Proponen reconocer a Wirikuta como zona de salvaguarda hidro-cultural

Estela Ambriz Delgado

La sobreexplotación del acuífero Vanegas-Catorce y las consecuencias de la extracción de más agua para la agroindustria, es una grave problemática que va más allá del desastre ambiental. Significa también el deterioro de una relación simbólica milenaria entre el agua, la tierra y la espiritualidad que sostiene la cosmovisión Wixárika.

Por ello, los investigadores José Luis Silván Cárdenas y Tunuari Roberto Chávez González proponen una moratoria efectiva de concesiones y en el reconocimiento de Wirikuta como zona de salvaguarda hidro-cultural, así como el reconocimiento del acuífero como sujeto de derecho.

De acuerdo con el documento Cuando la noche vuelve al desierto: el camino al colapso hidrológico en Wirikuta, de los expertos en recursos naturales y derecho ambiental, —quienes realizaron una investigación de la zona con un mapeo y análisis de cambios de índices en imágenes satelitales en el período de 2013 a 2025—, existen calaras evidencias del deterioro hídrico y de suelo que ha sufrido Wirikuta.

El estudio no sólo abarca la problemática en términos científicos, sino que entrelaza los hechos con la cosmovisión del pueblo wixárika. Se expone que, en los orígenes del mundo, cuando la tierra todavía dormía bajo la sombra de la noche y todo era oscuridad en el fondo del océano, el agua fue el primer testigo del despertar de la vida.

“En esa matriz líquida, tibia y profunda, se gestaron las primeras formas biológicas, y también los primeros significados espirituales. El agua no sólo humedeció la materia: la animó, le dio pulso y dirección. Desde entonces, para las culturas originarias de Mesoamérica, el agua conserva una memoria sagrada que entrelaza lo biológico con lo espiritual, lo celeste con lo subterráneo”.

En este sentido, se indica que el pueblo wixárika aún mantiene viva esta comprensión cósmica del agua como origen, palabra y vínculo, donde cada manantial, cada ojo de agua y cada montaña son parte de un relato que no se separa del tiempo ni de la ciencia.

Explica que, su cosmovisión entiende el mundo como una secuencia de nacimientos que parten del mar hacia la montaña, del inframundo acuático hacia el amanecer solar. En esa ruta, el sitio sagrado de Tatéi Haramara, en San Blas, Nayarit, representa el mar primordial, el lugar de la noche y de la gestación; mientras que Wirikuta, en el Altiplano Potosino, encarna el punto exacto del amanecer, el primer destello del día sobre la tierra.

Entre ambos lugares se extiende el trayecto ritual del pueblo wixárika que cada año recorre los cinco puntos cardinales para renovar el equilibrio del mundo. Al respecto, los investigadores indican que, en este viaje, el agua se transfigura, es decir, que lo que en la costa es mar salado y oscuro, en Wirikuta se convierte en rocío, en vapor, en fuente de luz. Es el tránsito de la palabra-agua a la palabra-fuego, de la noche al día, de lo oculto a lo visible.

Señalan que desde la perspectiva geológica, esta relación no es solo simbólica, pues el Atiplano Potosino fue, efectivamente, un antiguo mar interior durante el Cretácico. Las sales que hoy emergen en los pozos profundos del acuífero Vanegas–Catorce son vestigios de aquel océano atrapado en las rocas, testigos de un pasado marino fosilizado en la tierra.

Sierra de Catorce, una “torre de agua”

El documento precisa, desde el punto de vista hidrogeológico, que este sistema depende en gran medida de la recarga que ocurre en las laderas fracturadas de la Sierra de Catorce, donde las lluvias orográficas logran infiltrar hacia los depósitos carbonatados que alimentan los manantiales y pozos del valle, por lo que se perfila como una de las principales zonas de captación hídrica.

Desde la hidrología de sistemas montañosos, se explica su importancia con los mecanismos de recarga de frente montañoso, que ocurre cuando los arroyos efímeros provenientes de la sierra pierden parte de su caudal al infiltrarse; y el de recarga de bloque montañoso, que corresponde a flujos subterráneos profundos.

