Tras contingencia, San Luis suelta los negocios, pero no las calles

Carlos Rubio

La contingencia por coronavirus ha sido declarada desde hace unos días en San Luis Potosí. El llamado a la sociedad a permanecer en sus casas es constante, pero a pesar de ello hay quienes continúan desafiando a la enfermedad que ha contagiado a más de 400 mil personas y matado a poco más de 20 mil en 187 países.

Luego de hacer un recorrido por el Centro Histórico el resultado es algo desconcertante. La Plaza de Armas sigue mostrando un gran tránsito de personas y sobre todo hay personas de la tercera edad sentadas en las bancas como han acostumbrado durante toda su vida. Don Mauricio no le teme al Covid-19, “si no me dan miedo los rateros, menos eso”.

Al rededor, la mayoría de los negocios continúan abiertos, como la Posada del Virrey, el emblemático restaurante de la antigua casa de la virreina; según una de las meseras la clientela ha disminuido en más de 70 por ciento, por lo que la situación es preocupante.

Pareciera que los espacios cerrados sí han asustado a los potosinos, no obstante aún seguimos ingenuos ante el contagio en espacios abiertos. La tienda departamental Sears está casi vacía y el semblante de los empleados es desalentador.

La Catedral continúa abierta, aunque en su interior, sobre sus frías y barnizadas bancas de madera, no hay más que cinco personas profesando su fe. Los músicos que acostumbran interpretar melodías justo a un lado de la iglesia han sido borrados, guardaron sus instrumentos, sus notas.

Quienes también siguen desafiando a la enfermedad son los que forman parte del plantón del SITTGE, que eternamente se encuentran frente al Palacio de Gobierno. Al menos 20 personas siguen bajo esa blanca carpa que ojalá los cubra de algo más que el sol.

Las instalaciones del Congreso del Estado se encuentran desiertas, pero quién sabe si habrá diferencia con un día de trabajo normal. Las pintas de la marcha por el día de la mujer continúan en el piso frente al recinto legislativo, las últimas huellas de la batalla que se vivió días antes de que se decretara una pandemia y el problema se acrecentara en México.

El pasaje Hidalgo es conocido por su gran afluencia peatonal y, al menos, sí luce un poco más despejado. Todas las tiendas —en su mayoría de ropa— continúan abiertas, pero casi vacías. Hay un negocio de zapatos con un cartel en sus puertas que dice: Liquidación por coronavirus. Desde 49 pesos. Según platican las encargadas, la situación las está obligando a vender todo lo más barato posible para sacar una mínima ganancia.

Y aunque se ha reiterado en evitar los saludos de mano y de beso, parece que no ha sido suficiente. Mientras esperaba para cruzar la calle, se acercó a mí un muchacho de los que se encuentran comúnmente en el centro haciendo encuestas. Me ofreció un saludo con su mano derecha, pero me negué a responderle el saludo —no por grosero, sino por precaución—, se tomó a mal mi acto y se fue enojado, sin querer continuar con su cometido inicial. Pensándolo seriamente, ¿a cuántas personas ya habrá saludado durante estas horas?

La Plaza del Carmen luce un poco más vacía, pero aquí la situación es un poco diferente. Es común ver gente descansar bajo la sombra, hoy no. Así como por hoy las escalinatas del Teatro de la Paz lucen vacías, sin nadie que las aproveche para hacer una parada y disfrutar de la fría cantera en sus piernas.

El Museo de la Máscara está cerrado, sólo hay un aviso que dice que, por contingencia, estarán cerrados hasta el 20 de abril; ojalá sea hasta ese día, aunque el panorama mundial no arroja a un solo país que haya controlado el virus en un mes. ¿Será que México buscará desafiar la estadística?

De igual forma, el Museo del Virreinato está cerrado, así como el Teatro de la Paz, lugares que podrían ser centros de atracción turística. De cualquier forma hay quien aprovecha el día para pasear en familia mientras se comen una fresca nieve de vainilla, como si nada ocurriera.

Un negocio de pizzas en la periferia de esta plaza ha decidido regresar hasta que todo se normalice, según avisa en una hoja de papel rasgada en sus puertas. Los demás locales de tecnología, música y cibercafés, lucen desolados. Una persona cierra las puertas de un restaurante de comida mexicana localizado a una cuadra de la plaza y, según platicó, mantiene la esperanza de poder volver a abrirlo cuando todo termine, pero no está segura.

Y aunque la situación aquí parece mejor que en Plaza de Armas, aún hay quienes deciden acostarse en el pasto como cualquier día de verano lo harían, alejados de la preocupación de tomar su celular y abrir cualquier red social, en las que de cada 10 publicaciones, nueve podrían referirse al coronavirus y a la crisis mundial.

La plancha de la Plaza Fundadores también está sola. Nadie acompaña a San Luis Rey de Francia durante su delirio en medio de un penetrante sol. Todos los negocios del edificio Ipiña están abiertos, pero ni uno tiene a una sola persona consumiendo una hamburguesa, un café, una nieve, un pan o alguna artesanía.

Los empleados de una cafetería, —que prefirieron que no se mencionara su nombre— dicen que hasta ahora no han recibido indicaciones de cerrar y hasta entre ellos mismos hay incertidumbre, no saben si desear que el negocio cierre y quedarse sin ese ingreso o desear que permanezca abierto, pero con el latente riesgo de contagiarse. Están conscientes de que, si cierran, no les pagarán ni un peso más.

Al menos parece que en los bancos han comenzado a tomar algo de conciencia, tomando distancia en las filas, pero aún siguen los despistados que no pueden separarse más de un metro de otra persona. El templo de La Compañía continúa abierto, con más de 10 personas entrando simultáneamente, sin dejar espacio de respiro.

Mientas tanto, El Búho nos ofrece en su guitarra melodías en acordes menores, llenando de melancolía el panorama. Parece que entiende perfectamente cómo musicalizar una contingencia.

La situación podría ser preocupante y desesperante para muchos, incluso asfixiante, y lamentablemente apenas es el comienzo, este es el día tres de la Jornada Nacional de Sana Distancia, la cual está prevista hasta el 20 de abril, sin embargo el subsecretario de Salud a nivel federal, Hugo López-Gatell, ha dicho que el periodo de contagio en México está previsto de 12 a 16 semanas.

Como aún es inmensa la cantidad de gente que circula por las calles, es inminente la llegada de medidas más rígidas para evitar un desastre.

Paradójicamente, ahora hay que quedarnos dentro de nuestras casas hasta que pase el temblor.

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