Madre

Por Antonio González Vázquez

Nancy tiene dos hijos y ahora vive sola. Se levantó a las cinco treinta de la mañana para alistarse y tomar el autobús de personal que todos los días la lleva a la zona industrial, nadie dijo que la vida fuera sencilla y como una mar de felicidad.

En la esquina del corredor Hidalgo y Mier y Terán, sentada en una silla de ruedas una niña padece apoplejía desde que nació, piden limosna; la silla está adornada con dos globos en color rosa con bonitas palabras acerca de la mamá. La pequeña no tiene noción de lo que está haciendo ni de qué es la vida, pero ahí está, junto a su mamá en el Día de la Madre.

En la banqueta de la catedral junto a palacio municipal, una joven vende “carpetitas” tejidas a m ano para adornar los muebles y mientra cose sobre una tela blanca con hilos en color lila, su hijo de unos tres años está jugando, se tiró de costado sobre el adoquín y tiene un carrito a su lado, pero cerca también una pistola de juguete.

Es el mediodía en la plaza y todos saben que nadie dijo que ser madre sería fácil.

Unas jóvenes madres con la niña tomada de la mano, ofrecen botes de miel y suplican que les compren algo, que la miel en serio, está muy sabrosa y además es saludable; deben venir de algún municipio indígena porque su indumentaria es florida, sencilla pero brillante, con abalorios y flores incrustadas en las blusas blancas.

Y doña Margarita llegó cargada con dos enormes tinas de lata con nopalitos, duraznos y hierbas para vender afuera de la frutería. Es abuela y tiene 68 años, es muy morena y tiene recogido el pelo en una especie de bulto atado por la nuca. Está sentada y tiene mirada enferma aunque no se sabe si es dolor físico o es pura tristeza. A su lado, una de sus nueras y un par de sus nietos.

Es el Día de la Madre y claro, no es fácil para todas.

En la esquina de Zaragoza e Iturbide, caminan de la mano una pareja, ella lleva una rosa arrastrando en la mano izquierda y la derecha va del brazo del hombre que debe ser su esposo; los dos van de negro y caminan tan lentamente como es posible. Él lleva una bolsa vieja de la librería Gandhi y comentan de lo dura que es la vida porque ya son viejos y saben que caminar y estar juntos puede ser lo último que hagan en la vida.

En la plaza y en la calle ríos de gente, caminan las familias o las madres con sus hijas y éstas con sus hijos y los nietos de la mamá grande, pero también andan las mamás elegantes a las que llevaron a desayunar al restaurante y otras que van jalando la carriola que lleva atado un globo.

En el andador de Hidalgo, pasando Julián de los Reyes, se ve una señora menudita, de caminar lerdo. Camina y a cada paso se inclina a un lado, sus pantorrillas hinchadas apenas le permiten avanzar; lleva en su brazo derecho una canasta con bolsas de pepitas, cacahuates y chicles. Camina y le duele, camina y se detiene, ofrece sus pepitas y nadie le hace caso.

Lejos de ahí, en Sanborn’s la fila de gente para ingresar al restaurante es larguísima y una señora con dos niños va con su madre, echan un vistazo por los chocolates y los perfumes y la hija le dice a mamá: anda madre, pide lo que quieras, de qué tienes ganas.

Lo mismo en el California, la gente espera pacientemente que se desocupen las mesas y eso es solo para desayunar cada quien con su “mamacita”.

En el cruce de Pascual M. Hernández, a la sombra de un árbol descansa una señora que parece una matrona, está sentada en una de las bancas de piedra y pide limosna, está con un joven que parece ser su hijo, piden una ayuda, mientras que a unos metros una familia joven con la mamá que lleva en brazos un gran ramo de flores abordan un Mazda de color blanco. Van felices y no lo pueden ocultar.

Más adelante, una madre con dos pequeños que aparentan haber salido del festival del Día de la Madre en alguna escuela cercana, se toman una foto en el prado de la Caja del Agua. Apenas y el hermano mayor capta la imagen en su teléfono, los chiquillos se sueltan de la mamá y se avientan sobre el pasto a jugar.

También por ahí, un grupo de mujeres empiezan a caminar y enseguida inician un rosario porque van a saludar en el Día de la Madre a la virgen de Guadalupe.

Madres adolescentes, jóvenes, maduras y ancianas, pobres y acaudaladas, felices o tristes, enfermas o saludables, vivas o muertas. Es el Día de la Madre y del mercado de la Merced salen personas con gladiolas y margaritas y claveles para ir luego al Saucito porque ahí yacen madres que viven aún en el corazón de nuestra casa.

Es apenas mediodía y en la ciudad se celebra a las madres.

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