En regiones áridas como el altiplano mexicano, se ha demostrado que estos aportes pueden representar desde el 30 hasta casi el 100 por ciento de la recarga total de un acuífero. En el caso del acuífero Vanegas–Catorce, aunque los estudios oficiales no desagregan el porcentaje de recarga proveniente de la montaña, sí reconocen que parte de la recarga procede de la Sierra de Catorce.

“Es así que la evidencia documental sugiere que la montaña aporta un volumen absoluto de agua importante, el cual fluye con mucha mayor eficiencia de infiltración con respecto a la zona de bajío o altiplanicie, es decir, cada milímetro de lluvia en la sierra produce más recarga efectiva que un milímetro de lluvia en el altiplano. Este principio es clave para comprender por qué, a pesar de su escasa precipitación anual (≈316 mm) y el grave estado de sobreexplotación, la sierra funciona como una “torre de agua” subterránea que alimenta al sistema acuífero”.

Silván y Chávez establecen así que la consecuencia para el manejo hídrico es evidente: proteger la Sierra de Catorce y que sus piedemontes no es sólo una medida ambiental, sino una estrategia hidrológica esencial para recuperar la capacidad de resiliencia del acuífero Vanegas–Catorce.

Sin embargo, el cambio en el uso del suelo, la pérdida de cobertura vegetal y las concesiones agroindustriales y mineras han reducido la capacidad de infiltración efectiva, mientras que el bombeo profundo ha promovido el ascenso de aguas fósiles, altamente mineralizadas, de lenta renovación.

“El resultado es una doble degradación: una física, que altera la química del agua y del suelo; y otra simbólica, que desarticula el tejido espiritual de Wirikuta como lugar de equilibrio”.

La amenaza minera

El estudio hace mención de que en ese mismo andamiaje geológico e hídrico se proyecta la ampliación del distrito minero Real de Catorce–La Luz, por lo que desde 2011 el pueblo wixárika y las comunidades campesinas impugnaron en amparo 38 concesiones otorgadas a Minera Real Bonanza y Minera Real de Catorce, filiales de la canadiense First Majestic Silver. Actualmente, forman parte de un paquete de 78 concesiones que cubren alrededor del 70 por ciento de las 140 mil hectáreas del territorio sagrado de Wirikuta.

Los peritajes muestran que el proyecto busca reactivar y profundizar las labores históricas en el corredor Santa Ana–La Luz–San Agustín.

“Primero, en la Unidad D (formaciones Zuloaga y La Caja), donde se ubican las viejas galerías a nivel 720; después, en la Subunidad E1 (formación La Joya, de lutitas, areniscas y conglomerados), hasta llegar a perforar un túnel minero dentro del macizo volcánico impermeable E2, precisamente el nivel que actúa como base hidrogeológica y controla la descarga de los manantiales que alimentan el acuífera Vanegas–Catorce y a los brotes sagrados de la cuenca”.

Los investigadores mencionan, que de acuerdo con los propios materiales de divulgación crítica del proyecto, la empresa planea explotar plata a profundidades del orden de mil metros mediante minería subterránea mecanizada y flotación con xantatos, lo que implica enormes volúmenes de agua que no podrían obtenerse de las aguas residuales urbanas, sino de los mismos mantos y manantiales que hoy sostienen la agricultura, el abasto doméstico y las ceremonias en el desierto.

Subrayan que, abrir un túnel colector desde la zona de jales de Santa Ana hacia las vetas Madre y San Agustín, en el contacto entre calizas fracturadas y basamento volcánico, equivale –hidrogeológicamente– a perforar un nuevo drenaje preferente que puede despresurizar el sistema, secar o mermar los manantiales y crear rutas directas de contaminación por metales pesados.

