¡Malditos productos chatarra!

(De cuando eres víctima de una incontrolable adicción al azúcar)

Alejandro Rubín de Celis

No acostumbro escribir en primera persona del singular, ni siquiera eventualmente, pero creo que en esta ocasión mi caso lo amerita.

Soy adicto al azúcar. He perdido la cuenta desde hace cuántos años lo soy, pero deben ser al menos unos 20. Desde entonces consumo todo tipo de productos con alto contenido de glucosa en la comida y la cena y, a veces, en el desayuno: pastelitos, galletas, pan dulce, refrescos, chocolates, dulces de distintos tipos (mazapanes, por ejemplo). No he podido evitar el consumo de la gran mayoría de esos productos, pero ya di el primero paso: llevo dos meses sin tomar Coca Cola. Era un vaso de 400 mililitros todas las noches, y de tres a cuatro veces a la semana en la comida en esa misma cantidad, o una mayor. Calculo que mi promedio de consumo andaría en unos 260 litros al año.

Por fortuna no padezco diabetes, pero llevo unos ocho años con severos problemas gástricos e intestinales. Los especialistas me dicen que para mejorar mi sistema digestivo, antes que cualquier  tratamiento médico, es indispensable cambiar mis hábitos alimenticios. Pero, ¿cómo lograrlo si estos productos están por todas partes? En los Oxxos, en supermercados, en tienditas, en máquinas instaladas en hospitales y otras empresas, en restaurantes, en negocios pequeños de distintos giros, y en un largo etcétera.

El bombardeo publicitario también juega un papel muy relevante para que cientos de miles de personas en México sean adictas al azúcar y padezcan enfermedades, incluso mortales, relacionadas con estos productos chatarra. Anuncios en toda clase de programas de televisión y radio, en espectaculares, en plataformas de internet. En fin, casi en cualquier lugar al que acudamos en un día normal. Especialistas a nivel mundial colocan la dependencia al azúcar en un nivel similar al de la adicción a drogas tan potentes como la cocaína.

Hace apenas un par de meses, se generó una intensa discusión pública a raíz del anuncio que hizo el gobierno federal de incrementar el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a los refrescos y otras bebidas azucaradas. Los empresarios del ramo, apoyados por poderosos organismos del sector empresarial, entre ellos la Asociación Mexicana de Bebidas (MexBeb), que representa a Coca Cola y PepsiCo, pusieron el grito en el cielo. Como en ocasiones anteriores, advirtieron que se perdería una importante cantidad de empleos, que las personas y familias más pobres serían las más perjudicadas, que el incremento provocaría una crisis económica en México, y que de nada serviría incrementar el impuesto porque este se trasladaría al precio a los consumidores, que los seguirían comprando aún cuando les cuesten más caros.

De acuerdo con experiencias anteriores, eso no ha sucedido. En 2014 se aprobó un aumento de un peso de impuesto por litro de refresco, correspondiente al 10 por ciento de su precio en el mercado. Según lo informa Alejandro Calvillo Unna, especialista en el tema y director de la organización civil El Poder del Consumidor, con base en estudios científicos de organismo independientes, con ese aumento se logró una disminución del 6 al 9 por ciento en el consumo. Ese mismo año, la India incrementó el impuesto correspondiente en un 40 por ciento, con un consumo muy inferior al de México, donde se ingieren un promedio de 166 litros por persona cada año (mientras el promedio mundial anual es de 77 litros), aunque hay estados con un consumo mucho mayor, como Chiapas con 821 litros, y Tabasco con 300.

El tema es de máxima alerta. Con base en un estudio realizado por Statista Consumer Insigths, publicado en Saludiario, México es el mayor consumidor de refrescos en el mundo. Siete de cada 10 infancias consumen al menos un refresco al día, y 4 de cada 10 niñas, niños y adolescentes registran sobrepeso y obesidad. 

Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2023, la epidemia de obesidad y sobrepeso afecta al 70 por ciento de adultos y 35 por ciento de niñas, niños y adolescentes en México.

De acuerdo con información publicada el 11 de noviembre pasado por la Alianza para la Salud Alimentaria, un estudio realizado por Nature Medicine establece una cifra de 230 mil 275 nuevos casos de diabetes tipo 2, y de enfermedades cardiovasculares asociadas al consumo de bebidas azucaradas.  

