Por Antonio González Vázquez
La ciudad ha tenido este jueves uno de sus días más sosos en mucho tiempo; el aburrimiento se podía palpar; en la plaza de Armas el tedio caía a plomo con la misma contundencia que el sol del mediodía.
Un jueves para el olvido, insufrible y notablemente agrio: el salón de plenos bajó sus cortinas y no hubo espectáculo. Ni bufonadas ni payasadas; tampoco ocurrencias ni baladronadas, ni una ridiculez, cero vulgaridades. Es cierto, no hubo sesión.
Ya no podemos permitir que tan aguado ambiente se vuelva a repetir. Es verdad, hay que admitirlo, no somos nada sin los diputados.
Hacía el medio día, pase por el edificio del legislativo en la plaza de Armas y todo parecía muerto, adentro, en el salón cerrado, se respiraba un aire a mausoleo. No estaban los frecuentes manifestantes que a menudo acuden a echar en cara los excesos y desfiguros de uno que otro y otro y otro diputado y diputada.
Es que se fueron a sesionar a Xilitla, ajá, ¿y los capitalinos que culpa tenemos?, entonces ¿a cargo de quien va el circo?
La verdad sea dicha, sin el espectáculo de carpa legislativa de cada semana, la agenda informativa y la política palidecen en cuanto a extensión y contenido. Nada como escuchar insultos desde la tribuna legislativa y nada como ver a los diputados arrogantes y autosuficientes paseando por el salón de plenos como si fuesen auténticos parlamentarios.
Cierto, del salón de plenos no salió la nota de ocho ni tampoco la docena de entrevistas insulsas que resultan de la excesiva exposición de los diputados a las grabadoras y cámaras. Por eso fue un día aburrido; la nota es que hoy no hubo nota de los diputados.
Desde que se iba llegando a la plaza y no había corrillos de gente afuera del legislativo ni reporteros recargados en la pared en la difícil tarea de sostenerla, era dable entender que no había sesión.
La pista principal de la Asamblea de Vagos bajó el telón y con ello, por vez primera en unos días, no hicieron el ridículo.