“No sólo pondría en riesgo unas 40 fuentes de agua entre pozos y veneros del altiplano, sino que cortaría el tejido ritual mismo de la ruta del agua sagrada, desde Mazauhata hasta el gran resurgimiento de San Juan de Vanegas, donde para los wixaritari el agua que emerge es, al mismo tiempo, cuerpo del acuífero y palabra de los dioses”.

Al respecto se hace mención de que el pueblo wixárika y los campesinos de la región expresan que el agua que brota en Wirikuta no es sólo un recurso: es memoria viva del camino de las deidades, que viajan del mar al desierto y se manifiestan en manantiales como Mazauhata, donde los peregrinos reciben “por tercera vez agua mágica en sus cuerpos”, antes de subir al Cerro del Quemado.

Crisis hídrica, simbólica, y espiritual

Silván y Chávez apuntan que, en la lógica wixárika, cada ojo de agua, manantial, y venero, son literalmente las “bocas” y “ojos” de la Madre Tierra, sin los cuales se rompe la continuidad entre mundo humano, mundo no humano y mundo de los antepasados.

Por lo cual, el abatimiento de las aguas subterráneas tiene un impacto sin precedentes en la cultura y espiritualidad de este pueblo originario, de habitantes de núcleos agrarios, así como daños irreparables al equilibrio ecosistémico del desierto.

“Es claro entonces que la crisis hídrica que atraviesa Wirikuta no puede comprenderse únicamente desde los indicadores técnicos de abatimiento del nivel freático o incremento de salinidad en los suelos. Es también el deterioro de una relación simbólica milenaria entre el agua, la tierra y la espiritualidad que sostiene la cosmovisión wixárika”.

De igual forma, su estudio documenta una disminución significativa en la humedad superficial de los suelos, medida mediante el índice DWSI, y un aumento progresivo en la salinidad (índice NDSaI), especialmente en las faldas orientales de la Sierra de Catorce.

Los investigadores destacan que estas tendencias confirman lo observado en campo y la percepción en las narrativas comunitarias: que el territorio sagrado atraviesa un proceso de estrés hídrico y de concentración salina derivado del abatimiento freático y de la evaporación intensa en zonas de suelos finos y costrosos.

En términos simbólicos, es la manifestación visible de un desequilibrio profundo: “la sal del antiguo mar está volviendo a la superficie, reclamando su memoria, mientras el fuego subterráneo se asoma en forma de calor y de termalidad”, lo que se presenta ya en el agua de los sistemas de riego, como el de la localidad Refugio de Coronados, en las cercanías de Estación Wadley.

Se puntualiza también que extraer esas aguas salinas y termales es, literalmente, volver a sacar el mar del subsuelo; y en términos espirituales wixaritari, es volver a asomarse al inframundo acuático de la noche.

Es una situación que la ciencia describe como un proceso de salinización por sobreexplotación y ascenso de aguas profundas mineralizadas; mientras que el pensamiento indígena lo interpreta como una perturbación del equilibrio cósmico: un asomo de la noche en el territorio del día.
Silván y Chávez hacen mención de que la presencia actual de agua termal, caliente y salina en algunos pozos de la Sierra de Catorce, remite a la mitología wixárika del amanecer, en la que se habla de una fusión entre fuego y agua, entre lo subterráneo y lo celeste, que marcó el inicio del tiempo y la aparición del día.

“Ese mito adquiere una resonancia doble: por un lado, representa un fenómeno hidrogeológico de sobreexplotación —un descenso del nivel freático que pone en contacto los estratos profundos con los pozos de abastecimiento humano—; y por otro, es una imagen simbólica del retorno del fuego interno de la tierra, del despertar de una fuerza ancestral que advierte los límites de lo que la humanidad puede intervenir sin romper el ciclo sagrado del agua”.

En este sentido se indica que la desertificación de Wirikuta comienza desde el subsuelo, y el aumento de la conductividad eléctrica del agua extraída es la primera señal de que el sistema hidrogeológico ha cruzado un umbral de no retorno.

