Texto y fotografías de María Ruiz
La mañana del martes 21 de octubre no amaneció en calma en San Luis Potosí. Las calles que rodean la Zona Universitaria se llenaron de pasos jóvenes, cartulinas moradas, gritos, y una palabra que se volvió consigna: Justicia.
Desde temprano, las redes sociales se convirtieron en escenario de indignación. Twitter, Instagram, Facebook: todas hervían con imágenes de pasillos vacíos, de portones cerrados, de estudiantes con pancartas y cubrebocas; a esa hora, ya nadie hablaba de otra cosa.
La noche anterior, la Facultad de Derecho “Abogado Ponciano Arriaga Leija” había sido el punto de origen. Ahí, un grupo de estudiantes decidió iniciar un paro indefinido tras hacerse público un caso de agresión sexual contra una alumna.
El hecho detonó lo que muchos describen como una herida vieja: la violencia de género dentro de los espacios universitarios, tantas veces silenciada.

Para cuando salió el sol, el paro se había extendido. Comunicación, Medicina, Ingeniería, Ciencias Sociales y Humanidades, Químicas, Hábitat. Una tras otra, las facultades anunciaron que se sumaban al paro general, cada una publicó comunicados oficiales y posicionamientos estudiantiles. La Facultad de Medicina fue de las primeras en pronunciarse:
“Ante las situaciones que se viven actualmente dentro de nuestra comunidad universitaria, y en solidaridad con las personas afectadas, la Facultad de Medicina expresa su apoyo y compromiso con el bienestar, la seguridad y el respeto hacia todas y todos los integrantes de la Universidad”.
La ciudad interrumpida
A las ocho de la mañana, los primeros contingentes comenzaron a reunirse frente a los edificios de la Facultad de Derecho y de Contaduría y Administración; llegaron con carteles improvisados, otros con mantas que llevaban horas preparando. En los muros se leían frases escritas a mano: “No fue un caso aislado”, “La UASLP también es responsable”, “Si tocan a una, respondemos todas”.
Los rostros cubiertos, las mochilas colgando de un solo hombro, las voces coordinadas por megáfono.

“No es por una, es por todas”, gritaban.
Las calles se cerraron conforme los contingentes crecían: avenida Niño Artillero, Doctor Manuel Nava, avenida Himno Nacional; el tráfico comenzó a detenerse, primero con desconcierto, después con respeto. Algunos automovilistas tocaron el claxon en señal de apoyo, otros bajaron del transporte público para aplaudir.
A las 9:40 el contingente llegó a la hasta avenida Salvador Nava. Eran ya cientos de jóvenes de distintas facultades que marcahaban al ritmo de gritos, sonidos improvisados con botes de pintura. En medio del calor, una estudiante de Ciencias Sociales levantó una cartulina con letras rojas:
“La violencia institucional también es violencia”.
El tráfico se detuvo. Las patrullas municipales desviaban automóviles, pero los jóvenes seguían llegando. Frente al gimnasio Pitbulls Academy, una hilera de autos detenidos parecía observar la escena como si se tratara de un espejo, dentro de los autobuses, la gente miraba en silencio; algunos bajaron, otros grabaron.

“Es que ya no hay manera de seguir normalizando lo que pasa”, dijo una joven a un conductor y sentenció: “Esto también es estudiar.”
Las voces detrás del paro
El movimiento no surgió de la nada. Las colectivas feministas universitarias llevan años denunciando el acoso, hostigamiento y falta de respuesta institucional. Grupos como la Colectiva Feminista de Ingeniería o la Feminista de Hábitat han documentado casos de maestros y directivos señalados por violencia de género que siguen activos.
“Hay docentes con denuncias formales que siguen dando clases, y que además presumen sus cargos académicos como si nada pasara”, dijo una integrante de la colectiva de Ingeniería.
“Este caso es sólo la punta del iceberg”, añadió otra estudiante.
Las declaraciones fueron replicadas en altavoces durante la marcha. Las y los estudiantes denunciaron la falta de aplicación de los protocolos contra la violencia de género, la indiferencia administrativa y la cultura de silencio que predomina en la universidad.

