Octavio César Mendoza
Gobernar en tiempos difíciles suele ser una misión que requiere de inteligencia y valor, y también de cierta locura. La complejidad del reto de la gobernanza, hoy, va más allá de la construcción e inauguración pomposa de obra pública, de la repartición de dádivas y del disfrute de ese aparente glamour de rockstar que pertenece a una élite multifotografiada durante un tiempo, pero que después suele ser defenestrado y que, al ceder el cargo, querrá o deberá desaparecer. Además, en esta modernidad posverdadera, el poder ya no se rige por la indiscutible voluntad suprema del mandatario, pues los compromisos con sus sponsors lo convierten más en un amo de llaves que en un príncipe o princesa dentro del palacio, si se trata de una dama. Claro, la corte llamada “gabinete” puede estar integrada por individuos sin pudor alguno y suficientes motivos para adular y cromar el ego del poderoso en turno tanto como resulte necesario; siempre y cuando esta comparsa cumpla las indicaciones del poder fáctico que murmura detrás del trono y dirige los movimientos de su capataz.
Son tiempos difíciles para gobernar, y se ponen peores cuando existen amenazas externas, los problemas sociales se multiplican, se reducen los recursos y se fortalecen los enemigos. Ante un tsunami de cambios ideológicos, económicos o ambientales a nivel global, ningún reino del mundo está a salvo, y no hay Utopía hacia donde escapar. Ante la hambruna, la enfermedad, la quiebra, la guerra o la catástrofe, el poderoso se ve orillado a pedir ayuda a los sabios y expertos que en su momento suplió por publicistas y edecanes con jerarquía salarial de Secretario de Estado; excepto, claro, si se trata de un gobernante suicida o con moralidad de Nerón, intelecto de Calígula y espíritu de Sardanápalo: el futuro se vuelve más ominoso todavía para su pueblo.
Estudiar y comprender las profundidades del brete de gobernar en tiempos difíciles es un arte, el cual exige un conocimiento más abundante que el que brinda la soberbia de un doctorado en ciencias inútiles o un título nobilario de dinastía con sello de origen y apellido de marca registrada. No es lo mismo navegar un crucero en días soleados que en medio de un huracán. Para el primer escenario habrá miles de ansiosos participantes dispuestos a sacrificarse, en tanto que para el segundo escenario sólo estarán dispuestos aquellos que estén obligados a no robar lo que quede del barco antes del naufragio. A estos últimos es a los que solemos llamar “héroes de la patria” por sus proezas salvadoras de último minuto. Y sí, también suelen ser verdaderos patriotas.
Entonces, ¿quién quiere gobernar cuando se agotan las arcas, se violentan los cuerpos sociales, se crecen las tragedias y se pierde el respeto a las instituciones? Los que quieran hacerlo necesitarán, además de la inteligencia, el valor y la locura antecitadas, las ídem de los verdaderos conocedores de cada pieza del rompecabezas compuesto por territorio, sociedad y gobierno. En su clásica definición millenial, está random esto de gobernar como si fueses Daniel en el lago de los leones.
Por eso quienes mantienen la gobernabilidad basada en el conocimiento, el orden, el acuerdo y el respeto a la razón, son quienes mejor pueden desempeñar las funciones de mandatario, pues antes que nada esa receta necesita muchos, muchos, demasiados huevos, y un temperamento que sepa oscilar entre las antípodas de la santidad laica y la perversión demoníaca, hasta que cese el movimiento pendular de las coyunturas de cualquier naturaleza. El gobernante en tiempos difíciles, entonces, debe ser consciente de que su pelotón necesita de generales, tenientes y soldados probados en la batalla, leales a las causas justas y motivados por el acicate de la adversidad. Vamos: de esos que suelen entrar en el momento más crudo de la batalla porque saben que van a morir y por eso no tienen miedo de perder la chamba.
Cada cien (o recientemente cada cincuenta) años, el mundo atraviesa crisis que redefinen las formas de entenderse consigo mismo, y de ello surgen las grandes filosofías, los descubrimientos más necesarios y los avances más notables. El reloj de las transformaciones dolorosas está llegando a su hora crucial, con un destino puesto en manos de narcisistas y ególatras que creen saberlo todo y representar el portal místico hacia la razón divina. El temor de ser gobernados en tiempos difíciles por un lerdo priva más en los inteligentes que en los informados por las fuentes oficiales de un régimen que oculta la verdad para mantenerse a salvo, en lo que sucede el punto de quiebre y hay que bajar al búnker.
Paradójicamente, la nuestra es la época del pináculo de la humanidad, pero también del inicio de su declive, y por ello hay que adoptar nuevas maneras de estudiar toda realidad, porque el recurso más valioso, por su escasez para resolver los retos, es el tiempo, y su única herramienta funcional que le resta es la inteligencia. Algunos dicen que se ha rebasado la capacidad del planeta para sustentar el desarrollo industrial que conocemos como Carta Magna de la civilización actual, y ya mejor hay que seguir la fiesta hasta que regresemos por la fuerza al feudalismo y peleemos con piedras y palos, recordando a Einstein. “Otros dicen que vencerá el fuego”. Así, al pensar en la casa que habitarán los hijos del futuro, la urgencia mayor es la sabiduría acompañada de la inteligencia. Ya padecimos demasiado circo, despilfarro, irresponsabilidad y frivolidad en los gobiernos de este “pequeño punto azul” perdido en el espacio, con la desventaja de que la concentración del poder no es como en los tiempos del imperio romano, cuando hasta un caballo era cónsul, el emperador se acostaba con su hermana, un filósofo era el hombre más rico del mundo y no pasaba de la anécdota. Hoy hay que pensar mucho, con más exactitud, en el perfil adecuado de líder que llevaremos al mando de la comunidad local, nacional y, en una de esas y como van las cosas, planetaria. Ya tenemos ejemplos de grandes mujeres y hombres que han vivido, cantinfleando a Borges, los tiempos más canijos de la humanidad, que son los de todas la eras de la humanidad y ahí está el detalle, chatos lectores.
Si constituidos en un organismo pensante de lo político nos organizamos bajo la encomienda de elegir no al más payaso (hay varios) ni al más galán o el más carismático, daremos forma a una idea de líder, y para eso resulta necesaria la crítica, la voluntad de participar y la convicción de que sí, todavía podemos ser héroes y salvar al mundo cuya degradación es resultado, precisamente, de los malos gobernantes que el pueblo eligió cuando era medianamente feliz y lo convencieron de que debía estar harto, indignado y ofendido, para saquearlo y abandonarlo luego.
Sí, pobres de los Estados Unidos, y más de los Estados Desunidos de este mundo, donde sin embargo todavía es posible contemplar con su ojo tuerto a la belleza, y halagarla con una esperanza de un mañana mejor.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.