. Creo que su mayor problema era la incapacidad de entender el verdadero peligro que los submarinos significaban para el transporte de pasajeros civiles”.
Sorprende el juicio de Larson sobre Schweiger, el verdugo del Lusitania,al que no retrata como un depredador. Es cierto que en ello sigue el perfil que nos dejó el gran Lowell Thomas, el descubridor de Lawrence de Arabia, en Los corsarios submarinos (1928). “Resulta más amable de lo que cabría esperar. Era joven, atractivo, muy apreciado. Un tipo muy humano, si descontamos el hecho de que mató a 1.200 personas con un solo torpedo. Un camarada suyo de los submarinos dijo una vez que era ‘incapaz de matar una mosca”. Se ve que como capitán creaba un buen ambiente a bordo de su sumergible, lo que no era óbice para que sembrara el mar de espanto. .
La opinión sobre la guerra submarina era muy diferente en Alemania y fuera de ella. Pero no deja de impresionar que la marina y el público del país consideraran objetivos bélicos legítimos los buques civiles de pasajeros, en los que viajaban mujeres y niños. “Había una profunda división en el Gobierno alemán en relación con la guerra submarina”, señala al respecto Larson. “Los líderes civiles temían que conduciría inevitablemente a la entrada de EE UU en la guerra, con un resultado desastroso para Alemania. Pero los oficiales de la Marina, reflejando cierta arrogancia alemana, creían que si se usaba los submarinos al máximo, sin restricciones en cuanto a qué barcos podían hundir, declarando la guerra total, eso llevaría a Gran Bretaña a rendirse en cinco meses, demasiado rápido para que ninguna fuerza de EE UU pudiera ser entrenada y trasladada a Europa”.
Erik Larson se confiesa fascinado por la historia del Lusitania. “No sabría decir qué es lo más excitante que he encontrado al bucear en la documentación. Todo era nuevo para mí. Me encantó aprender cosas sobre la agencia secreta de espionaje británica, la Habitación 40, que prefigura las labores secretas de desencriptado en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial, y sobre cómo se hundió realmente el barco. Me gustó mucho especialmente leer las cartas de amor del viudo presidente Wilson a la mujer de la que se enamoró en esa época tan llena de tensión”.
En cuanto a su historia humana favorita de los pasajeros, un grupo variopinto que incluía a una médium espiritista, una actriz, al Rey del Champán, a un Vanderbilt (al que el destino había salvado de morir en el Titanic y que se ahogó en el Lusitania tras ofrecerle su chaleco salvavidas a una mujer), y ¡tres espías alemanes! que viajaban de polizones y fueron descubiertos y encerrados en un camarote (donde murieron miserablemente), responde que el personaje que prefiere es el de Dwight Harris, un joven neoyorquino que viajaba a Gran Bretaña para comprometerse con su novia. “Lo que me encanta es que después del ataque escribió a su madre una carta muy detallada en la que expresaba su gran satisfacción por haber sobrevivido y también por haber participado en semejante suceso histórico. La carta es fascinante ¡y está llena de signos de exclamación!”. Entre los pasajeros que cancelaron en el último momento su viaje en elLusitania a causa de la amenaza de submarinos alemanes -y la amenaza publicada en los diarios estadounidensese por el Gobierno alemán- estaba Lady Cosmo Duff-Gordon, que había sobrevivido al hundimiento del Titanic.
Aquella mañana terrible pero azulísima, con el mar plano y la costa de Irlanda a la vista, Schwieger observó por el periscopio del U-20un gran vapor trasatlántico de pasajeros, un botín de primera para un submarino alemán. El Lusitaniaavanzaba directamente hacia el depredador. A las 2.10h, el sumergible lanzó un torpedo. Varios de los pasajeros lo vieron deslizarse, con diferentes reacciones, desde la alarma a la incredulidad, como un pez letal de plata hacia el costado de estribor del barco, donde impactó inexorablemente provocando una detonación potentísima, una nube explosiva enorme y un boquete del tamaño de una casa. El buque estaba condenado.
Larson describe de manera escalofriante el caos en los botes salvavidas, muchos de los cuales no se pudieron usar mientras que otros, por negligencia y pánico, se precipitaron al mar descontrolados, vacíos o sobrecargados, algunos encima de los otros. La gente se lanzaba al agua y trataba de nadar aferrándose a lo que fuera. A Schwieger, observador privilegiado desde su periscopio, la escena le resultó tan tremenda que decidió largarse de allí, declinando lanzar un segundo torpedo que habría redondeado la carnicería. La tripulación sin embargo estaba exultante porque habían hundido al Lusitania, un símbolo del poderío marítimo británico.
Una ola barrió finalmente la cubierta del transatlántico, ya a ras de agua. En este caso no había orquesta tocando. La popa se elevó mientras la proa apuntaba al fondo del mar. En un momento el orgulloso barco había desaparecido dejando tras de sí una estela de cuerpos humanos —entre ellos muchos ahogados con el chaleco salvavidas mal puesto, flotando cabeza para abajo— y restos sobre los que planeaban las inmisericordes gaviotas. El agua estaba a 13 grados y aunque no fuera tan fría como la que rodeaba al Titanic, a la mayoría de los niños y a bastantes adultos los mató la hipotermia.
La ayuda tardó demasiado en llegar: el Gobierno no quería arriesgar ningún buque de la Armada; era un ardid clásico de los sumergibles alemanes esperar a que el buque rescatador se pusiera a tiro y hundirlo también. El mar se fue llenando de cadáveres. Larson explica que pudo ver en el archivo de la Cunard depositado en la Universidad de Liverpool, sobrecogido, las viejas fotos de los cadáveres recuperados (cuanto más tarde, en peor estado: alguno apareció en julio, sin cabeza, manos ni pies, pero arrastrando su ropa como los tentáculos de una medusa). Desde luego, esas fotos son de aúpa.
De los 1.959 pasajeros y tripulantes del Lusitania solo sobrevivieron 764. Más de 600 víctimas no fueron encontradas nunca. Dos de los supervivientes se suicidaron y a todos la Cunard les brindó un descuento de por vida del 25 % en sus billetes, a ver si se animaban a otro viajecito. Schwieger prosiguió su carrera y en otra patrulla hundió de nuevo un transatlántico, el Hesperian, que, por una macabra jugarreta del azar, transportaba el cadáver de una pasajera ahogada del Lusitania, una rica canadiense, que iba a ser enterrada definitivamente en Montreal… El capitán alemán, condecorado con la medalla Pour le Mérite —el célebre Blue Max-— no sobrevivió a la guerra. Él y toda su tripulación se perdieron en 1917 en un campo de minas. Fue con otro submarino, el U-88, porque el U-20, había embarrancado antes en las costas danesas y Schwieger lo había hecho destruir con explosivos, aunque pudo ser localizado en 1984 -gracias a la financiación del escritor Clive Cussler, por cierto- y se recuperó su torreta, que Larson pudo visitar.
Tras leer Lusitania, uno se queda realmente con pocas ganas de hacer un crucero, aunque absolutamente fascinado por la historia de esa tragedia marina. De Homero a Melville o Nathaniel Philbrick, ¿qué tienen las historias de barcos que las hacen tan especiales? “Hay algo muy romántico acerca del mar, y de los peligros de viajar a través del océano”, responde Larson. “Esas historias nos trasladan a una época en que los viajes de esa clase eran siempre una aventura, con grandes riesgos de catástrofe como en el caso del Titanic”.
Fuente: El País