“¿Por qué tuvo que ocurrir una agresión sexual pública para que todos voltearan a ver?”, preguntó una alumna de primer semestre de la carrera de Diseño Gráfico. Nadie respondió.
Pero el eco de la pregunta se quedó vibrando entre las columnas que sostienen el puente vehicular de Salvador Nava.
A las 10:00 de la mañana, el contingente bloqueó el puente vehicular de Salvador Nava, a la altura de la Garita de Jalisco. El sol comenzaba a caer vertical sobre las cabezas cubiertas; en ese punto, varios jóvenes tomaron el megáfono.
Un estudiante de Ingeniería habló:
“No basta con hacer comunicados. Queremos acciones reales, no estamos pidiendo diálogo, estamos exigiendo justicia. Cualquiera de nosotros puede ser víctima dentro de un aula, dentro de un coche, dentro de la universidad. Y ya no podemos callar.”

A su lado, una alumna foránea sostenía una pancarta que decía: “Primera generación universitaria, última generación silenciada”.
Los camiones de la Policía de Investigación comenzaron a pasar por la zona. Algunos estudiantes se inquietaron; otros comenzaron a dispersarse. Las organizadoras tomaron el micrófono:
“No se muevan, es presión nada más. No nos van a callar. No hoy.” El aire se volvió denso. Pero el grupo permaneció firme.
A las 11:00, el contingente se replegó hacia la glorieta de Morales para tomar un descanso. En las banquetas, los jóvenes compartían agua, pan, y palabras. Algunos improvisaban canciones, otros revisaban en sus celulares las transmisiones en vivo. La marcha había sido replicada en redes con miles de interacciones.
En medio de ese parar improvisado, anunciaron que retomarían por la tarde una caminata hacia la Fiscalía General del Estado (FGE).

El objetivo: entregar un pronunciamiento y exigir avances del caso, pedir que se investigue con perspectiva de género la agresión denunciada. Las consignas volvieron a resonar: “Fuera agresores de las aulas”, “No más silencio institucional.”
A esa hora, el calor era agobiante, pero nadie se movía. En los márgenes, algunos ciudadanos aplaudían. Una mujer mayor, con sombrero y bastón, se acercó a las manifestantes y dijo:
“Yo también fui estudiante aquí. Nada de esto es nuevo. Pero qué bueno que ustedes ya no callan.”
Memoria de los movimientos
La UASLP ha sido históricamente un termómetro político y social de la ciudad. Lo que ocurre dentro de sus muros suele anticipar lo que se vive fuera.

Desde mediados del siglo XX, la UASLP ha sido escenario de movilizaciones que reflejan los cambios sociales del país.
En 1958, tras la muerte del rector Manuel Nava Martínez, el cuerpo estudiantil se dividió en dos bandos: los que defendían la autonomía universitaria y los que respaldaban la intervención del gobierno estatal. La ciudad se llenó entonces de manifestaciones, huelgas y enfrentamientos.
En los años sesenta, el llamado “navismo” —una corriente política que enfrentó al cacicazgo local de Gonzalo N. Santos— encontró en los universitarios su brazo más combativo.
En 1973, bajo la presidencia estudiantil de José Luis Sandoval, el movimiento se tornó abiertamente popular: exigía democratizar la universidad, transparentar presupuestos y apoyar a los campesinos. Su lema, “Por una universidad abierta al cambio, contra una sociedad cerrada”, parece hoy resonar con fuerza renovada.

Más de medio siglo después, las demandas tienen otro rostro, pero la esencia permanece. La lucha sigue siendo por dignidad, por autonomía, por justicia. Lo que entonces fueron choques ideológicos, hoy son cuerpos que reclaman seguridad dentro de las aulas
La protesta universitaria de este martes refleja una nueva sensibilidad colectiva: una generación que no sólo pide educación, sino también seguridad, respeto y reparación.
El paro, más que un alto académico, se convirtió en un gesto simbólico: un recordatorio de que la violencia de género no es un accidente, sino una estructura que también habita las aulas.
En ese sentido, las estudiantes no marcharon sólo por una compañera, sino por todas las que nunca denunciaron, por las que fueron ignoradas, por las que se cansaron de esperar justicia.