Óscar G. Chávez
Comienza a resultar imposible vivir sin miedo, éste se presenta ya dentro de cualquier contexto: al coronavirus, a la inseguridad, a las policías, a ser remitidos al tutelar, a los dichos, ideas y desplantes del gobernador, a quedarnos sin la asistencia de sus promisorios programas sociales (más cuando gracias a ellos acabará con la inflación), a que los Gallardo se apoderen de Morena (y después del PRI, y luego del PAN), a que nos cobren el acceso y estacionamiento a la feria, a no alcanzar garnachas… ¡a que suspendan la feria!
Sobre todo por los aspectos primero y quinto habría que preocuparnos, los otros son relativos y, por supuesto que ninguno de los tres últimos ocurrirá. Las últimas y casi inexistentes invitaciones para que el gobernador mantuviera la cordura y la suspendiera, fracasaron. En ocasiones sospecho que cuando pequeño al niño Ricardito no lo llevaban a las fiestas, porque en esos años sus padres no tenían dinero, y por eso ahora se la pasa buscando motivos para festejar.
Pero también pareciera que lo que busca es que alguien se atreva a reconvenirlo en sus actos y propuestas de gobierno, para demostrar de inmediato que la única y última voz es la de él, y a ver a quién se le ocurre contradecirlo. Evidentemente a nadie.
Hasta ahora, por ejemplo, nadie ha cuestionado las aglomeraciones, principalmente de niños y madres de familia, durante el reparto de a-pollos escolares, en el que de paso aprovechó para dar tres o cuatro cucharadas de sopa de cebolla a la ahora apapachable secretaria de Educación Delfina Gómez.
También, la posibilidad que el Congreso imponga una sanción ejemplar contra el gobernador es muy remota, incluso sería inverosímil que apenas sí fuera simbólica. Si algo ha distinguido a esta legislatura es su capacidad para mantenerse en silencio frente a cualquier situación que implique mencionar a Ricardo Gallardo. El control se mantiene sobre los otros dos poderes, tanto así que ni siquiera fueron capaces de hacerle saber (aunque ya no sé si por miedo o ignorancia) los límites de su poder cuando se aventó la puntada, y bravata para variar, de remitir al Tutelar a aquellos adolescentes que, derivado de una desaparición voluntaria, lúdica o calenturienta, provocaran la movilización de las fuerzas públicas para agilizar su localización.
No es desde luego la aparición o desaparición de algún joven potosino lo que lo angustia, tampoco el uso de recursos públicos (más dilapida en sus impulsos de esteta y decorador), su interés es demostrar en todos los niveles, y nada mejor que comenzar por los jóvenes para que se vayan hormando, al tiempo que toman conciencia de quién es la autoridad.
En realidad lo que le gusta es demostrar que él es quien manda, gobierna y decide, sin necesidad de contar con la anuencia o visto bueno de alguien más, pero (finalmente en el papel de padre controlador) se ve obligado a recurrir a la fuerza, en este caso la pública, para hacer cumplir su voluntad.
No debe de extrañarnos que si la Ley Juan Ramiro avanza en el Congreso de la Unión, uno de los beneficiados con este fascismo legislativo puede ser el propio Ricardo Gallardo. Las bases se están sentando, y éste, que pronto aprende a imitar, ya andará buscando qué espacios afectar para construir cualquier obra más grande y más bonita que cualquiera anterior.
En San Luis Potosí, definitivamente las tiene todas con él, pero fuera de allí, le puede resultar complicado el mantener los niveles de popularidad y aceptación que, dicen sus corifeos, tiene aquí; esta semana, por ejemplo, algunos medios nacionales dirigieron hacia él sus baterías.
Es difícil ubicar si es fuego amigo, encaminado a buscar que defina cuál es la corcholata a la que apoyará, o golpeteo político (no necesariamente falso) por mostrase, acomodaticiamente, como gobernador aliado del cuatrerismo, incluso hacerle ver que no siempre es conveniente pegarle al vecino, porque éste puede también tener conocidos.
Mientras, en esa búsqueda de aceptación social, identidad personal, reconocimiento de las masas, y sublimación de su intelecto, es muy posible que aspire y logre conseguir el Nobel de Economía ahora que ha dado a conocer la forma en que se puede (y va a) acabar con la Inflación: regalando zapatos y mochilas.