Tan sólo en 2024, el IMSS y el ISSSTE gastaron 44 mil 240 millones de pesos para atender casos de diabetes, segunda causa de muerte en el país, lo que hace cada vez más difícil sostener el sistema de salud.

El problema es de tal magnitud a nivel global que organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), recomiendan la aplicación de lo que se conoce como impuestos saludables (que incluye bebidas azucaradas, alcohol y tabaco, principalmente) ante el temor de que colapsen los sistemas de salud a nivel mundial.

A pesar de recurrir a la mentira y al uso de cabilderos para evitar el incremento al IEPS en las bebidas azucaradas, la Cámara de Diputados aprobó, el pasado 16 de octubre, un aumento al impuesto de 1.6 a 3.08 pesos por litro de refresco. El grupo FEMSA-Coca Cola se comprometió con el gobierno mexicano a reducir un 30 por ciento las calorías contenidas en sus bebidas “empezando por sus presentaciones más grandes”. El gobierno, por su parte, asumió la responsabilidad de vigilar que se cumplan los acuerdos tomados. El subsecretario de Salud, Eduardo Clark, afirmó que se aplicarán medidas más estrictas si Coca Cola y otras empresas del ramo no cumplen con los compromisos adquiridos. ¿Será?

Para el dirigente de El Poder del Consumidor, Alejandro Calvillo, este aumento es insuficiente para combatir efectivamente los graves daños que provocan las bebidas azucaradas a la salud de los mexicanos. Y tiene razón. La ambición de las grandes corporaciones que fabrican bebidas con altas concentraciones de azúcar y otros productos ultra procesados (entre ellos los que describo en el segundo párrafo) por aumentar sus ya de por sí enormes ganancias, parece no tener límite. Tampoco la más mínima preocupación por el terrible daño que hacen a la población del planeta y a los sistemas de salud gubernamentales. Y eso lo demuestra un hecho que Alejandro Calvillo describe en una espléndida columna (escrita y en video, imperdible) titulada Coca, Nestlé & Co. la reunión secreta. En ella alude a un encuentro celebrado en 1999 entre 11 directivos de las más importantes corporaciones de productos ultra procesados a nivel mundial, en la que dos de ellos hacen una presentación que da cuenta, con evidencia científica, de los enormes daños que causa el consumo de sus productos, de su relación con diversas enfermedades, y de los casos por obesidad y sus consecuencias para Estados Unidos, con “costos estimados entre 40 y 100 mil millones de dólares al año en diabetes, hipertensión, tres tipos de cáncer, enfermedades cardiovasculares, entre otras”. 

Y describe lo que paso enseguida: “Cuando Mudd (Michael, vicepresidente de Kraft) terminó su presentación, vino el silencio que fue cortado por el director de General Mills, Stephen Sangers. General Mills era ya una de las corporaciones que había inundado el mercado con cereales repletos de azúcar dirigidos a ser el primer producto consumido por los niños en la mañana. Sangers se levantó y comentó en tono molesto: ‘No me hablen a mi sobre nutrición… háblenme de sabor, si este producto sabe mejor’”.

Como a los empresarios que fabrican productos chatarra no les importa en lo más mínimo la salud de la población sino tener cada vez mayores ganancias, es la aplicación de impuestos muy altos una de las vías indispensables para combatir el terrible flagelo del excesivo consumo de azúcar entre los mexicanos. Y eso le corresponde al gobierno federal. Lo debe hacer, aunque sea gradualmente, para no enfrentar en solo episodio la furia de los empresarios chatarreros.   

En el ámbito personal, dejar el refresco y otros productos con grandes cantidades de azúcar es muy difícil, pero no imposible. Claro, hay que poner a prueba nuestra fuerza de voluntad y pensar en las graves enfermedades que podemos padecer en el futuro (o que ya padecemos), y en la disminución de nuestros años de vida que provocará seguir consumiéndolos sin medida.

Yo, por lo pronto, ya comencé. Parece que he logrado dejar la Coca Cola… y voy por más.  

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente. Periodista desde hace 38 años. Fue coordinador de Noticias de Canal 7 de televisión en SLP y director de la revista Transición en sus versiones impresa y electrónica. Docente universitario durante 31 años. Ha impartido materias de periodismo, ética de la comunicación y opinión pública.