Se explica que cuando la sal asciende junto con el agua profunda, se acumula en los horizontes superficiales del suelo, y esto reduce su capacidad de retención y afecta especies, lo que coincide con reportes de suelos blanquecinos en faldas de la Sierra de Catorce.

La hidrogeología y el conocimiento ancestral coinciden: sin agua en la sierra, no hay vida en el desierto.

Al respecto, los investigadores ahondan en que la sobreexplotación del acuífero no solo implica una degradación físico-química. Para el pueblo wixárika, extraer las aguas profundas del antiguo mar que yace bajo el desierto, es reabrir el umbral del inframundo, pues esta agua salina que asciende desde los estratos fósiles, se vincula simbólicamente a la noche y al origen del mundo; y desde la ciencia, el ascenso de estas aguas indica un colapso hidrogeoquímico.

Los investigadores apuntan que, tanto la ciencia como el conocimiento ancestral, convergen en advertir un desequilibrio y se ha alcanzado el límite de lo que el territorio puede soportar.

El acuífero como sujeto de derecho

Finalmente, el documento hace mención de que, a pesar del estado de sobreexplotación oficial, en este año los habitantes de Estación Wadley han denunciado la perforación ilegal de pozos en la zona entre esta localidad y Estación Wadley, dentro del Área Natural Protegida de Wirikuta, para establecer una nueva empresa de la agroindustria.

Silván y Chávez consideran que, en términos de derecho ambiental, debería establecerse una moratoria efectiva de concesiones, y reconocer Wirikuta como zona de salvaguarda hidro-cultural.

Bajo el sustento de la Ley General de Aguas, que establece mecanismos para que el otorgamiento de concesiones se realice con base en cálculos técnicos de disponibilidad, exige la consulta previa, libre e informada para proyectos que afecten a pueblos y comunidades indígenas, y obliga a que toda concesión esté respaldada por evaluaciones de impacto socio-hídrico, las cuales deben ser revisadas por los Consejos Regionales de Cuenca.

En la investigación se precisa que mantener la emisión de concesiones en un acuífero en déficit, sin aplicar estos principios, perpetúa una forma de extractivismo jurídico donde la legalidad opera como instrumento de despojo, particularmente en territorios indígenas y sitios sagrados como Wirikuta.

Se subraya también que la promoción de proyectos sin consulta pública ni evaluación ambiental vulnera el principio de precaución y el derecho humano al agua reconocido en el artículo 4 constitucional, y a esto se suma la omisión del consentimiento libre, previo e informado exigido por el Convenio 169 de la OIT, tratándose de un territorio con significado espiritual para el pueblo wixárika, que vincula el agua de Wirikuta con el ciclo vital del amanecer.

En este contexto, se apunta a que resulta necesario avanzar hacia una interpretación ecocéntrica del derecho, en línea con la corriente internacional de los derechos de la naturaleza. Este enfoque —reconocido en los ordenamientos de Ecuador, Bolivia y en precedentes judiciales recientes de Colombia y México— concibe a los ecosistemas como sujetos de derecho, titulares de existencia, regeneración y equilibrio.

“Aplicado al caso del acuífero Vanegas–Catorce, ello implica reconocer su derecho intrínseco a mantener sus ciclos hidrológicos y químicos sin perturbaciones que comprometan su continuidad. La sobreexplotación y la extracción de agua fósil deben considerarse entonces no solo violaciones ambientales, sino lesiones jurídicas contra un ente vivo que sostiene comunidades humanas, ecosistemas y prácticas culturales”.

Los expertos concluyen que reconocer al acuífero como sujeto de derecho permitiría exigir su tutela activa ante los tribunales y desplazar la noción antropocéntrica de “propiedad” hacia una de corresponsabilidad ecológica.

Desde la ciencia, la sobreexplotación altera su equilibrio hidrodinámico; desde el derecho, compromete su integridad ecológica; y desde la espiritualidad indígena, quebranta el pacto entre el ser humano y las energías más auténticas y primigenias de la Tierra.