Carlos Rubio
Años y años escuchando a alcaldes, gobernadores y un largo etcétera de funcionarios charlatanes que mientras están en funciones se la pasan parloteando sobre cómo San Luis Potosí cada vez se convierte en una ciudad más moderna, con mayor infraestructura, más vías de comunicación, una gran cantidad de inversión y, aun así, no puede superar uno de los fenómenos más básicos y predecibles: las lluvias.
La gran cantidad de impuestos que como ciudadanos pagamos en cada servicio, artículos que compramos y actividad que hacemos, al menos debería de verse reflejada de forma mínima en la calidad de vida que nos puede brindar el Estado, ¿en qué tipo de cosas? Bien fácil y sencillo: ya tan si quiera que el drenaje funcione de forma adecuada para evitar inundaciones en las calles y, por ende, adentro de las casas.
Cómo podemos hablar de modernidad en una ciudad si ni si quiera se le puede garantizar a una persona que el drenaje de su calle soportará una hora de lluvia y no se inundará su casa.
Se nos quieren vender pasos a desnivel y puentes como obras clave para la ciudad y para el futuro, cuando el agua sigue siendo el gran problema de San Luis Potosí… que ya no hay agua… que ya fue mucha agua. Bueno pues, no es que nada nos tenga felices, es que no hay condiciones dignas para vivir. Solo hay pavimento y puentes que no resuelven problemas de fondo.
Podrán invertirse millones de pesos en obras públicas, pero mientras esta inversión no se haga con un sentido humanitario jamás se lograrán entender y resolver las verdaderas necesidades de un ciudadano.
El sentido humanitario es aquel que nos mueve con la intención de ayudar a otros. Básicamente es lo que los politiquillos simulan en campaña cuando se pasean por las colonias y fingen interés en resolver los problemas de la comunidad para que vivan una vida más digna y sencilla; algo que ya es muy difícil y casi imposible de ver que lleven a la práctica, como se ha visto a lo largo de los años.
Por algo a los funcionarios, ya sean de alto o bajo rango, se les llama también servidores públicos, porque están para servirle al Estado y, por lo tanto, a los individuos que lo componen y sus necesidades.
Lastimosamente hoy en día el servicio público es visto como un negocio y no como una vocación. Ya es muy común escuchar en pláticas de mesa que la motivación para llegar a los puestos de poder es meramente económica y esto tiene como consecuencia el acceso de funcionarios que no tienen el mínimo interés en resolver problemáticas de fondo y se concentran en obras que sean “vistosas” y les puedan redituar electoralmente después.
Todo se convierte en una ola de acciones cuyas consecuencias únicamente son resentidas por la ciudadanía. Aquella que tuvo que vivir días con su hogar inundado; aquella que sintió pánico cuando el autobús en el que viajaba se comenzó a llenar de agua; aquella que tiene que esperar horas en la calle a que baje el nivel del agua. Y sí… también por la que quedó varada por horas en el tráfico que provocan las inundaciones.
Consecuencias de una ciudad que se ahoga en sus gobernantes.
Y no, con servirle a la gente no me refiero a pintar cebras y poner boyas en la calle… por si había dudas.
Por cierto, un pequeño mensaje: con este son ya 104 textos publicados como parte de esta columna, algo que considero titánico, no por mí, sino por quien me permite escribir mis desvaríos cada semana, que es quien mantiene a flote el proyecto Astrolabio. Mi agradecimiento siempre, Miguel Maya.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Actualmente director editorial de Astrolabio Diario Digital, con interés y experiencia en Transparencia y el Derecho de Acceso a la Información Pública. Formó parte de la tercera generación del MásterLab en edición de investigaciones organizado por Quinto Elemento Lab.